Irónico, contador de historias, profesor renegado que cuestiona la educación tradicional. Padre amoroso, les pide besos a sus niñas, aunque diga que no hace mucho por ellas. En su adolescencia supo lo que era pasar miedo y enterarse de un golpe seco en qué se había convertido su país tras regresar del exilio en Francia. En esa historia se sintió actor, pero en la que relata sobre su abuela en su último libro, se abre a los recuerdos como espectador. Católico a su manera, el escritor espera el milagro que puede convertirlo en el sobrino de un santo.
Son pasadas las 4 y media de la tarde y Rafael Gumucio abre la puerta de su departamento con cara de sueño. Afuera, el sol cae con fuerza, mientras las ventanas abiertas invitan a que alguna brisa fresca se apiade de los residentes.
"¿Seguro que no te quedarás dormido mientras hablamos?", le pregunto, mientras se acomoda en un sillón.
"No, no, tranquila", responde, con los ojos achinados y voz cansina. Y se vuelve a mover buscando la posición correcta. Sus hijas Beatriz (6) y Carlota (3) corretean por ahí, entremedio de sus juguetes, así que hay ruido suficiente para mantener despierto al dueño de casa.
-Escritor y ¿humorista? Así te describen varias biografías.
-Es que soy el director del Instituto de Estudios Humorísticos en la UDP y algunos creen que por eso tengo que ser humorista, como si fuese condición para dirigirlo. Les pongo humor a las cosas que digo, pero eso aquí se transforma en humorismo. No me ofende, pero una cosa es ser un humorista como lo fue Cervantes o como es Nicanor Parra, y otra ser alguien que hace chistes en el Festival de Viña.
Dice que es su forma de reaccionar ante el mundo: "No es que sea una persona alegre y dicharachera; inconscientemente digo paradojas, tengo fallos en las palabras. Si no tuviera ausencia del sentido del ridículo, lo pasaría muy mal".
Credenciales para sacar sonrisas y carcajadas no le faltan. Trabajó en programas televisivos como "Plan Zeta" y "Gato por Liebre", donde el humor y la ironía eran los platos fuertes. También fue parte del equipo que escribía los chistes y titulares en el diario The Clinic, o los libretos para series como los "Toppins" y "Jaguar Yu". Y hoy, desde la tribuna académica, realiza un taller práctico para los alumnos de Periodismo, Literatura y Publicidad de la Diego Portales, además de entregar el Premio Nacional de Humor.
-El humor y la ironía están presentes en tus publicaciones, también muy autobiográficas.
-A veces es consciente, pero la mayoría de las veces, no. Cuento lo que me pasó, y como no corto las partes ridículas, suena divertido. No me censuro.
-¿Cómo te ha cambiado la vida tu rol de padre?
-No mucho. Para escribir no necesito silencio, ni tiempo, ni espacio. No sé por qué, pero logro hacerlo en situaciones de presión. El tiempo cuesta, y además en Chile son caros algunos servicios que deberían ser gratis, como la educación o la salud.
Estudió para ser profesor de castellano, pero asegura que ejercer "fue una experiencia traumática. No tenía la vocación. Tuve que terminar la carrera porque no me dejaron congelar".
En todo caso, sus ideas en materia de educación no son de las más ortodoxas.
"Creo que cuando uno ya tiene formada la cabeza, que es aprender a leer y a escribir, y hablar y calcular, la educación ya no sirve para nada -sentencia-. Nunca he entendido por qué a un niño se le enseña trigonometría o química o física. ¡Por qué tengo que pagarlo yo! Si quiere estudiarlo, que lo haga, pero con un maestro".
La tradición de Rafaeles en su familia suma seis generaciones, entre ellas, su bisabuelo (Gumucio Vergara) fue diputado y senador; su abuelo (Gumucio Vives) fundó la Izquierda Cristiana; y su padre (Gumucio Rivas) es historiador.
Su abuelo materno aportaría la cuota de genética literaria: Enrique Araya recibió en 1948 el Premio Municipal de Novela por la obra "La Luna era mi Tierra".
A la familia Gumucio Araya, que es la de este Rafael, le tocó vivir el exilio en Francia desde 1973, pero regresaron a Chile en 1984. Ya instalados, en vez de estudiar la enseñanza media en la Alianza Francesa, como podría esperarse, lo hizo en el Regina Pacis, un colegio subvencionado de Ñuñoa. "Es que repetí el último curso en Francia, por desordenado y flojo -recuerda-. Cuando regresé, omitimos ese dato. Como no entendían francés en la Cancillería, uno le iba traduciendo a la persona de turno. Así pude pasar. En la Alianza nos habrían descubierto. ¡Y yo no quería repetir!".
