En los últimos cinco años han proliferado los apicultores urbanos en Santiago. En Las Condes, por ejemplo, en patios de casas e incluso azoteas, han instalado colmenas donde pueden habitar comunidades de hasta 300 mil abejas y llegar a producir cientos de kilos de miel en una temporada. Las abejas se están muriendo en el mundo, pero en la ciudad parecen tener una nueva oportunidad de sobrevivencia, siempre y cuando los vecinos no se opongan.
Abejas urbanas
Foto Sabino Aguad
Teresa recuerda exactamente el 15 de octubre de 1999. Era el día de su santo, pero la celebración pasó a segundo plano cuando una nube negra, casi tan frondosa como un árbol, llegó hasta el patio de su casa ubicada en el sector de Manquehue sur, en Las Condes.
“Eran como un helicóptero que rondaba arriba de la piscina, a ratos se iban, pero después volvían. El zumbido era muy fuerte”, recuerda, sobre el día en que las abejas llegaron al patio de su casa para no irse nunca más. Carlos, su marido, también compara la nube con otros elementos para graficar su dimensión. “Era del porte de un níspero. Luego se fue compactando y quedó como una pelota de básquetbol colgada de ese naranjo”, dice, apuntando hacia el árbol situado al fondo del patio. “Ahí nos asustamos un poco”, recuerda.
Con los nuevos habitantes y sin saber muy bien qué hacer, Carlos trató de buscar alguna orientación en la guía de teléfonos. Ahí, entre millones de nombres, encontró los datos del único apicultor que en ese entonces había en Las Condes. “Lo llamé y le conté lo que nos estaba pasando. Me escuchó y me dijo:‘mire, usted tiene dos caminos. O llama a la municipalidad para que le vayan a retirar el enjambre, o se hace apicultor’.
Elegimos la segunda opción, obvio”, dice, convencido de que tomó la mejor decisión. A su lado, están las cinco colmenas que mantiene al fondo de su casa. En cada una de ellas pueden habitar, mínimo, 20 mil abejas.
Han pasado 15 años desde que este matrimonio recibió las primeras abejas en su casa y se volvieron apicultores, además de médico en el caso de Teresa e ingeniero especializado en minas en el de Carlos. Pese a que son los únicos en el barrio dedicados a esto, saben que en el sector de Colón con Vespucio hay otra persona tan apasionada por las abejas como ellos. Aunque nunca han hablado y no se conocen personalmente, tienen las mismas aprensiones al momento de hablar de estos insectos: que no se nombren sus apellidos y que tampoco se mencione la ubicación exacta de sus casas, para que sus vecinos no puedan reconocerlos y reclamar por la comunidad de más de 100 mil abejas que mantienen viviendo en sus patios.
Carlos y otros apicultores tienen una teoría que, según ellos, han podido confirmar en la práctica: las abejas tienen una mejor vida en la ciudad debido a que encuentran flores todo el año, agua en tiempos de sequía gracias al riego periódico de los jardines y no se exponen a los pesticidas rociados sobre plantaciones agrícolas. Por esto, creen emocionados, una urbe como Santiago puede ser una opción para hacer frente a la extinción.
ENFRENTANDO LA DEBACLE
Que las abejas están muriendo en todo el mundo no es una novedad. Hace 20 años unos agricultores franceses fueron testigos, por primera vez, del despoblamiento de unas colmenas debido a la ausencia de abejas, escena que se multiplicó de manera dramática en 2006, cuando este fenómeno recibió un nombre -el Síndrome de Colapso de las Colmenas- y evidenció, cinco años después, que cerca del 60% de la población de Estados Unidos había muerto, de la misma manera que el 50% de estos insectos en Europa.
Desde entonces hasta ahora se barajan más posibilidades que certezas sobre la causa de esta mortandad. Estudios de Greenpeace plantean, por ejemplo, que sin abejas la productividad de las cosechas bajaría en un 75%, considerando además que cerca del 90% de la flora mundial se reproduce mediante la polinización, en donde estos insectos cumplen un rol clave llevando el polen de flor en flor. Un estudio de la Escuela de Salud Pública de Harvard, publicado este año, señala que el uso de insecticidas neonicotinoides está relacionado con esta desaparición que se presenta en invierno, cuando las abejas abandonan las colmenas y mueren fuera de ellas; mientras que la Unión Europea –en donde por lo demás está prohibido el uso de este tipo de insecticidas– realizó este año un primer estudio de mortalidad, curva que abarca desde el 3,5 al 33,6% dependiendo del país analizado.
