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"El poder del poder: Repensar la autoridad en tiempos de crisis"

Prólogo del nuevo libro de Pablo Ortúzar, director de investigación del Instituto de Estudios de la Sociedad.  

por:  La Segunda
jueves, 03 de noviembre de 2016
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Uno de los mejores capítulos de Los Simpson, de entre sus decenas de mejores capítulos, es aquel que empieza con un oso vagando por las calles de Springfield y que luego decide destruir un buzón que resulta ser el de la familia Simpson. Homero observa en la televisión local el espectáculo y se burla de los "impson" (el buzón, abollado, oculta la "S"), sin percatarse de que la acción ocurre en su propio patio. Finalmente, el pobre oso es capturado, pero la conmoción se apodera de los habitantes de Springfield, que temen por sus vidas (a pesar de que es la primera vez en toda la historia que algo así sucede). Frente a esta situación, el alcalde Diamante decide crear una "Patrulla anti-osos" que le entregue seguridad a los ciudadanos, la cual es financiada por todos mediante impuestos. La medida es exitosa, hasta que llega el momento de pagar esos impuestos, situación que hunde de nuevo a Springfield en la conmoción y el desorden (quien lo haya visto recuerda el famoso "¡Alguien por favor quiere pensar en los niños!"). Para salir de este nuevo problema, el alcalde juega una nueva carta: culpar a los inmigrantes del alza de impuestos. Esta movida trae la paz de vuelta a la comunidad, en la medida en que todos pueden concentrar sus miedos y rabias en un punto determinado: esos "otros", foráneos venidos de quién sabe dónde, que hacen que suban los impuestos. Esto lleva a una serie de situaciones absurdas, partiendo por la gran sorpresa que se lleva Homero al descubrir que Apu Nahasapeemapetilon del Kwik-E-Mart, es un inmigrante.

Lo que a efectos de este libro nos interesa de ese capítulo de Los Simpson es la técnica del alcalde Diamante para reconciliar a la comunidad política de Springfield a partir de la lucha contra algún "otro" que opera como una amenaza imaginaria. Y es que en los momentos de confusión, desconfianza y desorden nada es más efectivo para apaciguar los ánimos de un grupo humano que ofrecerles un enemigo al cual temer y combatir. El orden vuelve y el poder recupera legitimidad de esa forma, al menos por un tiempo. Como veremos más adelante, es posible que esto haya sido así desde que los humanos existimos, a pesar de que rara vez reflexionamos al respecto.

La importancia de detenernos ahora a pensar un momento sobre los orígenes y los mecanismos del poder político viene dada por un contexto mundial en el cual la autoridad de ese poder parece ir en franco declive y en el cual la confusión y la desconfianza parecen crecer a grandes pasos. Sabemos que se ha vuelto particularmente difícil para los poderosos y para las estructuras de poder el mantener su autoridad. Esta pérdida de poder del poder es descrita de manera notable por Moisés Naím en su libro "El fin del poder" , pero no intenta ahí explicar los mecanismos de la legitimidad política.

El poder, nos dice Naím, es "la capacidad de dirigir o impedir las acciones actuales o futuras de otros grupos o individuos (...) aquello con lo que logramos que otros tengan conductas que, de otro modo, no habrían adoptado" . Su función, en tanto, es social: "su papel no es sólo garantizar la dominación o establecer una relación de vencedores y vencidos, sino además organizar comunidades, sociedades, mercados y el mundo" . Así, en fin, el poder es el dominio de unos sobre otros que le da forma a una sociedad. Y ese dominio, para sostenerse, debe ser legítimo: por eso la legitimidad es el poder del poder.

