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"Chavismo" sin Chávez

por:  La Segunda / Carlos Ominami
miércoles, 06 de marzo de 2013
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Me encuentro entre quienes siguen la evolución de Venezuela desde hace mucho tiempo. Treinta años atrás tuve la ocasión de hacer clases en la Universidad del Zulia y más tarde estuve también en Caracas como ministro de Economía, ocasión en que conversé largamente con el Presidente Carlos Andrés Pérez, quien tuvo una actitud muy solidaria hacia los chilenos perseguidos por la dictadura.

Hace también varios años escribí unos trabajos sobre renta petrolera con un destacado economista y ex ministro de ese país, Ricardo Hausmann, con quien además me tocó negociar a principios de los 90 el Acuerdo de Complementación Económica entre Chile y Venezuela. Desde joven soy admirador y posteriormente amigo de Teodoro Petkoff, figura histórica de la renovación de la izquierda latinoamericana.

En años más recientes he estado en Caracas, en 2006 y 2012, como observador de las dos últimas elecciones en las que resultó triunfador por un amplio margen Hugo Chávez. En ambas ocasiones escuché atentamente los discursos de quien venía de obtener resonantes victorias electorales. Un largo discurso en diciembre de 2006 y uno mucho más corto, con toda seguridad expresión de su enfermedad, en octubre del año pasado. No deja de asombrar la fuerza de Chávez, sustentada en una mezcla de caudillo y predicador.

No soy un chavista. Pero, sobre todo, no soy antichavista.

Chávez no cayó abruptamente del cielo. No era en absoluto el típico militar golpista que se aprovecha de las circunstancias para encaramarse y aferrarse al poder al estilo de los clásicos dictadores latinoamericanos. Chávez fue otra cosa. Fue, sin duda, la respuesta de una gran mayoría de venezolanos pobres a la incapacidad y corrupción de las elites tradicionales para sustentar un desarrollo equitativo en uno de los países más ricos de la región. A decir verdad, Chávez surgió de una república y una democracia moribundas.

Un legado controvertido

El balance del gobierno de Chávez es objeto de polémica. Hay, sin embargo, datos duros que muestran realizaciones imposibles de negar. Por de pronto, en materia de pobreza y disminución de las desigualdades, los resultados se ubican entre los mejores de América Latina. En los últimos años la pobreza pasó del 62,1% (2003) al 31,9% (2011), según los datos del Banco Mundial; y el coeficiente Gini, que mide la desigualdad, es el más bajo de la región (0,41). Esto es el producto de una fuerte expansión del gasto social que permitió el desarrollo de vastos programas de lucha contra la pobreza. Como muestra, un botón: al inicio del primer gobierno de Chávez el Estado pagaba 387 mil pensiones de vejez, en la actualidad ese número alcanza a las 2,1 millones. No es poco.

El ámbito educacional ha recibido una atención preferencial. Venezuela eliminó el analfabetismo, la educación es gratuita y más del 70% de los niños asisten a guarderías públicas. A su vez, se ubica en el segundo lugar de América Latina en cuanto a la proporción de estudiantes universitarios sobre la población total. Asimismo, en salud destaca el fuerte aumento de la atención médica: mientras en 1998 había 18 médicos por cada 10 mil habitantes, en la actualidad alcanzan a 58 por cada 10 mil habitantes. Sería largo y tedioso continuar esta enumeración. El hecho es que, a diferencia de lo que históricamente ocurría, la renta petrolera se ha utilizado en medida importante para financiar políticas públicas en beneficio de los más desvalidos. Esto es lo que explica la mayoría social que sustentó a Chávez durante sus gobiernos y que hoy lo llora.

En el plano institucional, sólo los más recalcitrantes ponen en duda el carácter democrático de este proceso, expresado en la realización periódica de elecciones y una amplia libertad de prensa y de reunión. Pero quizá el principal legado de Chávez radica en los intangibles. Se dio dignidad y autoestima a un pueblo que no las tenía; y proyección internacional a un país extremadamente rico, pero poco respetado en el concierto internacional.

Como en la mayoría de los países de la región, la calidad de la democracia venezolana está lejos de ser óptima. Falta transparencia y una separación nítida en el accionar de los diferentes poderes del Estado. Por otra parte, los gobiernos de Chávez no fueron capaces de enfrentar con fuerza ni la corrupción endémica ni la delincuencia, lo que ha llevado a un aumento de la inseguridad.

La gestión económica ha sido también un frente débil. Cuesta entender que un país con una enorme renta petrolera no haya sido capaz de sustentar una estrategia de diversificación productiva, y que, en la actualidad, la población sufra la escasez de productos elementales.

La continuidad del chavismo

¿Cuál será el balance que recoja la historia? Difícil saberlo con precisión. Se sabe, sin embargo, que la historia la escriben los vencedores. Tomando muchos riesgos, me atrevo a adelantar que habrá -por así decirlo- "chavismo sin Chávez" por varias razones: la mayoría que se constituyó en torno a su liderazgo es demasiado importante para ser ignorada; los líderes del proceso que encabezó Chávez se mantendrán unidos -al menos por un tiempo-, porque saben que separados serán presa fácil de sus adversarios; tendrán que pasar todavía varios años antes de que los dirigentes de la actual oposición puedan conquistar la confianza y simpatía de la mayoría del pueblo venezolano.

Pero hay algo que es seguro: desaparecido el gran líder, sus sucesores no podrán continuar gobernando de la misma manera. El carisma de Chávez no tiene sustituto. Ello obligará a los nuevos gobernantes a intentar mantener las conquistas sociales en un régimen político menos personalizado y con mayores grados de institucionalización.

 
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