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El primer club de handcycling chileno: Con el mundo en sus manos

Son cinco jóvenes de entre 20 y 32 años. Desde publicistas a ingenieros, todos han alcanzado el éxito en sus disciplinas. Pero les ha costado un poco más: distintos accidentes los dejaron tetrapléjicos, haciéndolo todo más difícil. Hoy cuentan cómo han logrado salir adelante en un país poco adaptado para personas con discapacidad física.

por:  Revista Viernes/ La Segunda
viernes, 17 de octubre de 2014
handcycling

Foto Carlos Molina

Por: Javier Rodríguez Álvarez

Álvaro Silberstein (29) es ingeniero civil de la UC y está postulando para irse a hacer un MBA a California. Ha buceado en la Gran Barrera de Coral de Australia, ha saltado varias veces en paracaídas y siguió a la selección chilena en el último mundial de fútbol de Brasil.

Fernando Demaría (20) estudia ingeniería comercial en la Universidad Andrés Bello. Pololea, también ha saltado en paracaídas, le encanta jeepear por las dunas de Ritoque, y le gusta el reggaeton.

Tomás Mujica (33), agrónomo, y está casado con Irene, una ecuatoriana a la que convenció de venirse con él a Santiago luego de conocerla en el matrimonio de un amigo en Quito. Hace un año fueron padres de Juan Diego, su único hijo. A diferencia de Fernando, odia el reggaeton.

Javier Urzúa (28) es publicista y trabaja como analista de mercado del banco BCI. Puso un anuncio en una página para compartir departamento y ahora está como loco entrevistando posibles roommates. Le gusta leer poesía y filosofía.

Andrés Bisello tiene 27 y desde hace un año es dueño de Adaptado, una tienda online donde vende insumos médicos, sondas y productos de otro tipo para personas con discapacidad física. Además, viene de representar a la selección chilena en los juegos sudamericanos de rugby en Brasil.

A diferencia de los jóvenes de su edad, los cinco forman parte del grupo de más dos millones de discapacitados de Chile. Cada uno tuvo un accidente que los dejó tetraplejicos, sin movilidad de piernas y con la de los brazos reducida, obligándolos a aprender a vivir de nuevo.

Ellos cinco son los miembros de Handcycling Chile, el primer club deportivo de ciclistas con discapacidad física.


Los reclutadores

Domingo, Parque Bicentenario, Vitacura. Tomás Mujica pide ayuda para bajar de su camioneta BMW estacionada al lado de la Municipalidad de Vitacura. Una persona tiene que tomarlo de ambas piernas y otro de la espalda. La idea es pasarlo del asiento del conductor a su handbycicle. Esta es una bicicleta especial para personas con impedimentos en sus piernas, que involucra el movimiento de dos manivelas conectadas a una correa de transmisión con la rueda delantera. Así, los ocupantes pueden pedalear con las manos.
 
En el otro extremo del parque lo esperan Álvaro Silberstein y Javier Urzúa –dos de los cinco miembros de Handcycling Chile–, quienes, al verlo, lo saludan con un afectuoso golpe de manos. Apretón no, debido a que sus dedos no tienen movilidad.
 
Álvaro Silberstein es el menor de tres hermanos de una familia de deportistas. Su hermano Gabriel fue contemporáneo y compañero del Chino Ríos en el equipo chileno de Copa Davis. Él, cuando chico, se dedicó al rugby e incluso fue llamado a una selección sub 19, con el fin de participar del mundial juvenil que se disputaría al año siguiente en Sudáfrica.

En 2004 venía de vuelta de una discotheque en Bellavista, en el asiento de atrás, cuando un conductor borracho los agarró frente a la embajada de Estados Unidos. Todos salieron ilesos, salvo él, que quedó con una tetraplejia en la quinta vértebra cervical: esto le impedía volver a caminar, además de no poder mover los dedos de sus manos. Sólo tendría movilidad desde sus pectorales hacia arriba.

Dos años después, en 2006, el publicista Javier Urzúa se accidentó. Prefiere no referirse a ese momento, pero sí a la vez que vio a Álvaro Silberstein por primera vez, cuando éste fue a visitarlo. “Me dijo ´Mira hueón, salgo a carretear y hago mi vida normal y yo no podía creerlo. Era bacán que este gallo, que anda con un par de blue jeans rotos y una polera desguañangada, fuera un joven como cualquiera”, recuerda.