Sobre los agentes mortales que están afectando a las abejas, además de los insecticidas, los dedos apuntan a prácticas del agro como el monocultivo de especies que no les entregan alimento, a parásitos e infecciones que las afectan e, incluso, a las interferencias de las señales de celulares.
Pero así como las abejas están desapareciendo, hay escenarios en donde están comenzando a ser protagonistas. Desde 2010, aproximadamente, se han instalado panales de abejas en las iglesias y en los techos de los edificios de ciudades como París, mientras que en Londres se registran más de cinco mil apicultores urbanos entre un grupo de 15 mil del Reino Unido.
Si bien en Estados Unidos están prohibidas en ciudades como Nueva York, por ser consideradas animales peligrosos, en la Casa Blanca, en Washington, se mantienen colmenas de abejas para la producción de miel para los presidentes. Este año, la misma Primera Dama Michelle Obama plantó flores en el huerto de la residencia para que pudiesen ser polinizadas por sus abejas.
Sobre la apicultura urbana en Chile no hay muchos antecedentes ni estudios, principalmente porque el foco recién está puesto en la regulación de esta práctica a nivel agrícola. En 2002 se creó una Mesa Nacional Apícola en el Ministerio de Agricultura, para “profesionalizar esta práctica y comenzar a formar una estructura de funcionamiento entre el gobierno y los privados, la que en 2013 dio paso a la Comisión Nacional de Apicultura”, según explica Claudia Carbonell, directora de la Oficina de Estudios y Políticas Agrarias (ODEPA).
EL GURÚ DE LAS ABEJAS
Iván de la Vega dedica sólo el martes para hacer clases de química en un colegio. El resto de la semana, el profesor visita más de 20 casas en distintas comunas de Santiago para ayudar a quienes han decidido poner colmenas en sus patios, balcones e incluso techos.
“Tengo dos personalidades. En el colegio me llaman Franz y en las abejas me dicen Iván, esos son mis dos nombres”, dice, y suelta una carcajada. Se ríe, también, cuando escucha que algunos de sus clientes apicultores no le dicen ni Franz ni Iván, sino que Gurú de las abejas, debido a su experiencia.
Iván de la Vega se inició en la apicultura hace más de 30 años. “Una vez visité un fundo, cerca de San Vicente de Tagua Tagua, y ahí había una persona de edad que tenía unas colmenas muy rudimentarias. Me dijo que como yo era más joven, estudiara para que le enseñara. Y le hice caso; me metí en un curso, en 1984, pero cuando lo terminé y volví al campo, esta persona había muerto. De ahí comencé a tener mis primeras colmenas en el sector de El Canelo, en el Cajón del Maipo, pero después las tuve en el patio de mi casa”, recuerda.
El gurú, como Teresa y Carlos, también está convencido de que las abejas citadinas tienen condiciones más favorables para su vida que las del campo, dado que las que habitan las plantaciones rurales tienen el mismo horario que el fumigador. Los insecticidas que marcan su rutina, asegura, son los mismos que las están matando.
“El uso indiscriminado de estos químicos es la principal razón de su desaparición. En la ciudad, en cambio, recolectan flores de los jardines, toman agua gracias al riego para mantener estos lugares y tienen menos competencia. La ciudad se convirtió en una mejor alternativa para ellas”, dice, contento.
Iván de la Vega visita la casa de Carlos y Teresa, como también la de Nicolás, en Colón con Vespucio en la comuna de Las Condes. El es el único nexo entre estos dos apicultores.
