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Una tarde de ajedrez sin escapatoria en la Plaza de Armas

Algunos (patudamente) lo consideran un deporte. Otros dicen que es el juego "más aburrido del mundo". Mi experiencia no fue ni lo uno ni lo otro: pasé horas defendiendo al rey... y conversando de estrategias políticas con un difícil adversario.  

por:  Por Miguel Ortiz A./La Segunda
sábado, 01 de diciembre de 2012
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"El rey no tiene escapatoria".

Eso significa la expresión "jaque mate", procedente del persa ' shâh mâta '.

Y sin escapatoria quedé yo -que de rey no tengo nada-, este martes, cuando me dejé caer en la Plaza de Armas... a media tarde. Bastó que pusiera un pie sobre el odeón, para que se me acercara don Enrique Cáceres . De bigote tejano y talonario en la mano, me conminó a pagar los $500 que cuesta jugar ajedrez "todo el rato que usted quiera". El sheriff , le dicen a él. Es el administrador de las 25 mesas desplegadas bajo la sombra, de lunes a lunes, invierno y verano, llueva, truene o relampaguee.

Porque el ajedrez es cosa seria. "Es juego de hombres bien hombres", me dice. Las únicas mujeres presentes son las reinas... paradójicamente, la pieza más poderosa y libre del tablero. "Pero no hay que olvidar que su función es defender al rey, como corresponde", apunta el sheriff , y suelta una carcajada.

Mi abuelo, Pedro Arrieta , fue campeón de ajedrez en su país, el vasco. Eso, al menos, era lo que me contaba cuando yo era chico. Y con él aprendí las reglas y algunas estrategias de este "deporte", como patudamente lo llaman algunos. Con mi abuelo también jugaba, en su comedor, con una caja-tablero que más tarde heredé, cuando él falleció. Todavía la conservo.

¿Cómo no iba entonces a tener algo de suerte, ahora?

¿Es posible ganarles una partida a los viejitos de la Plaza de Armas... aquellos mismos que llevan años practicando, a diario, "el juego de mesa más aburrido del mundo", según lo definió livianamente un amigo?

Ese fue mi desafío autoimpuesto. Reto que, más bien, terminó siendo la mejor excusa para conocerlos a ellos: los "reyes" de la plaza, de aquella plaza con cientos de peones-peatones, caballos-estatua, alfiles-policías y torres-patrimoniales. ¿Y quién es la Reina? "¡La Tohá poh!", responde un anciano. Y añade: "Pero por un tiempito no más... hasta que vuelva la Reina Madre, de Nueva York".

Pensé que estaría un ratito, y terminé instalado durante horas.

El siguiente es el relato en primera persona de un improvisado torneo de blancas contra negras. Todo en buena lid. A 32° de temperatura. Huyendo del jaque. Devanándome el mate.

Con 30 años... hace 30 años

A mi contrincante lo encontré sentado en una de las mesas, medio aburrido, esperando que alguien se animara a desafiarlo.

Don Jorge Lecaros llegó hace 30 años a la Plaza de Armas para jugar ajedrez por primera vez. Tenía él entonces 30 años, igual que yo ahora... también recién llegado al odeón, para poner a prueba mis habilidades. Don Jorge trabaja "vendiendo parcelas en el norte y en el sur", me cuenta: "Aquí en Santiago me hago los contactos, llamo pa' allá y pa' acá. Podría poner usted mi número de celular en el diario ah... anote, 96182219. Me haría un gran favor".

Representa mister Lecaros el perfil calcado de la mayoría de los caballeros presentes, unos 70, que tienen harto tiempo libre para dedicarlo al juego. En un 80% son jubilados, que viven de su pensión... y el 20% restante trabaja como independiente, haciendo peguitas temporales, pololitos de todo tipo.

"¿Y se atreve a una partida conmigo?", le digo, haciéndome el canchero.

Don Jorge me respondió con una mueca burlona y simpática: "¡Ja! Siéntate ahí, mocoso".

Y así comenzó la partida: defendiendo yo a las blancas, con mi batallón de tímidos peones, y él atacando con las intimidantes negras. Asumió don Jorge un rol de tutor que, admito, me molestó... porque, de alguna forma, me estaba mirando en menos de entrada. "No te conviene mover ésa...", "estás abriendo mucho espacio allá...", "esa jugada estuvo mal...".

Ataqué entonces con la torre, como de contragolpe, dejándole entrever que su oponente no era un "aparecido" en la materia. Tampoco soy Garry Kasparov, claro está. Pero a mí con ninguneos, no. Y Jorge -en ese momento decidí dejar de tratarlo de usted- acusó recibo:

-¡Aaaaah! Estái chorito... OK. Atente a las consecuencias.

Los viejos picotas

Me contaron en la plaza que "hay algunos viejos que son famosos por lo picotas... Están Juan Luis Pino y Claudio Meneses, por ejemplo, que se ponen bravos si van perdiendo".

