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Libro-testimonio relata el descarnado duelo de una madre cuyo hijo murió jugando en el patio del colegio

Magdalena Walker Mena lanza el próximo sábado 22 de marzo "El patio de Domingo", un texto escrito desde el alma, donde apabulla con sus cuestionamientos y su manera de armar un camino que le permita cumplir su anhelo: volver a encontrarse con su hijo.  

por:  Lilian Olivares, La Segunda
miércoles, 12 de marzo de 2014
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"Nunca nadie comprenderá, salvo quien lo haya vivido, lo que es dar el último beso de tu vida a tu hijo".

Lo dice la periodista Magdalena Walker Mena desde la experiencia. El último beso se lo dio al menor de sus cuatro hijos cuando ya su corazón había dejado de latir.

El corazón de Domingo, 12 años, se volvió loco un martes cualquiera, mientras jugaba fútbol en el recreo del almuerzo, en su colegio, el Tabancura.

Estaba sano cuando el 22 de marzo de 2011, entre una y media y veinte para las dos de la tarde cayó al suelo.

Fue todo tan inesperado que cuando a la salida de una reunión de trabajo recibió el llamado de su marido diciéndole que se fuera al tiro a la clínica, que al niño le había pasado algo, sólo atinó a correr al auto y a apresurarse en llegar, pensando en coordinar la rápida atención médica.

En el trayecto la llamó su hijo Fernando (16): "Mamá, es que lleva 10 minutos sin pulso", le advirtió. Tampoco lo elaboró; simplemente era un dato. "Quédate tranquilo", le contestó, y le dio instrucciones para que la enfermera supiera que ahí mismo tenían los últimos exámenes de control de Domingo, que le habían hecho la semana pasada y estaban todos buenos.

Magdalena llegó a eso de las dos de la tarde a la clínica, cuando a Domingo lo habían trasladado desde la camilla de un box de Urgencia a la UTI.

Ahí se encontró con el director del Tabancura, Jorge Alvarez, que iba con su hijo Vicente (13). La cuarta, la mayor, estaba en clases y Magdalena organizó por celular todo para que llegara a reunirse con ellos.

Mientras subían por el ascensor, le preguntó a Vicente qué le había pasado a Domingo, y el chico, que había sido testigo, le respondió: "No sé mamá, estaba en el patio jugando con sus amigos cuando se cayó".

Fernando jr. ya estaba a las puertas de la UTI junto el profesor Benjamín Prieto, que es médico y que le había hecho reanimación a Domingo. Eso era todo lo que sabía cuando, al consultar, le informaron que el médico hablaría con ella en media hora más.

Se lo dijo un doctor de barba, cuando ya había llegado su marido: "Les tengo malas noticias. Bueno, Domingo era un niño sano, un niño que estaba bien..."

-¿Y cuál es la mala noticia?

-No sabemos por qué el corazón de Domingo se volvió loco. Sufrió una bomba eléctrica que se llama fibrilación ventricular.

-¿Y cuál es la mala noticia? -insistió.

-Hicimos todos los esfuerzos. Más de los que debíamos. Muchos más. Y se murió.

El sábado 22 de marzo se cumplen tres años del hecho. Esa misma tarde, a las 19 horas, Magdalena lanzará su libro "El patio de Domingo". Lo hará en el mismo patio del Tabancura, donde jugaba su hijo cuando cayó al suelo y sus pulsaciones cesaron.

Durante estos tres años ha transitado por etapas malas y mejores. Sin embargo, ha logrado enfrentar el dolor sin paralizarse, movilizando a su familia y a la vez cuestionando lo sucedido.

En cuanto a la cotidianidad, tomó la decisión de retomar la rutina lo antes posible. En el libro cuenta que la muerte de Domingo ocurrió un martes y ya el viernes estaban todos trabajando.

-¿Cómo fuiste capaz de retomar la rutina a tres días del entierro?

-Creo que lo hice por miedo. Temí que si ahí parábamos se terminaba todo.

Como asesora de empresas, sabía que tenía que formar un gabinete de crisis. Pero esta era su crisis familiar, que la había golpeado donde más dolía. Nadie puede, desde la destrucción total, levantarse sin ayuda. Ella se dejó guiar por el capellán del colegio, el padre Andrés Monckeberg (hermano de Cristián, el diputado), que se convirtió en su pastor 24/7; y por una amiga sicóloga, Patricia Zañartu. Con su marido, Fernando Villanueva, acordaron respetar sus individuales maneras de vivir el duelo - porque "yo no soy capaz de compartirlo contigo", se dijeron-, sin obligarse a hablar de ello. Y a los hijos les dieron la misma libertad. Con el padre Andrés, su gran puntal, conversa no desde el corazón, sino desde el alma: "¿Cómo, si ellos, los niños que han muerto, están tan bien allá, en la más plena felicidad, por qué uno no puede ver un poco de ese bienestar para así gozar de esa felicidad? Yo no sé nada de Domingo", se lamenta. Pero se puso una meta: volver a ver a su hijo una vez que termine su tarea aquí. Y la quiere hacer bien, para lograr su objetivo.

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