-¿Cómo fue pasar de la educación pública francesa a la educación subvencionada chilena?
-Al final no hay diferencias; los empujones y la mala onda son iguales, lo que importa es el patio. Lo que me gustó del colegio era su diversidad económica. La mayor parte de los alumnos venían de Lo Hermida, Peñalolén, La Faena. Después cambió porque, dateados por mi madre, comenzaron a llegar hijos de otros exiliados.
-De Chile a Francia, y de vuelta a Chile. Después partiste a España. ¿Andabas buscando algo?
-La otra vez, hablando con (Pedro) Peirano y (Angel) Carcavilla, recordábamos que cuando los conocí e hicimos Plan Z, yo llevaba 10 años de vuelta en Chile. Y la verdad es que me inventé una infancia acá para siempre tener tema.
-¿A ver...?
-Cuando todos hablaban de Julio Iglesias, de Camilo Sesto o de ciertos programas infantiles, eran temas con los que la gente tenía su memoria. Y yo no. Entonces, me entusiasmaba con cuentos que no me correspondían, entendía o celebraba chistes que no tenía por qué entender.
En la primera mitad de la década de los 80, que fue cuando la familia de Rafael regresó a Chile, el país no era exactamente un remanso de paz.
"Hay gente que le gusta ir a ver películas y a otros les gusta vivirlas -explica él-. Yo preferí lo último y la película estaba acá. En ese entonces, Chile era un campo de batalla donde se jugaban muchas cosas, mucho riesgo, horror, todo lo que las películas tienen. Y entré a actuar. Por ejemplo, el avión en que llegamos fue el mismo que después trasladó los restos de André Jarlan, que estaban esperando en el aeropuerto. Al día siguiente de llegar, Pinochet hizo una lista de gente que no podía volver y ahí figuraban mi mamá, mi hermano y yo, siendo que nosotros, los hijos, no estábamos exiliados. Eso nos obligó a estar clandestinos en Chile entre 6 y 7 meses".
-¿Vivías con susto, desconfiabas de la gente?
-Fue una prueba dura, pero repito, era la película. Lo pasábamos mal, era un ambiente de temor, pero también uno se enamora de eso, de lo difícil que es todo. Aunque también existía una especie de engaño colectivo, donde estábamos protegidos por este mundo donde todos éramos de izquierda.
Los Gumucio son de origen boliviano, llegados desde Cochabamba para avecindarse en Chile. "Lo hicieron con cierta fortuna, pero por suerte, lograron perderla muy luego", ironiza su descendiente.
El que inició la saga fue Francisco Javier Gumucio Echichipea, socio fundador de lo que posteriormente sería el Banco de Chile. "Por supuesto, perdió la sociedad. Ahora soy sólo un cliente del banco y no VIP", cuenta el nieto, divertido.
En la familia Gumucio ha habido personajes de mucho renombre y prestigio. "Eso me ha pesado mucho y obligado a estar a la altura", asegura Rafael.
-Eran políticos, escritores, artistas, una familia con carácter.
-Y con un gran desprecio hacia la empresa. No sé, la historia cuenta que tuve una tatarabuela que era muy pesimista y que nos dejó el gen negativo. Luego, el hijo de esta señora hizo una revista en defensa de la Iglesia y del cristianismo. Eramos bien excéntricos, pero a la vez, conservadores ultracatólicos.
-¿Tú eres católico?
-Sí, pero muy poco practicante.
-¿La religión te ha ayudado en la vida?
-Mi religiosidad es como el ateísmo en la mayor parte de las personas. Es más intelectual, más reflexivo que vivencial. Muchos ateos creen serlo porque tienen teorías ateas, pero en su corazón viven creyendo. Yo soy un poco al revés: tengo convencimiento espiritual, encuentro al cristianismo razonable, artística y moralmente defendible, pero en mi corazón, vivo como si Dios no existiera. No siento ninguna tranquilidad ante la muerte, no estoy seguro para nada de que hay otra vida.
-Y sin embargo, pronto serás sobrino de un santo, porque Esteban Gumucio, hermano de tu abuelo, está en vías de canonización.
-Sería una de las cosas más cómicas que hay. El fue un hombre muy abnegado, talentoso, escribía canciones, algunas muy conocidas, como "El Peregrino de Emaús" y "El Alfarero". Luego de llegar al máximo puesto de importancia dentro de la congregación de los Sagrados Corazones, se fue a vivir por muchos años a las poblaciones de La Granja. Allá es venerado, incluso una calle lleva su nombre. Hoy está considerado "hombre santo", pero creo que aún falta un milagro. Así que cualquier cosa que el lector sepa, que avise por favor.