La detención de una chilena ligada a ISIS revivió aquí los temores de estigmatización.
As Salam, la mezquita de Ñuñoa
Foto CLAUDIO CORTES
Apenas detuvieron a Francis Peña, la chilena vinculada a ISIS, la viñamarina que por amor se habría unido a ese grupo criminal en España, la comunidad islámica de Chile se puso tensa.
-Chuta- dijo el miércoles Ismail Torres, administrador de la Mezquita As Salam, la mayor del país, ubicada en Ñuñoa. A Peña la habían detenido el día anterior. La acusan de reclutar mujeres para el movimiento y de ser leal a esa agrupación de trastornados.
-¿Teme por esa joven?
-No. Temo que ahora nos van a apuntar con el dedo otra vez.
Los extremistas les han arruinado la tranquilidad. Cada vez que en Medio Oriente un fanático, invocando a gritos a Alá, guillotina la yugular de un inocente, o cada vez que detonan una bomba en lugares públicos, los musulmanes del planeta sufren un deterioro de imagen. Muchos piensan que hasta los rasgos arábigos se han vuelto impopulares. La barba tupida, según parece, se tornó una provocación. "Con lo que costó superar lo de las torres, ahora aparece ISIS. Y más encima detienen a una chilena", dijo Ismail, molesto.
El pensamiento de los musulmanes residentes es unánime: nadie elogia a los fanáticos armados. Nadie quiere a ISIS. El islam, dicen, propone el respeto y la vida profunda. El islam, dicen, aspira a la sobriedad. "Para mí los de ISIS son unos desgraciados. Pero generalizar, pensar que los musulmanes están con ellos, es cosa de ignorantes", lanzó Fuad Musa, musulmán converso, actual presidente del Centro de Cultura Islámica.
De todos modos, el estigma los hace vivir bajo sospecha. Tal vez por eso, ese mismo miércoles, ya con la noticia de Francis Peña difundida en todas las mezquitas, un musulmán provisto de barba y fe se puso a correr aterrado cuando un periodista lo interceptó en avenida Chile-España, cerca de la mezquita.
-¡No corra! ¡Sólo quiero hablar!- rogó la prensa.
-¡Ooh!
Y se produjo una persecución involuntaria que reflejó el pavor de aquel creyente. El periodista y el musulmán corrían enajenados por la calle. Uno pedía calma y el otro pedía en árabe su salvación a Alá.
En Santiago hay una comuna que ya tiene un adjetivo espiritual. Desde hace un tiempo hay quienes hablan de la Ñuñoa musulmana, que corresponde al sector aledaño a la Mezquita As Salam (Chile-España con Simón Bolívar). Muchos musulmanes, tanto originales como chilenos conversos, se han mudado a vivir cerca de su centro de oración.
-Yo les corto el pelo a los musulmanes. Son educados-, dijo Antonio Pino, dueño de la peluquería "Don Antonio", a dos cuadras de la mezquita.
-¿Retoca las barbas?
-No. En sus barbas no hay intervención de tijeras.
-Yo cocino sus panes sin manteca de chancho. Hablamos de todo-, dijo, por su parte, Rodrigo Jerez, dueño de El Tamiz, una panadería del barrio que nutre de productos adecuados a esta comunidad. Sin manteca animal.
De las tres mil personas que profesan este culto en Chile, da la impresión que un alto número se instaló en la zona ñuñoína. Por el barrio se ven niños con túnicas jugando fútbol. Musulmanes comprando comida china (sin chancho). Chilenos de corbata riendo junto a algún religioso ocurrente. "No hacen bulla", reveló Ramona, quien vive frente a la mezquita. "No sé, ahí andan con sus sábanas, sin meterse con nadie. Son raros", apuntó Virginia, otra vecina. Y, es cierto, se movilizan discretamente. El jueves en la tarde, dos mujeres con velo y un niño callado caminaban mirando el sol.
-¿Les puedo hacer una pregunta?
Rostros de pánico.
-¿Es grata la convivencia con los chilenos católicos?
-Mis amigas son musulmanas-, respondió Dima, palestina.
No admiten fotografías. No toman alcohol. No fuman. No muestran los brazos ni las piernas. No deben estar maquilladas para rezar. No es bien visto que usen el chat. Pero son felices y si se encandilan con un musulmán, de inmediato se debe establecer con ese hombre un estricto romance formal. Luego se casan. Además, opinan que las armas son negativas y ya se enteraron del caso de Francis Peña. "Esa mujer hace mal a las mujeres del islam", concluyó Dima. Luego se internaron por una calle de la Ñuñoa islámica.
"Yo, en algo parecido a la chilena detenida, me convertí al islam a los 24", contó Sainab (46). Trabaja en el centro de estética Marcela Stuardo, depila piernas y cree en Alá. Es Sainab para la religión musulmana y Soledad Aravena para el registro civil. Y ese día, justo cuando detuvieron a Francis Peña en España, ella dormía en brazos de un musulmán pacífico. Su marido es Ali, o bien Aquiles Rubio. Ambos son ex católicos que ahora tienen tres hijos musulmanes.
-¿Se convirtió por amor?
-Sí, pero por amor a Alá. Estaba insatisfecha con la religión católica.
Dijo que lleva una vida normal y que al trabajar se oculta el pelo con un pañuelo, pues el islam condena la coquetería. "También depilo hombres", declaró. ¿Depila hombres? "Sólo la espalda y la cara. Tuve que pedir permiso a mi guía espiritual para hacerlo", apuntó.
Algunos, a veces, la ven como una terrorista en ciernes. Otros la ven como una delirante. Sainab reclama que simplemente sigue una doctrina. "Y el islam es una gran religión", especificó.
A su vez, un chileno convertido al islam a los 21 años, Javier Oyarzún, Alí es su nombre espiritual, está orgulloso de sus creencias. "El islam es un manual de instrucciones para vivir". Se vive con normas y se vive contento. "Los musulmanes son sensuales", agregó. "Los musulmanes, dentro de la casa, son muy abiertos de mente. Un musulmán puede andar en pelotas en su casa y no será criticado".
-¿Y el ISIS?
-Es una aberración- dijo.
Se definió como chiita y dijo que la prensa los ha humillado. "Nos tratan mal", aseguró. ¿Por qué? "Por ignorancia", agregó. Todo eso, los crímenes de los fanáticos y una pésima figuración mediática, fomentó el estigma. Por eso hoy ya nadie confía en nadie. Por eso, el miércoles, el día de la detención, ese musulmán aterrado se puso a correr cuando un periodista lo buscó para hacerle una sencilla pregunta.
El periodista y el musulmán cruzaron la calle Simón Bolívar entremedio de los autos. El periodista agitaba los brazos y el musulmán perdía oxígeno. Al final, el religioso se detuvo y gritó desesperado:
-¿¿Qué pasa?? ¿¿Qué pasa??
-¡Quiero hacerle una pregunta!
-¡¡Yo no quiero preguntas, señor!!
-Cálmese. Soy amigo-, y el periodista alzó los brazos teatralmente.
-No me importa.
-Quería preguntarle si ha sentido prejuicios en contra suya por ser un vistoso musulmán...
-¿Y qué le parece? Venimos corriendo y gritando. ¿Acaso le queda alguna duda?-, y el hombre, que era marroquí, pidió permiso. Dijo que buscaba una farmacia. Era un musulmán emotivo y, apenas detuvieron a Francis Peña, le había empezado a doler la cabeza.