Política
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Agustín Squella: "Hay una sensación de malestar, pero no la creo generalizada"

¿Qué hay detrás de las cifras de las últimas encuestas? ¿Cuál es el estado de ánimo nacional? Responde el conocido abogado y académico.

por:  Nancy Castillo Estay
viernes, 05 de diciembre de 2014

Foto CLAUDIO CORTES

Agustín Squella ocupa hace tres décadas la misma oficina. Está en el cuarto y último piso de la Facultad de Derecho de la Universidad de Valparaíso. Tras subir la escalera rodeada de azulejos y mosaicos, la puerta de metal lleva a pensar en una novela de C.S. Lewis. Desde ahí, él prepara sus clases de Filosofía del Derecho, reflexiona y escribe sus propios libros. Abogado por título y académico de vocación, Squella es un escéptico de las encuestas, de aquellas que dice apenas logran captar el estado de ánimo de las personas cuando levantan el teléfono. En las cara a cara, como las del CEP, tiene un poco más de fe. Si es que se puede usar ese término con él.

-En su libro "¿Es usted feliz? Yo sí, pero...", dice que se debe diferenciar entre ser feliz y estar contento ¿cuál es el estado de ánimo de Chile hoy?

-Ser feliz o hallarse contento es algo que sólo le puede suceder a las personas, no a las sociedades ni a los países. En Chile hay, y me parece bien, un malestar. Un malestar a veces difuso, no se sabe bien con qué, y puede ser bastante fecundo si se le encauza bien hacia cambios que la sociedad está esperando hace años. Mira, las sociedades de pronto se mueven: entre 1990 y promediando la década pasada, este país se pareció a una taza de leche. Gobernar era casi observar. En cambio, a partir de mediados de la década pasada, se empezó a mover. ¡Enhorabuena!

No desvalorizo ni menosprecio la sensación de malestar que hay, pero no la creo generalizada, sino bastante circunstancial. La entiendo a la luz de que el gobierno se comporte a la altura de lo que prometió.

-¿Y cuándo aparece ese malestar difuso? Los movimientos a partir de 2006, como los Pingüinos, los ambientalistas, universitarios y las familias que se aburrieron del olor a chancho, se movían con ánimo de provocar un cambio.

-El movimiento de la sociedad chilena es anterior al malestar. El malestar es bastante más reciente. Hacia fines de la década pasada parecía un malestar con esperanza y hoy se está instalando un malestar con altos grados de desesperanza.

-¿Por qué?

-No sé cómo interpretar bien ese fenómeno, pero tal vez tenga que ver con que por primera vez tenemos un gobierno -después de 1990- ambicioso en términos de lo que se propone hacer. Uno podrá o no compartir esas ambiciones, pero no puede negarse que comparado con el gobierno anterior e incluso con el anterior de la propia Presidenta y los otros tres gobiernos de la Concertación, éste es mucho más ambicioso. Se propuso hacer una reforma tributaria después de medio siglo y mucho más drástica de la que hizo Aylwin. Una reforma educacional que no tiene precedente. Una nueva Constitución. Una reforma laboral. Además, instalar las llamadas discusiones valóricas, como la despenalización del aborto sobre ciertas circunstancias y la eutanasia.

Es ingenuo esperar que en este contexto no se produzcan reacciones e incluso perplejidad y cierta desconfianza.

-¿La celeridad con que se ha gobernado provoca más incertidumbre?

-Los gobiernos tanto siguen tendencias como hacen opciones. Llamo tendencias al curso que llevan las cosas y opciones al curso que uno le querría imprimir a las cosas. Los gobiernos anteriores estuvieron más cargados del lado de las tendencias. El actual, bien o mal, se cargó deliberadamente hacia el de las opciones. Ahora, la gente que pide los cambios muchas veces es la primera que se asusta cuando estos se avizoran.

Me hablas de incertidumbre. ¿Incertidumbre de quién, de los empresarios? En Chile, cuando los empresarios dicen que hay incertidumbre me parece tan ridículo como si un jugador de fútbol se quejara de que en la cancha hay fricciones con los jugadores del equipo contrario. Recelan de algo que es consustancial al oficio que dicen tener. Parece que se acostumbraron a ganar dinero sin incertidumbre, lo cual estuvo muy mal.

