Mecánico de profesión, Alex Vega Salazar juntaba el dinero para construirse una casa en Copiapó. No quería seguir viviendo como allegado en casa de sus padres y su trabajo en la mina era, precisamente, para que los ahorros se fueran acumulando más rápidamente.

En sus cartas describe con claridad el ambiente que se vive dentro: “A veces hay momentos de silencio, nos quedamos callados pero sin ponernos de acuerdo. Como que pasa un angelito. Y pensamos en cómo estamos y qué vamos a hacer. Se escucha sólo a las máquinas que hacen los túneles. Ese ruido nunca lo voy a olvidar. Es molesto, pero cuando es más fuerte más nos alegra, porque quiere decir que están cerca”.

Jéssica Salgado, su esposa, dice que “nunca había sufrido tanto yo. Después, pensándolo bien, dije que el que más sufrió fue él… porque estando allá abajo, sin nosotros, pensando en nosotros, sabiendo que quizás nosotros creíamos que él estaba muerto. Eso sí que debe ser feo”.

La madre de Alex, Ana Salazar, confiesa que “todos los días rezo las cuatro partes del rosario. Le pido a la Virgen que baje a la mina y lo proteja con su mando de madre. Que me reemplace en estos días, que ella le haga cariños y le diga que lo quiere. Y también le pido que no nos abandone, que el cerro no vuelva a desmoronarse… porque eso sería muy triste, que todo lo que se ha hecho quede en nada”.

Jéssica dejó grabados varios mensajes de voz en el celular de Alex, grabaciones que él escuchará sólo al salir. “En ellas le digo cuánto lo quiero y también hay uno, al principio,en el que me despido… porque en un momento pensé que estaba muerto”. Hace pocos días, sin embargo, no pudo dejarle más mensajes “porque la casilla se colapsó”, explica, entre risas.

La mujer cuenta además que, “por muy mandón que sea el Alex, no volverá a trabajar en la mina nunca más… aunque él quiera, yo no se lo permitiré”.