EL SONIDO DE LA ABEJA
A las dos de la tarde de un día martes soleado, el zumbido de las más de 200 mil abejas de Nicolás es constante. Tiene ocho colmenas, dos de ellas con cinco cajones, las que pueden albergar una comunidad de 65 mil abejas cada una. “Supe de esto hace cuatro años. La familia de mi esposa es alemana y por ahí supe que en algunas ciudades de allá se podían tener colmenas en la ciudad”, cuenta Nicolás. Así, compró la primera comunidad de abejas, que incluye una abeja reina, un grupo de obreras y otro de zánganos, y comenzó a experimentar con la ayuda de un apicultor que también trabajaba en zonas rurales. “En el campo la gente saca diez kilos de miel de una colmena, en cambio en la ciudad puedes llegar a los 100 kilos. Aquí producen miel todo el año, por las distintas épocas de floración. Como vuelan distancias que no superan los tres kilómetros, encuentran flores cerca”, dice Nicolás con seguridad.
Él se pregunta si es que los vecinos escucharán el zumbido de sus miles de abejas, un poco atemorizado, aun cuando no ha tenido ningún enfrentamiento con sus vecinos. En el sector de Manquehue sur, Carlos y Teresa sí.
VECINOS INVASORES
Aunque Carlos regala miel a gran parte de las casas cercanas a la suya, hace algunos años la persona que vive atrás de su terreno lo obligó a retirar las abejas, alegando que era alérgico y amenazándolo de que si no lo hacía, llamaría al municipio para que las retiraran. Para él fue casi como deshacerse de una mascota. “Me las llevé a un lugar en Peñalolén, pero como estas eran unas abejitas más mansas, se murieron porque otras abejas de ese sector las atacaron”, dice con pesar, aunque al año siguiente, para su sorpresa, llegó un nuevo enjambre a su casa.
“Estoy convencido de que las abejas llegan donde las quieren. Buscan un lugar donde vivir, que alguien las proteja, las cuide y las mime”, dice Carlos.
Mirentxu Ruiz (54) ha sido testigo del pánico que producen estos insectos en la ciudad. Hace menos de dos meses, cuando llegó con sus dos colmenas a su casa en la calle Jorge Matte, en Providencia, en menos de tres horas tenía a funcionarios del municipio golpeando su puerta, alertados por los vecinos. “Fui a la municipalidad para averiguar y no existe ningún reglamento que indique que no se pueden tener colmenas”, dice segura.
En Chile no hay ninguna legislación que prohíba la práctica de la apicultura en la ciudad. De hecho, desde la División Pecuaria del Servicio Agrícola y Ganadero (SAG) señalan que no existe una regulación para la tenencia de abejas en zonas urbanas.
Mirentxu trabaja en una empresa de diseño gráfico, junto a su marido. Hace nueve años se preguntó cómo podía conseguir miel natural y decidió tener colmenas de abejas para consumir este producto sin ninguna intervención, siguiendo los criterios no invasivos de la apicultura biodinámica. Ella cumple un rol similar al de Iván de la Vega: visita ocho casas de amigos y conocidos y genera reuniones entre quienes están interesados en mantener colmenas.
Uno de los puntos que los apicultores consideran como un obstáculo en su práctica urbana es el gran temor de los vecinos de ser picados por una abeja y que esto les pueda generar una reacción alérgica o incluso la muerte. Iván de la Vega conoce el rechazo. “Todos los vecinos de la gente que tiene colmenas se dicen alérgicos a las abejas”, dice.
Sobre la mortalidad de las picaduras, Carolina Otero, académica del Center for Integrative Medicine and Innovative Science de la Universidad Andrés Bello y doctora en Inmunología, señala que “entre un 15 y un 25% de la población mundial presenta algún tipo de alergias frente al veneno de abejas, mientras que la tasa de mortalidad se estima en un 0,4 por millón de habitantes”.
Si bien el Gurú de las abejas no tiene actualmente colmenas en su jardín, se nutre a diario con el trabajo de las abejas de las casas que visita. “Siempre dije que me iba a retirar cuando los alumnos me cayeran mal, pero nunca he tenido problemas. En el colegio los alumnos me dicen que soy el profesor más relajado, y cómo no lo voy a ser, si veo un organismo en cada panal. Cuando uno ve cómo funciona una comunidad de abejas, se da cuenta de los problemas que tenemos como sociedad. Tengo a las mejores psiquiatras del mundo”, dice, con una sonrisa.