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El Niño: ¿El regreso de los paraguas?

Aunque algunos expertos aseguran que El Niño traerá más precipitaciones y de mayor intensidad, otros ponen en duda que así sea y que este episodio sea relevante para paliar la escasez hídrica.

por:  Bernardita Castillo, La Segunda
lunes, 02 de junio de 2014
El Niño

Foto Archivo

Los recientes anuncios de la Dirección Meteorológica de Chile respecto de que se espera que este año se presente el fenómeno de El Niño, atrayendo intensas lluvias sobre todo en la zona central, abrió las esperanzas de quienes aspiran a poder recuperar la capacidad hidrológica del país y de los que piensan que esto podría paliar en algo la larga sequía que afecta la zona centro-sur, pero también el escepticismo de los que dudan que este evento efectivamente genere mayores precipitaciones, debido a que el cambio climático habría debilitado sus intensidades.
 En lo que sí hay cierto consenso es que para saber cómo será su arribo a costas chilenas hay que esperar.

No hay que perder de vista que la Oscilación del Sur (ENOS, por sus siglas en inglés) es un evento climático natural que se desarrolla en el Océano Pacífico ecuatorial central. Su fase cálida es conocida como El Niño, mientras que su fase fría como La Niña.

El Niño viene aparejado de un aumento en la temperatura superficial del mar y un debilitamiento de los vientos alisios, que son los que soplan desde la costa americana hacia el oeste. La Niña, en cambio, se caracteriza por presentar temperaturas superficiales del mar más frías de lo normal, una intensificación de los vientos alisios en el este del Océano Pacífico y períodos de sequía.

Para determinar si un año es ENOS o normal se requiere que exista una anomalía en la temperatura del mar de 0,5° sobre o bajo la temperatura normal –definida en promedio por los últimos 30 años– por al menos cinco meses, lo que en caso de ser así, se confirmaría en junio de este año.
 En Chile la última fase cálida de ENOS considerable ocurrió en 1997-1998, donde las precipitaciones fueron las más intensas desde 1982. Sin embargo, este fenómeno fue seguido inmediatamente por un evento de La Niña en 1998-1999.

Intensidad en duda

Como recién a mediados de año se podrá establecer científicamente si estaremos frente a El Niño o no, los expertos tienen sus pronósticos. Juan Quintana, climatólogo de la Dirección Meteorológica de Chile, observa que “el último trimestre ha habido una anomalía de sobre 0,5°, por lo que si el próximo trimestre esta condición sigue así estaremos frente al fenómeno de El Niño”. Eso, dice, no significa que necesariamente este 2014 vaya a ser más lluvioso.

Esta visión es compartida por René Garreaud, subdirector del Departamento de Geofísica de la Universidad de Chile y experto en climatología, quien explica que el año pasado estuvo muy frío el Océano Pacífico y en particular la parte tropical. “Hubo una rápida transición hacia más cálido y se tiene que pasar el umbral de 0,5°. Estamos a punto de entrar a una condición de El Niño relativamente débil. Donde está la duda es sobre la intensidad”, reflexiona.

Discrepa con estas proyecciones Rodrigo Cazanga, experto en cambio climático del Centro de Investigación de Recursos Naturales (Ciren), quien se basa en las estimaciones de la Dirección Meteorológica en orden de que este año caerían del orden de 700 mm en Santiago. Para él, aún es prematuro asegurar que veremos a El Niño, pues hay 49% de probabilidades de que sea así y 46% de que sea un año neutro, por lo que hacer este cálculo a esta altura “es tirar una moneda al aire”, dice.

Precipitaciones impredecibles

El Niño se manifiesta de distintas maneras en las costas latinoamericanas. En en la zona central chilena, por ejemplo, es más lluvioso en la temporada de precipitaciones (mayo-junio-julio), mientras que en el verano siempre es seco, al igual que en los años neutros. En la región austral, en tanto, los inviernos son más secos, mientras que en el altiplano, que se caracteriza por tener precipitaciones en diciembre, enero y febrero, en los años de El Niño esos meses también son más secos.

Distinta es la situación en las costas peruanas, particularmente lluviosas en diciembre, enero y febrero, en contraste con el interior del continente, donde El Niño genera años más secos.

Una de las cosas que hay que tener en cuenta, indica el experto de la Universidad de Chile, es que cuánto se eleva la temperatura del mar no tiene directa relación con las precipitaciones que habrá. A pesar de ello, sí han ocurrido eventos donde se da esa correlación, como en 1997, cuando la temperatura superficial del Océano Pacífico fue superior a 1,5° de anomalía y en Santiago hubo precipitaciones superiores a los 600 mm, siendo que lo normal es 250 mm.

