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La marcha va por dentro: Qué se siente ser uno entre los 120 mil manifestantes que el jueves coparon la Alameda

Fui a marchar, a gritar, a saltar, como uno más de los estudiantes que acapararon portadas en Chile y el extranjero. El siguiente es el relato de mi primera vez en una protesta ciudadana.  

por:  Miguel Ortiz A. / Fotos: César Silva
sábado, 13 de abril de 2013
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"Un pueblo puede tener piedras, palos y garrotes. Aun así, si no tiene libros, está completamente desarmado".

Pancarta de la marcha del jueves

El domingo pasado fueron 35 mil los maratonistas que corrieron por Santiago, convirtiendo la ciudad en una fiesta deportiva.

Pero el jueves fueron más, muchos más, los que salieron a las calles para pedir una mejor educación. Según los organizadores, sumaron unos 120 mil los convocados... y yo diría, aplicando ojímetro, que fueron más.

Confieso que fue mi primera vez: becado, estudié Periodismo en una universidad "cota mil" y en esos años -comienzos de la década pasada- no creíamos necesario marchar. A poco andar de su gestión, iniciada el año 2002, Sergio Bitar (PPD), como ministro de Educación, implementó la PSU en reemplazo de la Prueba de Aptitud Académica, logró la aprobación de la reforma constitucional que establecía la obligatoriedad y gratuidad de la educación media, sacó adelante la ley de evaluación docente... e inauguró el sistema de Crédito con Aval del Estado para la educación superior.

Como se ve, y con la óptica de hace 10 años, todos pueden ser considerados "avances". Lo que no sabíamos entonces -y que hoy se ha hecho evidente, gracias al grito desesperado de los propios afectados- es que ese nuevo sistema terminaría por oprimir a los estudiantes de menos recursos, favoreciendo las desigualdades.

La siguiente es la crónica, en primera persona, de tres horas como manifestante y de mi encuentro con Karla, la niña del piercing que vende completos en Maipú.

Merchandising del lucro

Son las 10:00 AM del jueves 11 de abril de 2013. La Alameda está cortada, lista y dispuesta para recibirnos. Hoy marchamos universitarios, secundarios, profesores, trabajadores de consultorios municipales, padres, apoderados... y hasta "abuelitos" que, pancarta en mano, piden por la educación de sus nietos.

Hace frío, pero las batucadas y los puchos ayudan a entrar en calor. Breves "ráfagas" con olor a marihuana se hacen frecuentes. Los vendedores ambulantes, cómo no, se aprovechan de las circunstancias: ofrecen banderas de todo tipo, chilenas, mapuches, gay. El merchandising con el "fin al lucro" es monumental. Vaya contradicción. Chapitas. Hasta te estampan la polera si quieres. Y sánguches con hamburguesas de soya, sushi , cigarros sueltos... y limones, obviamente, para cuando caigan las lacrimógenas.

Hay caras de sueño, pero el ambiente es de festejo. El numeroso contingente de Carabineros permanece agazapado en las calles aledañas, atentos a cualquier desorden. "El que no salta es Pinochet", grita una alumna del Saint George, y sus compañeros le siguen el juego. ¿Lo más gritado? Que "la educación chilena no se vende, se defiende".

Giorgio Jackson, hoy convertido en candidato a diputado por Santiago centro, es uno de los primeros en llegar. Anda enojado porque aparece en un panfleto junto a Camila Vallejo, algo que él no autorizó. Pero el asunto se le olvida pronto, porque la convocatoria ha sido un éxito -vozarrón de Claudio Palma de por medio, en un video que ya suma casi 200 mil visitas en YouTube- y el cielo, poco a poco, comienza a despejar.

Está lleno de perros vagos, pulguientos, persiguiendo ciclistas.

Encapuchados, por ahora, no se ven.

Ser parte de la historia

A eso de las 11:00 AM, cuando la Plaza Italia (y sus alrededores) ya no dan abasto, comenzamos a avanzar. Yo me uno a un entusiasta grupo de alumnos del Pedagógico. Entre pitos y flautas también les gritamos piropos a las colegialas del Carmela Carvajal, las más prendidas de la mañana: no paran de bailar y cantar, luciendo sus jumpers cortitos y pinches de todos colores.

