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Emilio Antilef, de niño genio a activista mapuche: "De uno a diez, a Huenchumilla le doy doce merendinas"

Este será su año: publicará tres libros y trabajará por la causa indígena. Aquí analiza el conflicto y repasa su extraña vida.  

por:  La Segunda
viernes, 23 de enero de 2015
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Por Roka Valbuena


Emilio es una tranquila leyenda que trabaja en el centro. Emilio, en la actualidad, es un señor de 42 años que tiene cincuenta canas. Es, también, un profesor de inglés que a veces sale a bailar a discoteques liberales, y en esos lugares, en mitad del entusiasmo, como le ocurre a los mitos, él suele ser descubierto por algún borracho. "¡Miren!", grita el borracho, "¡Es el niño raro que salía en la tele!". Emilio, entre otras cosas, es un adulto con la misma cara y estatura de siempre.

-¡Cachen, es Emilio Antilef, el genio que hablaba como viejo! -el borracho ochentero ya lo detecta. Y Emilio, sin ira, estrecha una mano, regala un chiste de embajador, se va. Es que, como sabemos, Emilio, junto a todas sus facciones, fue un rostro precoz. Fue famoso entre los años 1980 y 1983: primero se hizo célebre porque, a los ocho años, sostenía conversaciones cultas con Don Francisco; luego, en "¿Cuánto vale el show?", con el primer botón de la camisa bien cerrado, repartía merendinas pronunciando discursos de académico. Fue el mateo de Chile. Hoy ya es otro. En el siglo XXI Emilio Antilef dice garabatos, usa chalas y toma vino.

-Defínase... -pedimos al actual Emilio Antilef.

Antilef revisa su currículum.

-Estoy casado con la pedagogía. Coqueteo con el periodismo. Y me acuesto con la literatura.

Emilio, en resumen, es un ex famoso que sabe inglés y escribe poemas. Es, además, un hombre que el 2015 vuelve a la gloria: publicará tres libros (uno de poemas, otro de entrevistas a mujeres y un almanaque guachaca). Y es, por otra parte, una contradicción: fue antiguo cuando niño y ahora es un adulto más infantil. Aunque, más allá de cualquier vocación, Emilio es, en esencia, un mapuche. No está en televisión, pero es un mapuche vigente que, sumado a todas sus actividades, trabaja en el IACCTIS (Instituto de Arte, Cultura, Ciencia y Tecnología Indígena). Y saca la voz:

-No somos Nación o Estado. Somos más que eso.

-¿Qué son?

-Somos un pueblo.

Y si uno le pregunta a Emilio: ¿De quién son las tierras del sur? "Nuestras", dice, con carácter, sin rastros del Antilef que regalaba merendinas. Y si uno le pregunta: ¿Qué le pide a Chile? "Escúchennos", lanza, con la mirada fija. Y si uno, con una finalidad didáctica, dice: ¿Quiénes son los mapuches en verdad? "Somos el calcio de Chile. Estamos en los huesos de este país", responde, tajante, sin dejar por un segundo el plural combativo que lo llena de pertenencia. Justifica la reivindicación, justifica la lucha y exige, como todos ellos, la devolución de los fundos.

-¿Sugiere que sea a la fuerza?

-No desmerezco la resistencia. Pero también esta ebullición tiene que sumar más elementos.

Y, tras un 2014 plagado de disputas en el sur, con balazos y piedras, y con un 2015 que empezó acumulando diecisiete altercados en quince días, Antilef, quien fuera el niño prodigio del Gobierno Militar, el hijo putativo de todos los generales, en fin, pide que la cultura indígena se integre al Chile moderno. Y su mensaje no incluye sangre.

-El pensamiento es mucho más fuerte que las piedras. Hay que luchar, pero hay que ser más estratégicos.

-¿Y usted quién es para el pueblo mapuche?

-Soy el Mesías -y lanza una risa.

De derecha a izquierda

"Sí, cuando chico fui el regalón de Pinochet", admite, "sí, Lucía Hiriart me daba consejos. Me llevaba a CEMA Chile y yo dejaba la grande". El general Mendoza, por su parte, lo idolatraba: "Hasta el día de hoy su viuda me llama para saber cómo está mi familia". ¿Y el general Matthei? "Él me regalaba avioncitos de juguete". Suelta una carcajada y adjunta una frase lapidaria: "Sí, yo era un modelo para la Junta Militar y me aproveché del cariño de los militares". Entraba a todas partes y pedía favores para beneficiar a niños mapuches. Sin embargo, a los 16 años, en una rebelión ideológica, Emilio Antilef se volvió comunista.

-Estuve un año en el Partido.

-¿Peleó contra los militares?

-Tiré piedras al guanaco muchas veces.

-¿Qué le dijo Pinochet?