-Se entiende que los que pierden posición resistan los cambios. Pero en la reforma educacional vemos padres de colegios subvencionados que reclaman, y no son los dueños ni los que lucran.

-Lo que a mí me complica es que discusiones de intereses, que son legítimas, se disfracen de discusiones de ideas o de creencias. Las tres se procesan de manera distinta. Las de creencias a través del diálogo; las de ideas a través del debate y las de intereses, a través de la negociación. Los tres caminos conducen a resultados distintos. El primero a la tolerancia y a la paz; el segundo a convencer a tu adversario o alcanzar un acuerdo; y el tercero a una transacción.

En cada reforma pueden estar presentes los tres niveles en proporciones distintas. Pero me complica cuando los actores no se atreven a confesar sus intereses, porque suena una fea palabra, y los presentan como discusiones sobre ideas o creencias. Es bueno también distinguir a propósito de lo que se llama el enervamiento o crispación del debate público, que a mí no me parece tanto.

-¿No ve un clima crispado?

-No. Lo que pasa es que viajamos poco, sintonizamos poco los debates en los parlamentos europeos y nos asustamos cuando alguien usa un adjetivo muy fuerte. El diálogo político en Chile sigue siendo, salvo excepciones y unas muy recientes, poco descalificador. Pero nos asustamos. Tenemos una tendencia a horrorizarnos con facilidad de los desacuerdos. Hay un desacuerdo y tenemos que correr a ponernos de acuerdo, ¿por qué?

-¿El fantasma del Golpe?

-Fantasma del Golpe y tal vez algo que haya en el carácter chileno. La lógica del conflicto a cualquier precio, que predominó en Chile entre el 70 y el 73, donde se trataba -por lado y lado- de exacerbar el conflicto sin meditar en las consecuencias si lo llevabas al límite, fue sustituida en la primera década de gobiernos democráticos por una lógica del acuerdo a como dé lugar. Es decir, producido un desacuerdo hay que llegar rápidamente a acuerdo aun cuando sea con sacrificio de principios. Es comprensible en los primeros años de los gobiernos democráticos, pero no es atendible que a un cuarto de siglo de que se instaló sigamos pegados a esa lógica. ¡Cómo si estar en desacuerdo fuera una anomalía, como si los conflictos fueran patologías sociales y no elementos de la vida en común! ¿Qué drama hay en resolver en un parlamento a mano alzada un tema importante sobre el cual las fuerzas políticas en pugna no se pusieron de acuerdo?

-La Nueva Mayoría se ha tensionado por los desacuerdos transmitiendo la sensación de estar al borde del quiebre.

-Andrade, Walker, Quintana a cada instante nos hacen sentir como si la coalición fuera a romperse, para luego tener una reunión de cinco horas con el comité político de la cual salen diciendo que tienen una gran amistad cívica. Ni la amistad cívica era tan honda, ni tampoco eran tan graves los desacuerdos. Dentro de la coalición de gobierno, los desacuerdos se procesan mal. No distinguen entre creencia, ideas e intereses y hacen sentir a la ciudadanía -y desde ahí puede provenir parte del malestar- que estamos al borde del abismo. ¿Qué abismo?

-Si tenemos una clase política que no diferencia los niveles del debate y crispa la discusión, una élite empresarial preocupada, una sociedad que no sabe discutir sin asustarse ¿aguanta el país más reformas?

-Yo creo que sí, si se calendarizan de manera razonable y prudente. No todas a la vez. Pero vuelvo a una idea: este país se acostumbró a postergar groseramente ciertas reformas en las que hubo consenso mucho antes de que nuestra élite o nuestros legisladores se atrevieran a implementarlas. Hemos ido en ese tranco parsimonioso. ¡Recién tuvimos una ley de divorcio en 2003! Un país que en materia de reformas políticas, económicas y sociales se parece a como jugábamos fútbol antes de la era Bielsa -que continúa Sampaoli, por supuesto-, tocando la pelota para el lado o para atrás, jugando a no perder. Nos habituamos a hacer política a lo Nelson Acosta, a lo Lucho Santibañez, cuando jugar fútbol era cuidar el arco y no ir contra el arco contrario.

 
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