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Lo que el escritor Roberto Merino guarda en los rincones de su memoria

El elogiado cronista -y ahora rockero- presenta libro donde muestra sus ansiedades y fobias. Dice que la ficción le aburre y que a estas alturas "escribe y punto".  

por:  Juan Carlos Ramírez F., La Segunda
viernes, 05 de septiembre de 2014
Roberto Merino

Foto Ricardo Abarca

Todos los días, Roberto Merino (52) se toma un espresso en Providencia. Puede ser en el Tavelli o -para esta conversación- en la Heladería Sebastián donde, instalado afuera, saluda a amigos, conocidos y hasta un mendigo que dice cosas sin mucho sentido.

"Lo conozco desde que era chico y ¡es el colmo!", dice, antes de reflexionar sobre su exasperante estilo de bolsearle monedas a la gente. El tipo, luego de pedir plata mesa por mesa, se sienta a su lado y prende un cigarrillo.

Hace más de tres décadas que Merino hace lo mismo: contemplar, pensar y transportar lo descubierto en sus personalísimas columnas.

O en celebrados libros de crónicas ("es una forma de ensayo, en definitiva") como 'Todo Santiago' (2012, Hueder, Premio Municipal de Santiago) o 'En busca del loro atrofiado', reeditado el 2012 por el sello argentino Mansalva y uno de los libros del año según Clarín.

Y aunque dice que lo autobiográfico es apenas un elemento más para aproximarse a la realidad, en su nuevo libro 'Pista resbaladiza' (2014, UDP), que llega hoy a librerías, podemos llegar a conocer sus ansiedades, fobias e intimidades.

La gracia es que esos fogonazos de su vida personal están extraídos de sus propias columnas.

Entre reflexiones sobre la gente que quiere retirarse del mundo o los beneficios metafísicos de las caminatas nocturnas, podemos acceder a las calles privadas de alguien que ha convertido el ejercicio de caminar por Santiago una marca registrada.

Sin paciencia para la ficción

-¿En qué momento decidiste escribir porque era lo mejor que sabías hacer?

-A los 16. Fue una decisión explícita. Pensaba que sólo servía para eso y ya estaba viviendo como escritor, ya pensaba como escritor. No hubo ni siquiera titubeos, a pesar de las aprensiones familiares por mi futuro económico, totalmente razonables.

-¿Es verdad que del colegio no aprendiste nada?

-Es cierto. Esa fue mi experiencia. Es extraño. 12 años metido en una cuestión cuyos objetivos parece que no se cumplieron.

- Eso es medio incorrecto ahora que se idealiza el viejo sistema educacional.

-Hacer la celebración de la escolaridad sería en mi caso un embeleco retórico, una falsedad. Si tengo problemas anímicos siempre están vinculados a esa época, a la culpa de no cumplir y de aburrirse. Lo pasaba bien con algunos compañeros con los que nos reíamos mucho de estupideces, tengo buenos recuerdos de los ataques de risa.

-¿Por qué no te interesa la ficción?

-Porque no tengo talento ni paciencia para eso.

-¿Una decisión política frente a tanta oleada de narradores?

-Es que de los autores de ficción que me gustan y a los que vuelvo siempre, me interesa cómo proyectan una imagen de realidad. Este mecanismo funciona igual en lo que se ofrece como ficción y en lo que no. Pero aparte de esto la imaginación ajena me aburre mucho.

"Yo llego y escribo"

Merino dice que antes preparaba mucho un texto. Leía cosas anexas, estudiaba, hacía esquemas. "Ahora no necesito hacer tanta ceremonia. Yo llego y escribo. Yo creo que mentalmente proceso mucho durante el sueño y en las horas muertas. Al momento de escribir ya hay mucho trabajo adelantado de esta manera".

Y agrega: "Cuando no me resulta es cuando me quedo pegado con la pantalla en blanco, me bloqueo, no se me ocurre nada. Pero si logro escribir hasta el final del espacio asignado, tengo la seguridad de que el texto está medianamente bien".

-¿Pero tienes un "shit detector" a lo Hemingway?

-La crítica la voy haciendo mientras escribo. Está incorporada en los procedimientos. No pienso en términos críticos. Simplemente tengo la capacidad de orientarme rápido en el plano de las palabras.