-Estaba desilusionado. Lucía me decía que había tomado un mal camino.

El comunismo le otorgó una beca a Canadá. Era por un año, pero se quedó seis vagando por el hemisferio norte, llevando una vida sicodélica. Allá, dice, se volvió un salvaje. "Quería vivir el anonimato", exclama, "¡Quería vivir!". ¿Consumió drogas duras? "Sí", dice, y baja la cabeza. ¿Frecuentó un circuito de borrachos? "Sí". ¿Participó en orgías alocadas? "...", mantiene un crudo silencio. ¿Tenía dónde vivir? "Sólo a veces. Fui muy pobre", recalca.

Con la beca clausurada, fue un indocumentado tenaz, un prófugo de la justicia que escapó por años. Armado con una flauta traversa, tocaba a Simon and Garfunkel en las esquinas de Vancouver. Dormía en bares, estirando las conversaciones. Iba de casa en casa, siempre huyendo. Incluso, agobiado, debió utilizar un alias. En Canadá Emilio Antilef se transformó en Pablo López.

-Era un chileno que me prestaba su documento.

Los policías revisaban la foto del documento y no hallaban diferencias entre dos chilenos de tez morena. Hasta que en una oportunidad, sin excusas, fue detenido. El ex alumno de un colegio de superdotados había tocado fondo.

-Terminé en la cárcel. Estuve una semana -confiesa con hidalguía.

Hace una pausa. Uno presume que está revisando sus fantasmas. Él se activa fortalecido.

-No fue tan malo, en serio.

-¿Le hicieron algo?

-Nada. Comí súper bien. Dormía solo. Tenía todas las comodidades. Casi era como para quedarse más tiempo, jajaja.

Descartó todo tipo de acoso sexual. Si bien era un chileno exótico, un mapuche compacto y juvenil, nadie le tocó una intimidad. "No me violaron, si es lo que quieres saber", enfatiza. Tan sólo unos egipcios agresivos le tiraron una pelota de básquetbol en la cara, por molestar. Su estadía allí la utilizó para meditar sobre Chile. Salió de la cárcel y, con ayuda de amigos, tomó un avión de regreso en 1998.

-¿Con qué se topó al volver?

-Con otro país. Un Chile en que ya nadie conversaba -y, por primera vez, pone ojos de tristeza.

El nuevo Antilef

No volvió ni derechista, ni izquierdista: se volvió, en primer lugar, un sobreviviente. "Salí a tocar flauta en las micros", recuerda. Luego estudió pedagogía, estudió tres años de periodismo, escribió más poemas. Se fue a vivir con sus papás, en la Novena Región. Y se involucró con la causa mapuche.

-Eso sí, no niego que todavía le tengo afecto a los militares, me dieron mucho cariño.

Pero su ideología es dispersa. Votó a Piñera, votó a Bachelet. "Soy transversal", afirma. Se ha consolidado como ícono kitsch, participa en fiestas y ha leído poemas en la Blondie. Ama a su novia y descarta ser homosexual, aunque muchos lo pensaban.

-Un tipo se me acercó en una fiesta y me dijo: "¿Eres gay, cierto?". No, le dije. Y él gritó: "Qué fome eres, Emilio. En todo caso la comunidad te adora. Piénsalo".

Entonces, Emilio es, al año 2015, ese profesor de inglés quitado de bulla. Es el escritor que retorna con tres libros y el cual, desde el IACCTIS, proyecta el encuentro de los pueblos originarios. Y es el cuarentón que opina: "Lo mejor de los mapuches es que somos como mono porfiado. ¿Lo peor? Lo chaqueteros".

-Terminemos con los rumores... ¿El mapuche es bueno para el alcohol?

-Un mapuche toma igual que cualquier chileno que, por ejemplo, vive en La Florida.

-¿El mapuche es flojo?

-Más que flojo, el mapuche es muy burgués.

-¿Cuál es su esperanza?

-Que podamos vivir en armonía. Creo en el poder de la palabra, del entendimiento y del educar.

-¿Cuál es su sueño mapuche?

-Moriré tranquilo cuando el mapudungun sea parte de los programas de educación de Chile.

Y ahí, en un rapto lúdico, Emilio mezcla al niño precoz con el adulto equilibrado, y da un veredicto: "De uno a diez, le doy siete merendinas a Bachelet". ¿Piñera? "Siete merendinas". ¿El Intendente Huenchumilla? "¡Doce merendinas! ¡Un gran trabajo!". ¿Y cuántas merendinas le da a Emilio Antilef? El legendario lo piensa seriamente, pondera su insólita vida, sus altos y bajos, y dispara convencido: "Yo me doy nueve merendinas. Todavía me falta". Y, después de todo, termina feliz.

 
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