“Hay años que sin Niño son muy lluviosos, o que siendo Niño son secos. Eso se explica porque también influyen otros factores, tales como el cambio climático, fluctuaciones en la periferia antártica y otras muchas fuentes de variabilidad climática y variaciones interanuales en la atmósfera”, precisa.

Para este año, la Dirección Meteorológica pronosticó que entre Copiapó y Curicó serán “lluviosos” los meses de abril, mayo y junio. En el caso de Santiago, las posibilidades de precipitaciones son del orden de 228 mm en el trimestre. Eso superaría el valor del rango “normal”, que es entre 74 mm y 185 mm.

Incertidumbre climática

Por lo pronto, poco se sabe sobre cuánto ha influido el cambio climático en El Niño. Sin embargo, Patricio González, profesor de climatología del Centro de Investigación y Transferencia en Riego y Climatología (Citra) de la Universidad de Talca, estima que en la última década este evento ha ido decayendo.

“Según los estudios que hemos hecho, El Niño ha ido disminuyendo su potencia. Analizamos 150 años de registros pluviométricos para Talca y uno de los hechos más relevantes es que cuando comenzó el cambio climático y cayó la pluviometría, desde los años ‘90, El Niño comenzó a disminuir en cuanto a intensidad respecto de lo que habíamos observado en las décadas de los ‘70 y ‘80, cuando aún el cambio climático no se hacía tan presente”, subraya.

A modo de ejemplo, el investigador también menciona que en 2005, cuando nos visitó El Niño, llovió 30% más; es decir, en vez de 672 mm para un año normal precipitaron 855 mm. Ese mismo evento habría dejado en los años ‘80 unos 1.400 mm, asegura.

En la Dirección Meteorológica detallan que cuando se pronostica este fenómeno se espera que haya más días lluviosos, pero no necesariamente lluvias más intensas. “Los escenarios de máximos eventos extremos; es decir, aquellos en los que precipitan muchos milímetros en pocas horas, tienen que ver con el cambio climático. Hay mucha literatura que dice que producto del cambio climático en numerosas regiones del planeta se han dado eventos extremos más frecuentes; por ejemplo, en lugares donde en un día pueden caer 40 mm con estos eventos extremos caen 80 mm”, señalan.

¿El fin de la sequía?

En el supuesto de que este año efectivamente sea más lluvioso que los anteriores, muchos se preguntan qué repercusión eso tendría en el escenario de sequía. Escasa, aseveran los expertos. Patricio González explica que en El Maule han tenido seis años con déficit de lluvias y nieve, lo que ha llevado, por ejemplo, a que la Laguna de El Maule, que es la principal fuente para el riego e hidroelectricidad de la región, exhiba hoy 170 millones de m3 cuando debiera contar con 1.420 millones de m3.
 “No se ha tomado en cuenta el cambio climático y la sequía es difícil de revertir. Aun cuando haya un fenómeno de El Niño extraordinario, que no lo creo, la cantidad de nieve y la pluviometría no van a revertir estos siete años de sequía”, recalca.

No hay que perder de vista, explican en Meteorología, que generalmente con eventos de este tipo las temperaturas mínimas son mayores, por lo que la “Isoterma 0” tiende a irse a una mayor altura. En la práctica esto deriva en que las reservas de nieve son menores para los meses secos y, además, la lluvia a una mayor altura arrastra la nieve preexistente hacia los caudales de los ríos.

En el Ciren destacan que para establecer si un año es o no lluvioso debe haber al menos 25% más precipitaciones que en uno normal.

“Supongamos que este es un año extraordinario y llueven 700 mm. Eso va a mejorar el déficit, los embalses se podrán recargar y se recargarán las reservas de nieve, pero sólo van a estar menos secos. Con tres años consecutivos lluviosos, del orden de 50% más, y con nieve nos podríamos recuperar de la sequía”, establece Cazanga.

Juan Pablo López, director ejecutivo del Ciren, apunta a que la tendencia es a una disminución de las precipitaciones y por eso hay que trabajar como si estuviéramos en años críticos. En agricultura eso significa, dice, que toda agua que cae y no se aprovecha en el cultivo hay que guardarla en embalses o en el suelo, “y eso muchas veces no ocurre porque se tiene un mal manejo de los suelos”.

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