La curiosidad de Javier lo llevó a descubrir unas bicicletas, diseñadas para personas sin movilidad de piernas, que le permitía a quien la conducía desplazarse a mayor velocidad, sin depender de pedales. Aunque no tenía dinero para comprarlas, no se quedó sin probar cómo sería andar, nuevamente, en bicicleta: su kinesiólogo Rafael Rossi, especialista en deportistas con discapacidad física, le comentó que Ricardo Elizalde, actual presidente del Comité Paralímpico de Chile, había traído tres bicletas especiales. “Fuimos donde Ricardo a probarlas y de ahí no he parado de pedalear. Eso fue hace cuatro años”, recuerda Javier, quien después invitó a Álvaro y este último a Andrés Bisello.

Las juntas comenzaron a repetirse. Todos los domingos, los tres ciclistas llegaban a la casa de Elizalde en Lampa. Así, primero con mucho esfuerzo y luego con más vuelo, los deportistas volvieron a pedalear por el condominio, donde recorrían los 3,2 kilómetros de pista como niños con juguete nuevo. El esfuerzo que deben hacer para poder andar, claro, es muy grande, debido a que no pueden ocupar sus tríceps.

Los encuentros en Lampa eran coronados con un asado que el dueño de casa preparaba para sus invitados. En una de estas reuniones fue cuando se gestó la idea de formar el primer club chileno de handcycling, siguiendo el ejemplo de Alex Zanardi, ex piloto de Fórmula 1 que sufrió la amputación de sus dos piernas luego de un accidente. Fue él quien promovió el uso de estas bicicletas especiales alrededor del mundo, siendo incluso medallista de oro en la disciplina en los últimos Juegos Paralímpicos de 2012.

Luego vino el turno de incorporar a Fernando Demaría, el más chico del grupo. Fernando había sido seleccionado nacional de Enduro y representó a Chile en los últimos mundiales de México y Finlandia. El 24 de mayo del 2012, Nano, como le dicen sus amigos, estaba compitiendo en Talca. Quiso acelerar y su moto resbaló, yéndose hacia delante y golpeándose fuertemente el cuello con una loma.

Demaría sólo recuerda flashazos. Que no le sacaran el casco porque estaba seguro de que tenía el cuello roto. El viaje en helicóptero. La entrada a la clínica. Los doctores arrancando por un temblor y dejándolo solo en la sala.

Ese mismo día, desde su pieza en la UTI, tuiteó: “Hoy no fue mi día, espero que mañana sea un mejor día. Muchas gracias a todos los que estaban ayudando en las subidas de la especial de Enduro”.

Fue en la misma habitación donde recibió el diagnóstico de que sería tetrapléjico para siempre. “Obviamente, al principio pensé por qué a mí. Pero nunca creí que mi vida se había acabado. Lo único que quería era mejorarme rápido, y por lo mismo no falté un solo día a las sesiones de kine. Mi primera meta fue aprender a manejar”, dice.

Ahí lo fueron a ver Álvaro y Javier, siguiendo el mismo proceso que con los accidentados anteriores. “Somos una red, sobre todo los tetrapléjicos. Uno se entera de los que van cayendo a través de la prensa, y partís a verlo. Te consigues el teléfono y hablas con los viejos primero para cachar cómo están. Al final te terminan llamando, porque surgen millones de dudas”, explica Javier.

Al igual que Fernando, Andrés Bisello también estaba relacionado con las motos. En 2005 iba volviendo de un campeonato de enduro de Chillán a Cauquenes cuando, tipo cinco de la tarde, se quedó dormido y se desbarrancó. A partir de ahí, el mismo largo camino: hospitalización, terapia, volver. Hoy vive con su hermano, desde hace un año tiene su propia empresa online de soluciones para discapacitados y es vicepresidente de Handcycling Chile. Además, forma parte de la selección nacional de rugby para gente con discapacidades físicas.

“Nos juntamos a andar en bici, estamos en contacto. En su momento estuvimos tratando de conseguirnos auspicios, pero lo hemos dejado un poco de lado por lo demandante de las pegas de cada uno. La idea del club es darles la posibilidad a que más personas con discapacidad vean en el deporte una forma de sentirse libre, de sentirse vivo, de disfrutar la vida”, explica Álvaro quien, como sus compañeros, participa de las distintas maratones que se organizan en la capital arriba de su bicicleta.

