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El power espirirtual de la Kenita: Una sorprendente sanación con magia egipcia

Hace nueve años inició un camino espiritual, que la tiene hoy como aprendiz de una serie de terapias energéticas. María Eugenia tiene un don. Y lo quiere compartir.

por:  Miguel Ortiz/ La Segunda
sábado, 16 de febrero de 2013
María Eugenia Larraín

El power espirirtual de Kenita Larraín


Foto Claudio Cortés

El titular de “La Segunda” de aquel caluroso jueves 12 de febrero de 2004 causó impacto a nivel nacional. “ZAMORANO Y KENITA CANCELAN LA BODA”, decía, escrito con las tradicionales letras rojas de este vespertino.

Fue el final abrupto para un romance que, hasta ese momento, parecía escrito como un cuento de hadas.
Pero también fue el comienzo.

“El comienzo de algo mejor”, dice hoy —justo 9 años después— la modelo María Eugenia Larraín Calderón (39 años), sentada en el pasto del jardín de su casa, a pie pelado, con un vestido sencillo, de onda hippie.

Esta semana conocí a la Kenita. Conversamos largo y tendido. Se nos pasó la hora, de hecho, hablando sobre un tema que —hasta ahora— ella reservaba sólo para su entorno más cercano: su poder espiritual y el talento sanador que, a través de energías, se ha dedicado a aprender desde aquel negro 2004 en el que no se casó con Iván Zamorano.
El siguiente es el relato, en primera persona, de mi sorprendente experiencia como paciente de la Kena: le pedí que alineara mis chakras y me limpiara el aura. Y ella, quien se tomó el desafío muy en serio, hasta utilizó magia egipcia para sanarme de una dolencia, de larga data, que tengo en mis rodillas.

Un despertar diferente

Cuando la llamé para proponerle este reportaje, su primera reacción fue de cierto recelo. Me tramitó un par de días vía WhatsApp, hasta que —tras la intercesión de un buen amigo que tenemos en común— accedió a reunirse conmigo. En nuestra primera conversación telefónica me pidió mi fecha de nacimiento y mi nombre completo. Me preguntó si creía en las energías que mueven nuestras vidas (“sí, creo”, le aseguré) y me dijo que ese mismo día, a la distancia, me enviaría luz y sanación.

Dos horas después me sonó el teléfono. Era ella. Su voz se oía agitada. Me explicó que, “a través de los maestros”, había podido ver con absoluta claridad una dolencia que tengo en mis rodillas. Nada más cierto: desde mi época de colegio que siento esas articulaciones medio “oxidadas”. Me duelen si las dejo inmóviles mucho tiempo, o al hacer deporte. “Las rodillas representan la flexibilidad con que enfrentamos las pruebas que nos pone la vida”, me explicó.

Y luego se explayó en una serie de otros temas, más íntimos, que no detallaré aquí. Me habló de orgullos y rencores, también de mi relación con mis padres. Me dijo que chequee la posibilidad de que yo sea intolerante a la lactosa. Mientras me hablaba, tuve una extraña sensación: Kenita me conocía, a pesar de que —hasta hoy— nunca nos habíamos visto cara a cara.
Colgué el teléfono, comí algo liviano y me acosté a dormir.

Al día siguiente, mi despertar fue muy diferente al que estoy acostumbrado: las rodillas no me chirriaban y el sueño había sido reparador, profundo, como el de un niño recién nacido. Dicho en palabras simples: me sentía como nuevo. Inmediatamente le escribí a María Eugenia un mensaje. “En la vida, en absolutamente todas las cosas, no existen las coincidencias”, me respondió.

Esa misma tarde —en el día exacto del aniversario de su “no matrimonio” con Bam Bam— nos juntamos. Su mamá nos había preparado una bandeja con uvas, nueces, queso y chocolates. Tomamos un vaso de Bilz, bien helada. Tara y Polo, sus enormes perros regalones, salieron a recibirnos. Kenita se quitó los zapatos y sacó de su habitación un cuenco de cuarzo, con el que complementa sus terapias sanadoras a través del relajador sonido de la nota sol. Nos sentamos bajo la sombra de un árbol, junto a la piscina. La conversación fluyó con total naturalidad y confianza.
Así fue, por ejemplo, que Kenita me contó que su primer acercamiento a las terapias de autoconocimiento y sanación fue como paciente de reiki, el año 2004: “Fue después de que la gente c?  omenzó a decir cosas horribles sobre mi vida. Yo había topado fondo, emocionalmente hablando. Y decidí emprender una búsqueda. Las personas piensan que la felicidad está en las cosas externas, en el dinero, en un príncipe azul, pero la verdad es que la ayuda hay que buscarla dentro de uno”.