Donde la violencia sí está desatada es en Twitter: en la red social del pajarito los pajarones se sacan los ojos y postean ofensas contra Piñera, Golborne y la Bachelet, a garabato limpio... demostrando, curiosamente, CERO educación.

La marcha en la calle es todo lo contrario. La buena onda es ley. Las bromas, los bailes, la música, los disfraces, el ingenio de algunos lienzos.

Muchas veces había visto pasar las marchas estudiantiles desde mi balcón, que da a la Alameda, frente a la Casa Central de la UC. Y muchas veces había reclamado, por los cortes de tránsito, por el ruido. Me había convertido, sin darme cuenta, en un vecino cascarrabias. Pero hoy, fue precisamente frente a mi balcón que, mientras marchaba, tuve un momento epifánico, como revelador: me sentí escribiendo la historia de Chile, entendí que formaba parte de algo importante. Fueron un par de segundos con la carne de gallina y la adrenalina a mil, rodeado de miles de personas, haciendo presión, gritando.

Es más fácil quedarse en casa, claro. Capear clases. Es más cómodo verlo todo por la tele. Es más taquillero twittear. Pero nada de eso es más efectivo que salir a la calle y decir 'aquí estoy', no quiero que la educación sea un bien de consumo, no quiero que sea un negocio, quiero que sea un derecho. A fin de cuentas, la marcha va por dentro.

Palo en la cabeza

De mi reflexión me sacó un palo en la cabeza. Sin querer, un alumno de la Diego Portales me pega con una bandera. Nada grave, en todo caso. Una colorina con un piercing en la nariz, harto guapa, me soba en el chichón... Se llama Karla y busca conversa:

-¿De qué carrera erís?

-Yo ya egresé. Soy periodista. ¿Y tú?

-Estoy estudiando Música, voy en primer año. Vine un ratito no más porque me tengo que volver a la pega.

-¿En qué trabajái?

-Soy mesera en un restaurante de completos en Maipú. Con eso me pago la carrera. Para mí sería increíble que la educación fuera gratis, por eso vine.

-¿Y tú, creís que lo consigamos?

-No sé. Como que cuesta creerles a los políticos. Piñera no lo quiere hacer y la Bachelet no lo hizo cuando pudo. ¿Golborne? ¡Cuek!

La conversación desemboca en calle Mac-Iver, a un costado del Mercado Central. Hemos atravesado ya todo el casco histórico de Santiago. Las batucadas, poco a poco, se han transformado en bailes nortinos, tipo La Tirana.

Los asistentes podrían dividirse en tres grandes grupos. Están los "engrupidos", que vibran sin cesar con las demandas del movimiento y son quienes organizan a sus compañeros, quedan disfónicos a poco marchar y saben de memoria la legislación. También hay quienes van a la marcha a pasarlo bien y convierten la manifestación en una fiesta, sacan latas de cerveza y utilizan la movilización como telón de fondo para escenas románticas, casi épicas... como esos pololos que se besan apasionadamente junto a los buses de Fuerzas Especiales. Y hay finalmente un tercer grupo, los sospechosos de siempre, los que vienen a revolver el gallinero y consiguen empañar nuestra marcha con desmanes y capuchas.

A estos uno los cacha al tiro, a la legua. Avanzan calladitos, piola, analizando los grupos, a una distancia prudente, crítica. "Son ellos los que dejan la cagada. Es un problema grande, porque después los periodistas, como tú, dicen en la tele que sólo hubo desmanes... y la gente se queda con esa idea, de que todos somos lumpen. Es injusto", me reclama un alumno de Derecho de la UC.

El discurso de los dirigentes sobre la tarima, fuera de la Estación Mapocho, estuvo fome del verbo fome. Hubo pifias, de hecho, y los aplausos eran más por cortesía que por adhesión.

Estábamos cansados. No queríamos más guerra.

Yo agarré mis cosas y me fui, a tiempo, tipo 13:30 horas. Como tantos, no quise ser parte de los desmanes.

Y no estaba ni ahí con conocer de frente al guanaco.

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