Tomás Mujica fue el último de los reclutados por Álvaro Silberstein y Javier Urzúa. Recibió su bicicleta en junio, como regalo de sus tíos. Se accidentó cuando iba camino a Lolol, el 18 de febrero del año pasado. Un camión salió en reversa de una plantación de tomates, los frenos no le funcionaron a la primera, y terminó pegándole por su lado. Una vez trasladado a Santiago, le avisaron que tenía lesionadas la sexta y séptima vértebras cervicales. Nunca volvería a caminar, pero no tenía tiempo de echarse a morir: su mujer estaba embarazada de dos meses. “A la semana me di cuenta de que había dos caminos: o deprimirme y quedarme más solo, porque por mucho que haya sido grave, todo el mundo se aburre del que está llorando todo el día, o esforzarme por sacar lo máximo de mí y volver a hacer una vida como la que tenía antes”, dice Tomás.

A las pocas semanas de hospitalizado, Álvaro Silberstein fue a verlo, a pedido de uno de los kinesiólogos de la ACHS que lo estaba tratando. Tomás recuerda su primera impresión. “En ese tiempo yo era un saco de papas que con cueva se movía. Entonces llega Álvaro y me saluda. Lo miro y pienso ‘¡Pero este hueón se mueve! Empuja su silla con una lesión un poco más grave que la mía y si ellos pueden hacer estas cosas, yo también puedo’. Dependía de mí, de nadie más”.

Fue Álvaro quien le presentó las bicicletas y lo asesoró en la compra de la suya, que tuvo que encargar a Estados Unidos -porque en Chile no las venden- y que costó más de cuatro millones de pesos.

Chile no apto

Todos los días, Fernando, el ex seleccionado nacional de Enduro, se va manejando desde su casa en Chicureo hasta la Facultad de Negocios de la Universidad Andrés Bello, en Las Condes. Ahí sus amigos lo ayudan a bajar del jeep y subirse a la silla. Para él, su meta es volver al enduro, pero en un boogie. “La idea es adaptarlo después de un año y llegar a competir. Pero ahí estoy con problemas con mi mamá, que no me da permiso. Y la mamá manda”, cuenta riendo. Pese a que sus metas son altas, el paisaje urbano no ayuda mucho, por eso espera que Chile se convierta en un país más inclusivo con los discapacitados. “Acá es distinto a otros países como Estados Unidos. Si es que hay una rampa es en noventa grados. Usarla sería prácticamente un suicidio”.

Para Álvaro Silberstein, la situación de Chile depende de con quién se compare. Mientras con nuestros vecinos salimos bien parados, con los países desarrollados estamos, según él, a años luz. “Yo trabajé dos años y medio en una consultora e hicimos un proyecto pro bono con el Servicio Nacional de la Discapacidad (Senadis), armando la estrategia nacional para Chile, para hacer de este un país inclusivo para las personas con discapacidad. Pero resulta que ni siquiera sus oficinas eran accesibles. Tenían una rampa en la que necesitaba ayuda para subir. En el ascensor, los botones esta¬ban demasiado arriba… Entonces, que la oficina que vela por que todo Chile sea accesible no lo sea, es preocupante”.

Aunque Javier, presidente de Handcycling, reconoce mejoras, cree que, aparte de la infraestructura, tiene que haber un cambio cultural. “Hay una distancia que no se puede romper porque la única relación que hay con la discapacidad en este país se relaciona con un pianito lastimero. La Teletón, haciéndole la pega al Estado, le ha hecho un flaco favor a la concepción sobre la discapacidad, porque ésta hoy se asocia a la caridad, siendo que es un tema de derecho civil”, explica.

Tomás Mujica, el agrónomo que odia el reggaeton, dejó de trabajar en el campo y hoy se desempeña en el departamento de Medio Ambiente en Vitacura con Apoquindo. Hacia allá trata de irse todos los días en su silla de ruedas, en una carrera que le demora veinte minutos. Y aunque está de acuerdo con que la ciudad no está adaptada para los que tienen su condición, sí defiende el modus operandi de la Teletón. “La Teletón es puro márketing, pero tiene que ser así. Si no le das pena a la otra persona, no te dan ni un peso. Y la plata es necesaria’”.

Para mejorar esto, luchan desde sus distintas áreas. Mientras Álvaro y los demás siguen visitando a los nuevos “caídos”, Javier reparte su tiempo entre el trabajo del banco y la fundación Ciudad Accesible, donde se ha hecho cargo de un programa del festival Lollapalooza y genera proyectos de inclusión.

La rueda, para ellos, sigue girando.

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