Entonces comenzó a ir a seminarios y charlas, a tomar flores de Bach y someterse a sesiones de acupuntura y biomagnetismo: “Son terapias complementarias, que sanan el cuerpo emocional. Yo soy de la teoría de que las enfermedades no son un castigo de Dios, sino una prueba, para que evolucionemos. Creo en Dios, pero no en un Dios castigador. No soy católica... no me gusta la religión del ‘por mi culpa, por mi culpa’. Las culpas son el origen del cáncer. No creo que esta vida sea sólo una oportunidad para terminar en el cielo o el infierno. Yo creo en la reencarnación”.

Su vínculo con Egipto

Todo esto Kenita lo habla con profunda convicción, con una cruz Ankh colgada al cuello: es la “llave de la vida” para los antiguos egipcios, enigmática cultura de la que ella es admiradora y aprendiz. Ha viajado a El Cairo en dos oportunidades, y quiere volver pronto: “Allá me reencontré con mis vidas pasadas. Fue maravilloso. En Egipto comenzó ésta, mi nueva vida”.

Fue allá también donde se inició en la magia egipcia y aprendió a contactarse con los maestros, “que son fuente de energías sanadoras (...) Yo los invoco y pido que sanen a las personas. Así te envié luz ayer. Les pedí a ellos que te cuidaran tus rodillas”. Estas técnicas, Kenita las mezcla con reiki y el sonido de los delfines: “Siempre supe que en las manos yo tenía un poder, un don sanador. Así, por ejemplo, yo siempre limpio las comidas y las cremas que uso. Para quitarles la carga negativa que puedan traer. Los animales, al morir, pueden estar sintiendo miedo... o estar muy estresados. Entonces después la gente se come también esas malas energías. Por eso es bueno limpiar los alimentos, y optar por una dieta más vegetariana”.

En su casa, decorada con jeroglifos en los muros, hay también muchos libros. “Leo mucho”, dice. Y me recomienda un título: “Los cuatro acuerdos”, del médico mexicano Miguel Ruiz. Se trata de un ensayo basado en la sabiduría de los antiguos toltecas. ¿Qué postula? Que el equilibrio interior se puede lograr a través de cuatro sencillas consignas:

1) Sé impecable con tus palabras.
2) No te tomes nada personalmente.
3) No hagas suposiciones.
4) Haz siempre tu máximo esfuerzo.

“Es un libro breve, pero muy potente. A mí me sirvió mucho”, dice María Eugenia. Y agrega: “La vida es como un gran teatro, en el que nuestro cuerpo es sólo el vestuario. Es el alma la eterna. Y hemos nacido para trabajar algunos aspectos específicos de nuestras vidas, como la humildad, la alegría, la generosidad. Tenemos que irnos puliendo, perfeccionando”.

—¿Y qué aspecto de tu vida es el que has trabajado durante estos años?

—El amor propio, la autoestima. Siento que hoy tengo una madurez distinta. Me conozco más. Mi trabajo está en la televisión, pero si tengo un don, creo que tengo el deber de potenciarlo, para ayudar a la gente. Por eso accedí a que vinieras a mi casa y conocieras esta faceta mía, porque creo que puede resultar inspirador para algunas personas. Quiero entregarles luz a los demás.

Kenita hace sonar el cuenco. Polo, el gran danés, despierta... y se acerca al rincón donde estamos conversando. Y ella le conversa, le da besos: “Tengo un amor enorme por los animales, a ellos también los sano, les entrego puro cariño”.
Se nos pasó volando el tiempo y Kenita debe irse a una clase de radiestesia, en La Reina.

La sesión de reiki que me había prometido tendrá que esperar: “Juntémonos otro día”, me dice, despidiéndose con un beso.

Fue sanador conocer a Kenita, a esta Kenita... la mística, la que se abriga con luces mucho más potentes que los flashes de la farándula.

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