Y están también los que hacen apuestas, pero "pa' callao". Son los menos, la verdad, pero siempre hay alguien al que le gusta ponerle más color a la cosa. En rigor, en la Municipalidad de Santiago "toleran" la presencia de los ajedrecistas, porque permiso para estar ahí... no tienen. Y es que no molestan a nadie, todo lo contrario. El presidente del «Club de Ajedrez Plaza de Armas», Jorge Salgado , logró conseguir hace poco "que las autoridades comunales se pusieran con una subvención, para poder mejorar nuestra implementación y el servicio de entretenimiento que ofrecemos a toda la comunidad". Esa platita, en todo caso, todavía no llega... "y por eso nos vendría re bien un auspicio, de alguna empresa, para organizar campeonatos y poder llegar a más gente".

La organización tiene "cientos de socios", cuenta Salgado, "pero activos somos unos 120 (...) Porque algunos no tienen las cuotas al día, y desaparecen. Otros han ido falleciendo", se lamenta.

Cada día se juegan, en promedio, unas 3 mil partidas de ajedrez, entre las tradicionales y las "blitz"... aquellas que, por regla y con reloj a mano, sólo duran entre 3 y 5 minutos. No se deja tiempo para pensar estrategias... hay que reaccionar con máxima rapidez. Experto en esa técnica es el "coronel Quiroz", como le dicen a uno... o don José Melwich, quien lleva 60 años jugando y es el más experimentado de los socios de este histórico club.

El llegó a jugar cuando no había ni mesas: "Nos sentábamos en las bancas, cada uno traía su tablero, buscando las sombras de los árboles".

El "power" de Don Francisco

Mi partida con Jorge ya llevaba 20 minutos. Me había comido 5 peones, un caballo y los dos alfiles. Yo sólo había conseguido arrebatarle un par de peones y una torre. Sin embargo -y según él mismo comentó- me lograba defender bien, "con alguna jugadas inteligentes, sorpresivas, que me descolocan".

"La gracia del ajedrez es que tiene un sentido de unidad muy potente. Todos trabajan en equipo. Un peón, parado en el lugar preciso, puede ser muy dañino. Aquí todos cuentan", comenta mi adversario.

Fue entonces cuando la conversación adquirió ribetes de otro tipo: "En cambio acá, en este país, cada uno va para su lado, a nadie le importa el resto, todos le faltan el respeto al resto... los curas se sobrepasan con los niños, los niños les gritan a sus papás... y los papás, que son cabros jóvenes, salen a la calle a gritarles a las autoridades políticas. Ni el más influyente de todos se salva".

-¿Y quién es el más grande?

-¿Quién cree usted?

-¿El Presidente?

-¡No pues! El con más power es Don Francisco. ¿Cómo cree usted que volvió a ganar Obama? Con el voto latino. ¿Y quién maneja el voto latino? Don Francis. Y si usted no se pone las pilas y se concentra... en este tablero también va a ganar el rey negro.

Poco a poco -y cuando ya llevaba 45 minutos de juego-, Jorge logró acorralarme del todo y debí botar mi rey, en señal de rendición. "Siempre es más digno entregar la partida que dejar que un peón te coma", me enseña.

Un gusto suicida

Entonces comenzamos una nueva partida, a cargo ahora yo de las negras.

-¿Y acá nadie hace trampa?

-A veces se forman peleas. Nada llega a los puñetes, en todo caso. Pero sí a los gritos. El ajedrez es un juego intelectual, lo que está en juego es el poder de la mente... y eso despierta los egos, las vanidades. Entonces claro, hay algunos que se calientan, se enojan. Pero nunca corre sangre.

También llegan "pelusones, cabritos jóvenes, ociosos, que por razones obvias tienen mayor rapidez de pensamiento... pero rara vez logran ganarnos", me cuenta don Alvaro Palacios (76), mientras lee El Mercurio.

Como estratega de las blancas tuve peor suerte. El juego duró sólo 15 minutos. Jorge me fue arrinconando, jaques de por medio, hasta su movida final, con un caballo, que no me dejó escapatoria. Sin perder la dignidad, sin embargo, avancé sobre el tablero y me di el gusto, suicida, de comerme un alfil.

"¿Se da cuenta de que queda expuesto a que lo mate con mi torre?", me pregunta.

-Estoy muy conciente.

-¡Bien! Como Salvador Allende, muriendo con la frente en alto. Retroceder nunca, rendirse jamás.

-Con esa analogía... ¿es usted Augusto Pinochet?

-Dejemos hasta aquí la conversa, mejor.

Y derribó mi rey. Y sonrió. Y dijo que fue un gusto. Y me pidió que me apareciera más veces por la plaza: "Es usted un buen oponente". Con ese cumplido me fui contento, cuando el sol ya amainaba, caminando por calle Merced.

Los viejos de la plaza juegan hasta tarde. Pero yo ya no estoy para esos trotes.

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