Los mecanismos le gustaron desde chico. Armar y desarmar una y otra vez. A los 17 desarmó el motor de un Ford del 31.
Pero lo autos no eran lo suyo, sino las máquinas fotográficas.
Aunque traía el instinto, el oficio lo aprendió en los 60, cuando encontró un trabajo en la Casa Loben, una famosa tienda de artículos fotográficos.
Ahí estuvo 15 años. Partió recepcionando las cámaras para que fueran reparadas, y, a poco andar, le pidió al jefe de la tienda si podía sumarse al equipo de reparadores.
La gran gracia de Harry es que cambiar la pieza de una cámara es su última opción. Sólo si está muerta.
Su taller, en el centro de Santiago, está lleno de cámaras, y muchas son muy viejas. A Harry le da pena botar a las testigos de su paciencia.
Fotos: Fabián Ortiz