El fiscal Paul Martinson y su caso más duro: "¿Dónde estás, Kurt, dónde estás?"

Desde hace diecisiete días el fiscal de Las Condes, Paul Martinson, murmura, obsesivo, la misma pregunta dramática: "¿Dónde estás, hermano, dónde cresta estás?". Se pasea untado con bloqueador por los márgenes de San Pedro de Atacama, liderando la búsqueda más espeluznante de toda su vida. Premunido de ocho litros de agua y fe en Dios, rastrea cada tramo de tierra y su conclusión es devastadora.

-Es como si mi hermano Kurt se hubiese esfumado.

Kurt Martinson fue visto por última vez el 24 de noviembre a las 16 horas. Hasta entonces trabajaba en el Hotel Alto Atacama de San Pedro como guía turístico. Cuatro días después hallaron sus documentos, una mochila y su celular en la ribera de un canal de regadío. No hay más rastros y los testigos no han aportado datos eficientes. Circulan versiones imprecisas: unos dicen que corrió desnudo por una calle, otros que padecía alteraciones del ánimo y otros que cayó por un barranco. Por ese motivo, el hermano se hizo presente en la zona.

-¿Ha obtenido información relevante?

-Nada.

-¿Y cómo está usted?

-Muerto.

-¿Cómo?

-La verdad es que estoy agotado.

Se levanta a las cinco de la mañana dispuesto al milagro. Camina ocho horas al día y el desgaste no genera hallazgos. Come lo justo, casi no duerme. Cierra los ojos a las once de la noche y los abre tres horas después, asfixiado por la intriga. Piensa que la angustia lo mantiene en pie. Y si bien su hermano está desaparecido, el fiscal Martinson, en términos orgánicos, también está desapareciendo: en diez días ha bajado siete kilos.

-¿Cómo piensa resistir?

-No tengo idea. Lo único que sé es que hay que encontrarlo como sea. Como sea.

Y así, junto a una comitiva que mezcla a expertos, amigos, policías y gente conmovida, va de roca en roca, de árbol en árbol, de quebrada en quebrada. Y nada. El fiscal, un profesional de 32 años que en horario de oficina emplaza a delincuentes, que está familiarizado con tragedias, que investigó la querella por amenazas que varios ejecutivos Penta pusieron contra Hugo Bravo, sólo sabe que ahora cambió de bando. Es el justiciero que necesita un consuelo. El dolor y el pánico le rondan en la cabeza: "No quiero que esto sea un nuevo caso Matute". Suspira. Suplica. "Por favor, necesito terminar esta incertidumbre".

El inicio

El fiscal fue informado en horario de colación que su hermano se había vuelto invisible. Ese 24 de noviembre, en una tarde vulgar, Paul Martinson estaba masticando un pan frío a pasos de la Fiscalía Oriente, con la cabeza metida en un enredo judicial, cuando el mensaje lapidario le arruinó la paz interior.

-Kurt está desaparecido. Hay que poner una denuncia- le escribió su mamá.

Paul Martinson, fruto de la impotencia, disparó un garabato al aire y luego pensó en la familia. Pensó, con desorden, en Kurt, el desaparecido sin causa, el hermano mayor. Kurt, 35 años, un melancólico permanente, que en cierto modo siempre ha sido un poco invisible. Un guía turístico que ha trabajado en zonas extremas -antes de instalarse en el norte, estuvo en Punta Arenas-, y que a juicio del fiscal ha vivido sin hacer ruido. Pensó que él, Paul, es el convencional, el exitoso ajustado a reglamento, y Kurt, en cambio, es el creativo, el que persigue ideales. Pensó que se quieren mucho, pero que nunca hablaron de amor. Acto seguido, sin dejar que la emoción lo inmovilizara, compró un pasaje al norte. Tomó tres poleras y dos pantalones. Y se despidió distraídamente de su señora.

-Como fiscal, siempre pensé que ante una desaparición no era necesaria la presencia cercana de los familiares...

-¿Sirve de algo que estén los parientes?

-Antes de venirme a San Pedro tenía esa incógnita: ¿sirve o no sirve?

-¿Y qué piensa ahora?

-Pienso que tengo que estar aquí. Yo tengo que estar buscando a Kurt.

