Por estos días Hervi (70) vive tan atento a la contingencia nacional como a las vicisitudes del mercado de la remolacha. Llegó al humor gráfico a los 13 años y a la agricultura recién en 2010, llevado por el amor.
De paso por Santiago, el dibujante nos recibe en su casa, ubicada en un conjunto habitacional de La Florida. Esperamos en el living luminoso y cálido, mientras despacha vía internet la caricatura del día. El patio se extiende tras las ventanas y su escritorio, caóticamente organizado, está a metros de él. Es la factoría familiar. Desde allí sale cada día al menos un chiste, varias ilustraciones, se elucubran ideas que luego serán libros, exposiciones, conferencias o lo que alguien proponga y a él lo entusiasme. Es el rincón de Hervi, que ocupa poco espacio, pero es el centro de la casa.
En un muro y enmarcada, cuelga la desopilante lista de regalos que adjuntó al parte de su segundo matrimonio en marzo del 2010. Los novios piden obsequios tales como: "Un congrio blanco y radiante; un rayo misterioso, un busto ecuestre de Saddam Hussein...".
"Nos reímos mucho con la Paty haciendo la lista -cuenta Hervi-. Queríamos compartir el matrimonio y no complicar a nadie con los regalos. O complicarlos mucho, que es más o menos lo mismo".
Con una mezcla de timidez y afabilidad despliega sus originales sobre la mesa del comedor, ubicada al lado de uno de sus orgullos: dibujos originales de Mafalda, obsequiados por el propio Quino.
Nos instalamos con un café y recuerda que tras la crisis de 1982, volvió a El Mercurio, para trabajar como diseñador gráfico:
"Esa crisis se llevó tres empresas que había creado con otros socios, para ejercer mi profesión de arquitecto: una de diseño arquitectónico, una constructora y una empresa de publicidad asociada al sector".
Para entonces había cuatro hijos que mantener y las crisis ya le eran familiares desde que, con el golpe de Estado de 1973, terminó la alegre aventura del niño que descubrió en el dibujo una forma de libertad a la que no pretende renunciar.
Hernán Vidal Martínez nació en Santiago en 1943, hijo de doña Lucía, dueña de casa, y don Moisés, empleado de ferrocarriles.
La admiración por su hermano mayor, pintor y grabador, hizo que sus primeros juguetes fueran pinceles y lápices. A los 9 años lo becaron en la Escuela Experimental Artística, donde encontró sus amistades de la vida: el dibujante José Palomo y, tiempo después, los hermanos Alberto y Jorge Vivanco.
A los 13 años llegó con sus dibujos a El Mercurio y a poco andar trabajaba en revista Mampato. Luego encontró lugar en el taller de René Ríos Boettiger (Pepo), creador de Condorito, quien se convirtió en su maestro y mentor. Paralelamente, creó para la revista La Voz, del Arzobispado de Santiago, uno de sus primeros personajes, el angelito Malaquías. Cobró sus primeros sueldos siendo menor de edad, por lo cual debía retirar los cheques acompañado de su madre.
De allí en más la historia se hace vertiginosa. Termina el colegio, entra a la Universidad de Chile para estudiar Arquitectura en el Santiago de los 60: hippies , citronetas, chicas a go-go , mayo del 68 y todo teñido por la esperanza del cambio social. La arquitectura fue desplazada por la urgencia de dibujar y reírse de todo y con todos. Con José Palomo y los hermanos Vivanco crean la revista La Chiva, una empresa autogestionada en que los socios asumían desde inventar y dibujar las historias, hasta distribuir, vender y cobrar. Las citronetas de tres de los socios fueron inmoladas a la sobrevivencia del proyecto, pero nada importaba: "repetiría feliz la historia -dice-, lo pasamos muy re bien". Poco después, la apuesta política en la que pusieron todas sus fichas triunfó y comenzó el gobierno de la Unidad Popular.
Hervi, Palomo y los Vivanco se embarcaron en la Editora Nacional Quimantú. La velocidad con que vivió cada uno de sus días se triplicó y el final de esa parte de la historia es conocido:
"Tras el golpe, algunos de mis amigos fueron presos, otros se exiliaron o desaparecieron. Elegí quedarme, a cargo de mi padre ya viudo, porque aunque no tuviera trabajo y sí mucho miedo, es mi país".
Volvió a la universidad y en 1975 se tituló de arquitecto. Años después se casó por primera vez. Parecía que nunca más volvería a dibujar para vivir.