-¿Revisas tus textos antiguos y dices: "¡chuta, cómo he evolucionado!"?

-No tengo ninguna relación con eso. Guardo carpetas con papeles escritos, guardo computadores llenos de archivos, pero si esos registros fueran destruidos yo no sabría cuál era su contenido. Cuando me reeditaron 'Melancolía artificial' me pidieron poemas adicionales. En un computador viejo encontré, "Feriado", que me gustó mucho y que lo tenía absolutamente olvidado. Ni sé cuándo lo escribí pero ahí está.

-¿Qué te pasa cuando te felicitan, elogian o critican bien?

-Todo lo que sea buena onda lo recibo con alegría. Considera que estamos en un lugar donde el resentimiento, antes despreciable, se ha convertido en una conducta frecuente, masiva, justificada a veces con chivas intelectuales. Si a alguien le va bien en lo que hace, en un sector de la gente que anda por ahí cerca esto genera desconfianza.

-Un clásico, ¿no?

-El problema es que cuando alguien me felicita por un texto, al momento de escribir el siguiente se me aparece el fantasma de esa persona como diciendo "ahora no me decepciones".

-¿Te siguen pareciendo "unos viejos de mierda" los de tu edad, como dijiste?

-No sé por qué dije eso, es un tipo de brutalidad que a veces uno usa en la conversación informal. En este caso la frase fue registrada en una entrevista y además fue directamente al título.

-Al final nada es tan grave tampoco.

-Claro. Desconfío de esa gente que tiene una tesis muy armada y que anda pavoneándose por ahí. Cuando quieres escribir y pones mucho dato, no funciona, te estancas. Ahora manejar datos e información no es ese mecanismo de poder que le daba superioridad a la gente, como antes.

Demoliciones

-Me imagino que te debe horrorizar cómo se demuele Santiago.

-La destrucción del viejo Santiago me entristece, no sé por qué se eligen con pinzas las casas más bonitas para ser demolidas.

-¿Te asusta cuando un viejo barrio se empieza a poner "de moda"? Dicen que es la primera señal que desaparecerá.

-No me asusta, Lo que llaman la "gentrificación" muchas veces es un salvataje real de barrios que iban al empobrecimiento. La siutiquería cultural al menos promete un cuidado, una actitud amable, restaurantes, cafés, "aseo y ornato". La alternativa son los sitios eriazos, las botillerías con rejas, el tierral, el arranque de los árboles y de la señalética.

-Para un provinciano, Santiago es rudo. Desde las colas para todo hasta el trato diario. ¿Eso es algo nuevo, no?

-Todo esto se agudizó desde el Transantiago. Hubo una redistribución de los desplazamientos masivos, una especie de implosión urbana. El fenómeno coincide con el nuevo prestigio de lo que llaman "la calle" en la retórica de los políticos. Mirando fotos del Santiago de antes se ve más provinciano y hermoso, salvo el Santiago de los 80, que se ve provinciano y horrible.

-¿Crees que ha cambiado la gestualidad y la forma de hablar después de Pinochet?

-No creo que sea culpa de nadie. Estas cosas van cambiando siempre. Creo que hay un timbre de voz distintivo de las épocas. En los 60 parece que hablábamos de un modo atemperado y metálico, con frases bien redactadas además, lo que genera un efecto más bien cómico.

-¿Y tus calles personales, Roberto? Si tu memoria fuera un territorio, ¿cómo serían esas calles?

-Son tantas. San Isidro, el cerro, el centro, el parque. Cano y Aponte, Egaña, Providencia, EL Golf. Te diría que hay huellas lumínicas para mí dispersas por todas partes. Anoche pasaba en auto por el Parque Bustamante, con sus faroles blancos, sus árboles y su hermosa extensión, y pensaba que eso también era mío. Lo sentía vinculado a mi vida de un modo profundo. Y nunca he vivido ahí. Siempre he pasado fugazmente.

-Y eso nos lleva a pensar en la ciudad.

-Yo me sumerjo en Santiago a través de la fotografía. Y ahí trato de determinar en qué radica el aura y cómo el pasado irradia los objetos visuales. Porque habiendo vivido una cierta cantidad de años, me doy cuenta de que esa aura te hace deseable la imagen. Ese fenómeno provoca una magia muy extraña que me interesa.

 
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