Búsqueda

El fiscal vive momentáneamente en una casa de San Pedro, propiedad de una amiga de su hermano. Convive con unas mujeres alegres, Luz María y Nicole. Admite que hace cuatro días le arrancaron una carcajada. Considera que fue un lapsus de entretención, pero al instante se introdujo otra vez en el horror.

Todos los días, a las 18 horas, la comitiva de búsqueda, con el fiscal a la cabeza, planifica nuevas rutas de rastreo. La reunión dura dos horas y son los momentos de mayor ilusión. "Es que pareciera que, si cumplimos lo pactado en la reunión, vamos a tener resultados concretos", opina iluminado. Todo se diluye un día después, al volver a la casa sin una sola novedad.

Apenas llegó al norte, y dado el oficio que tiene en materia de catástrofes, preguntó por un helicóptero. El rastreo por aire produce una ecuación alucinante: un minuto en helicóptero equivale a una hora a pie. El fiscal entró agitado a la comisaría de Calama:

-¡Vamos por ese helicóptero!

-Chuta. El helicóptero está malo, señor Martinson.

El fiscal no titubeó y arrendó un helicóptero privado. Le cobraron tres millones y medio por una hora de vuelo. Utilizó el servicio en tres oportunidades. Y pese a que ante una situación semejante las billeteras no lloran, Paul Martinson debió agregar un nuevo trastorno: "Esto también tiene un costo económico". Calcula que la búsqueda puede costar en total 200 millones de pesos.

-Además, los videntes no paran de llamarme.

-¿A qué se refiere?

-Cerca de treinta videntes me han ofrecido sus servicios. Todos dicen saber la zona en que está Kurt.

La psíquica de Chimbarongo lo llamó y le dijo: "Busque en el agua". Pero la zona está cruzada por numerosos ríos subterráneos. Otro lo llamó y dijo: "Busque entre las piedras". Pero el norte completo es rocoso. Otro le dijo: "Está entre árboles". Y San Pedro está plagado de bosques de espina. Un vidente dio un amplio diagnóstico: "Tengo la sensación de que está en un lugar con calor". El más audaz reveló: "Está en un lugar con gente que tiene distinto trato". Paul Martinson los ha desechado uno a uno. No cree en ellos, no los aprueba, los quiere lejos. Él sólo sueña con obtener, al menos, un dato concreto. A estas alturas, aspira a que únicamente Dios le mande una señal.

Aprender

Si el fiscal tuviera la oportunidad de decirle una frase a Dios, le diría: "Acato tu voluntad. Pero, como sea, déjame encontrarlo". Está empecinado en obtener certezas. Quiere volver a ver a Kurt y, sobre todo, quiere abrazar a su hermano.

-¿Cómo resume todo lo que ha pasado?

-Mi vida, sin duda, se divide en un antes y un después de esta situación.

-¿Hoy usted es otro?

-Me parece que ya nunca seré el mismo.

Su cambio es interno porque profesionalmente, afirma, será el mismo fiscal. Perseguirá a los que cometen los delitos y descarta, en ese sentido, que la desaparición de Kurt se relacione con una venganza por su trabajo. "Jamás he recibido amenazas", sostiene. Sus lecciones sólo son humanas. "Y han sido profundas".

-¿Qué aprendió, fiscal?

-Yo estaba un poco ajeno a las situaciones de dolor de otras personas. Me doy cuenta lo importante que es empatizar con el dolor de los demás. De verdad, voy a ser más empático con quien sea...

Promete volverse un hombre de acción ante las tragedias. No sólo empatizar, sino, además, actuar. Promete mirar con ojos más compasivos a las personas que porten el cartel que, fuera de cualquier ideología, dice: "¿Dónde están?". Promete, con la voz quebrada, tener más tiempo para la familia y menos para el trabajo. Promete, enfáticamente, que ahora sí va a expresar sus sentimientos.

-Voy a aprovechar todos los momentos que tenga con las personas que quiero...

-¿Se arrepiente de algo con respecto a su hermano?

-...

Paul Martinson, por primera vez, no puede hablar. Toma una pausa para equilibrar los sentimientos. El fiscal está llorando en silencio.

-Te amo, Kurt. Eso es lo único que le quiero decir- y luego de esos segundos de fragilidad, Paul otra vez se pone de pie. No puede desmoronarse en estos momentos. Todavía, incansable, se hace la pregunta: "¿Dónde estás, hermano, dónde cresta estás?". El fiscal debe seguir buscando.