En 1977 dibujó la portada debut de revista Hoy, primera publicación opositora al gobierno militar. Desde allí el humor gráfico intentaría renacer.
"El primero y más valiente de todos fue Rufino -dice-, luego me sumé yo y el asunto se trataba, edición a edición, de ir ganando un poquito de espacio. Liberar la risa parecía un primer paso imprescindible y en eso nos pusimos a trabajar".
Cansado de que muchos de sus dibujos fueran prohibidos porque se les atribuían ocultos mensajes, optó por el absurdo del absurdo:
"Dibujaba un elefante. A veces enorme, parado en una ramita bien frágil de un árbol enclenque. A veces oculto o asomado detrás de algo -se ríe-, no significaba nada. Sólo quería ver los argumentos para censurar mi elefante. Y cuando se publicaba, recibía cartas de lectores bien cómplices, que escribían: 'Entendí lo que quiere decir: el elefante es el PC en la clandestinidad' o 'Queda clarísimo: el elefante es la dictadura que nos observa'... empezábamos a encontrar el lado cómico de una situación imposible".
En 1982, el mismo año que quebraron las tres empresas que logró levantar, creó para revista La Bicicleta a "Supercifuentes", superhéroe gordito, calvo y cesante, siempre atento a las noticias y que nunca entendía nada de lo que pasaba. Su meta era remediar injusticias y siempre, en el último cuadro de la historieta, terminaba preso buscando explicarse por qué su nobleza no era valorada.
Cuando volvió la democracia, nació su quinto hijo y al poco tiempo Hervi estaba separado, a cargo de la tuición de todos sus niños y ejerciendo sus pasiones de cocinero en su propio restaurante (El Retablo) del barrio Bellavista. Su afiche para la campaña del No fue una pieza emblemática de ese momento histórico y el dibujo para medios chilenos y extranjeros nuevamente era su modo de subsistencia
De pronto se ilumina la cara del entrevistado y mirando hacia la entrada dice a alguien a mis espaldas:
-Hola, ella es Patricia, mi esposa.
Se ve muy joven, tiene una sonrisa simpática y pregunta si en verdad no molesta. La invitamos a quedarse y la entrevista se vuelve conversación.
-¿Cómo se conocieron?
"Alguna vez quise explorar la literatura y Pía Barros, buena amiga y mejor escritora me invitó a su taller", dice Hervi.
"Y la Pía, que siempre le andaba buscando posibles novias, empezó a contarme de un dibujante, tan culto, tan sensible, tan simpático, tan buen cocinero. Yo estaba un curso más abajo que Hervi en los talleres", cuenta Patricia.
"Y nos conocimos, y nos cargamos", acota él, divertido.
"Tu no me cargaste. Pero me pareciste muy grande -contesta Patricia-. Me daban más ganas de decirte tío que de pololear contigo", y ambos se ríen.
Pasó el tiempo, el dibujante se puso de novio con otra pareja y Patricia tuvo a Damián. Se reencontraron en una fiesta y se enteraron que el uno ya no estaba de novio, la otra no se había casado y los 25 años de diferencia ya no les importaban. La historia terminó en aquella insólita lista de regalos y en un matrimonio que se llevó a Hervi la mayor parte del tiempo a Linares, donde indaga en los misterios de siembras, cosechas, fertilizantes y pesticidas; que son los que ocupan a su esposa desde que el padre le delegó la administración de la empresa familiar.
"Nos reímos mucho juntos. A veces la Paty me da ideas para mis historias y en esos casos, agrego su nombre a la firma. Pero el mío siempre va más grande", concluye, bromeando
"Lo tengo amenazado con venderle ideas a Jimmy Scott, que hace caricaturas para la competencia", dice ella.
La complicidad es evidente y Patricia se esfuerza por contar aquellos aspectos que Hervi minimiza porque -dice ella- "es muy modesto". Surge el tema de la nueva gráfica chilena, movimiento creado el 2000 y liderado por el actor y guionista Rodrigo Salinas para recuperar la tradición de humor político en Chile.
-¿Qué te hace reír de Chile hoy, Hervi?
"Muchas cosas, pero sobre todo los políticos. Se toman tan en serio a sí mismos, todos, y no sé si son tan serios en lo que hacen. Pero esa solemnidad con la que dicen cosas no tan importantes, el poder y sus absurdos, son mi material de trabajo todos los días".