La tesis de Naím es que los grandes poderes sustentados sobre amplios aparatos burocráticos están hoy perdiendo la confianza de las personas y la influencia que tuvieron a lo largo de los últimos dos siglos. Tanto en el ámbito político como en el militar, el filantrópico, el religioso y el económico, ellos han logrado ser desafiados con éxito por lo que llama "micropoderes": pequeños grupos organizados y flexibles. El origen de estos micropoderes, a su vez, se explicaría por ciertas transformaciones a gran escala vinculadas a un aumento global de la riqueza, la educación, la longevidad, la movilidad y las expectativas. Todo lo cual empujaría también a importantes cambios de mentalidad, haciendo emerger ciudadanías más exigentes, menos dóciles, más desconfiadas y difíciles de gobernar.

Sabiendo que el poder está en problemas, deberíamos saber también que la tentación de utilizar la maniobra de Diamante para recuperar autoridad se encuentra a la orden del día. En todo el mundo vemos que partidos, políticos y advenedizos que representan posiciones simplonas y extremas ganan adeptos agitando algún chivo expiatorio. Naím, citando a Burckhardt, los llama "los terribles simplificadores": "demagogos recién llegados que explotan los sentimientos de desilusión respecto de los poderosos, prometen cambios y se aprovechan del desconcertante ruido creado por la profusión de voces y propuestas" . Como comentario a tal definición, yo sólo agregaría que no es necesario ser un "recién llegado" para convertirse en un "terrible simplificador": la historia está llena de casos que muestran cómo actores tradicionales pueden reinventarse como feroces demagogos. Si alguien leyó la biografía de Fouché escrita por Stefan Zweig o el excelente libro de Juan José Ferrer sobre la famosa conjura de Catilina, tiene claro a lo que me refiero.

La pregunta, por supuesto, es qué hacer para salir del déficit de autoridad y confianza de una forma que no sea peor que el problema mismo. Y aquí es donde el exceso de simplificación teórica que en el libro de Naím es útil para poder realizar un diagnóstico general conspira contra los fines del propio autor una vez que ese diagnóstico ha sido completado. Y es que una cosa es saber que es preferible evitar a los demagogos y tratar de que los partidos profesionales recuperen su autoridad mediante un operar más horizontal y transparente, y otra es saber cuáles son las opciones disponibles para lograr eso. Para lo segundo, lamentablemente, no puede eludirse la necesidad de profundizar nuestra reflexión sobre el corazón mismo del poder. Y tratar de avanzar ese camino es lo que nos proponemos hacer aquí.

En su libro "Vivir juntos", Óscar Landerretche reflexiona en algunos párrafos sobre el poder, concluyendo que "el poder es opaco porque está construido por la discrecionalidad. Es decir, al menos incluye un potencial de arbitrariedad, si es que no el ejercicio entusiasta de ella. En gran medida el proceso de constitución del poder en la sociedad tiene que ver con la asignación de un 'beneficio de la duda' hacia quien lo ostenta. Los misterios de la política se hallan sumergidos en la alquimia social y cultural que genera ese 'beneficio de la duda'" . Y es, podemos decir nosotros, exactamente a escudriñar esa alquimia a lo que se dedica este libro.

Pensar sobre las fuentes de autoridad del poder y sus dinámicas es, entonces, nuestro objetivo. Y lo es porque si algo tienen en común todas las propuestas sobre "lo que hay que hacer" es que parten de la base de que es posible utilizar u organizar el poder de tal manera de conseguir los objetivos planteados. Por lo mismo, resulta crucial que antes de lanzarnos a demandar tal o cual solución contemplemos por un momento las características del medio que pretendemos utilizar para aproximarnos a nuestros fines y consideremos sus posibilidades y limitaciones. En otras palabras, es necesario evaluar el poder del poder: su origen, sus mecanismos y sus límites. El problema, por supuesto, es que pensar el poder exige plantearse preguntas fundamentales acerca del ser humano y tratar de darles respuesta o, al menos, encauzar la reflexión acerca de ellas.

Este pensar exige realizar una pausa que resulta incómoda para muchos en tiempos de conflicto que parecen más bien llamar a la acción. Sin embargo, la distinción entre ideas y acción es hasta cierto punto inconducente. Los conflictos sociales ocurren principalmente en el plano del sentido y explorar los caminos de salida a ellos exige necesariamente trabajar en ese mismo plano. Lanzarse simplemente a la acción convencidos de que "está claro lo que hay que hacer" no es, por un lado, prescindir de las ideas (bien decía Keynes que los hombres que se jactaban de ser prácticos actuaban en realidad guiados por ideas de pensadores muertos hace muchos años) ni es, por otro, lidiar con la realidad "tal como es", pues las realidades sociales y humanas están construidas principalmente, como dijimos, en el plano del sentido. Lo que sí pueden engendrar este tipo de llamados a simplemente actuar es una gran violencia, pues convocan a generar cambios en el mundo desde la pura convicción ideológica y el ejercicio de la fuerza, sin la pausa de duda y de ponderación que exige la reflexión.

Hannah Arendt trata este asunto en "El pensar y las reflexiones morales", donde afirma que el significado político y moral de pensar aflora "sólo en aquellos raros momentos de la historia en que las cosas se desmoronan" y los hombres se entregan a la irreflexión colectiva. En esos instantes, dice, el pensar deja de ser marginal en las cuestiones políticas y se convierte en una especie de acción, pues su efecto destructivo sobre las opiniones no examinadas libera la facultad humana del juicio. Y es esta facultad para distinguir lo bueno de lo malo, lo bello de lo feo, la cual "en los raros momentos en que se ha llegado a un punto crítico, puede prevenir catástrofes". Algo que todos los amantes de la acción de uno u otro bando, todos los convencidos de que "las ideas están" y lo que hace falta es "actuar", deberían considerar.

En suma, tal como nos dice Daniel Innerarity al cierre de su libro sobre la actual crisis, "todos sabemos que con el activismo no se combate la perplejidad, sólo se disimula. Nunca vamos tan rápidos como cuando no sabemos adónde vamos. Por eso una de las tareas de toda crítica política es desenmascarar esa falsa movilidad, aquellas formas de pseudoactividad cuya aceleración y firmeza se deben precisamente a que no se tiene ni idea de lo que pasa. Puede que en otras épocas pensar fuera una pérdida de tiempo; en la nuestra -cuando no podemos contar con la estabilidad de marcos y conceptos, ni confiar cómodamente en las prácticas acreditadas- pensar es un ahorro de tiempo, un modo radical de actuar sobre la realidad" .

El argumento de este libro es más o menos sencillo: trato de explicar la naturaleza mimética y social del ser humano y el potencial de violencia, y también de solidaridad, que ella acarrea. Muestro cómo las sociedades están fundadas en lo sagrado y luego, siguiendo al autor francés René Girard, planteo que la producción de lo sagrado y, por tanto, el mantenimiento del orden social a lo largo de la historia, está vinculado a la violencia sacrificial ejercida contra víctimas inocentes que luego son mitificadas. Explico que este mecanismo sacrificial es la fuente de legitimación de la autoridad: el poder del poder. Analizamos después cómo todo orden político incluye élites sostenidas en esa autoridad. Luego trato el problema de la modernización y la pérdida de eficacia de ese mecanismo -y, por tanto, la pérdida de autoridad del poder- debido a la secularización, la diferenciación funcional y la globalización. Explico por qué esto no detiene necesariamente la violencia, sino que amenaza con agravarla, aunque la fragmenta. Finalmente, sostengo que este orden plural y diferenciado también ofrece la oportunidad para pensar una sociedad que opere por fuera de la violencia sacrificial para legitimar su autoridad política, y trato de buscar pistas que nos permitan pensar tal idea.

Ya que en Chile suele confundirse el concepto de autoridad con el de poder, creo útil aclarar que, a lo largo del libro, cuando hablo de autoridad me refiero a la legitimidad del poder, y no al poder mismo.

 
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