Prototipo del self-made-man , vivió una experiencia límite... Investiga las muertes de Pablo Neruda, Salvador Allende, Jaime Guzmán y del padre de la ex Presidenta Michelle Bachelet. Siempre dice que es "un judicial" y que le debe a su institución lo que ha llegado a ser profesionalmente. Es posible que su propia vivencia personal le haya permitido a este ministro de Corte situarse por sobre la caldera de pasiones que encienden los juicios que tiene a su cargo.
"Uno busca sólo cumplir con su deber", ha declarado el ministro de Corte Mario Carroza.
Duerme sin pesadillas con Neruda, Allende o Jaime Guzmán, las investigaciones que lo han catapultado como el juez de los casos de alto impacto.
Se mueve con seguridad entre el cementerio de la familia Allende, los interrogatorios a los médicos de Neruda y sus viajes al sur, donde ha entrevistado a singulares personajes de Curanilahue, siguiendo pistas del rodriguismo.
El nombre del juez Mario Carroza ha circulado este año en grandes caracteres por la prensa extranjera, a raíz de la búsqueda de las razones de la muerte de un ex Presidente de Chile, de un Premio Nobel de Literatura y de un senador de la República.
En la sala de espera de su despacho suele haber gente de la Comisión Valech, de la Agrupación de Ejecutados Políticos, de la comisión de Derechos Humanos. Hace un año está indagando otro caso que ocurrió hace décadas: las razones de la muerte del padre de la ex Presidenta Michelle Bachelet.
Y aunque cualquiera pensaría que este juez huele a política y politiquería, porque los juicios que maneja lo son en su esencia, nada más lejos para el hombre que creció en un sencillo barrio de Vivaceta. Así como él reconstruye la historia de los otros, "La Segunda" intentó reconstruir el perfil humano del ministro de Corte a través de sus conocidos.
El primero de la familia en llegar a la Universidad
Sus padres tenían una carnicería en La Vega grande. Se separaron cuando él era un niño. Entonces su madre debió trabajar de sol a sombra, primero como dependienta de un local en La Vega, como cajera y finalmente logró algo propio. Mario Carroza pasaba solo en su casa, porque una de sus dos hermanas se casó a los 16 años y a la otra su madre la puso en un internado para que estudiara, porque ella no podía cuidarla.
El niño Mario Carroza iba al Liceo Valentín Letelier y jugaba a la pelota en el barrio.
Como primero de su familia en llegar a la universidad, su madre hizo un enorme esfuerzo para pagarle la pensión cuando partió a estudiar Filosofía a Valparaíso en la Universidad de Chile, sede que luego se transformó en la Universidad de Playa Ancha.
Si en esa época hubiera leído el libro de autoayuda de Spencer Johnson "¿Quién se ha llevado mi queso?", seguramente se hubiera proyectado como un profesor de liceo.
Luego regresó a Santiago y se matriculó en el Pedagógico para seguir Filosofía de día y estudiar Derecho en horario nocturno, porque era una carrera con mayor proyección económica. En eso estaba cuando vino el golpe en 1973.
El siguió en lo suyo: estudiando y jugando a la pelota. Fue así como conoció a Ivonne, que era prima de uno de los chicos con que pichangueaba.
Se casó con ella a los 24 años, cuando Ivonne ganaba tres veces más que él como secretaria ejecutiva en una compañía de seguros. Partieron viviendo con la mamá porque el dinero no alcanzaba.
Luego arrendaron casa cuando nacieron los niños y finalmente compraron un departamento en Providencia.
Eran una familia muy normal, trabajando para darles buena educación a los niños y tener ciertas comodidades. Los fines de semana iban a visitar a los parientes... hasta que ocurrió la tragedia.
El accidente que volcó su vida
Fue un fin de semana de enero de 1992 cuando tuvo que ir a dejar a su madre al norte. Ivonne y los niños partieron de avanzada a la casita que tenían en la playa, de vacaciones.
Estaba en el norte cuando se enteró de que, llegando a Algarrobo, el Peugeot donde viajaba toda su familia -Ivonne y los niños: Macarena, de 6 años, y Mario, de 9- había chocado con un camión.
Ivonne, al volante, y Macarena, a su lado, murieron ahí mismo. Su hijo Mario, que iba recostado en el asiento de atrás, quedó atrapado al interior del vehículo y eso le salvó la vida. Llegó de urgencia a la clínica, con las caderas fracturadas.
De la noche a la mañana, Mario Carroza se vio solo con un hijo pequeño internado en una clínica. El momento más traumático fue cuando le dijo que su madre y su hermana ya no estarían más en casa porque se habían ido al cielo.
Aprender, aprender, trabajar
Recién casado, Mario Carroza trabajó como profesor en el mismo colegio donde estudió. También hizo clases en el Liceo 8 de Niñas. Le gustaba su tarea como formador. Por las tardes era actuario de un tribunal.
Cuando ocurrió la tragedia, se desempeñaba como juez del crimen.
Pidió el traslado a los juzgados civiles y con sede en Santiago. Necesitaba estar más cerca de su hijo y también requería salirse de la temática penal.
Permaneció durante siete años en la justicia civil, tiempo en el cual se refugió en el trabajo para no pegarse en sus propios sentimientos de dolor. Contó con la solidaridad de sus jefes y de sus compañeros.
Fue en esta área donde comenzó a sumergirse en los temas de violencia intrafamiliar, y participó en la gestación de la ley. Se sensibilizó e interesó en los temas de familia. Comenzó a hacer cursos, cumplió varias misiones de servicio en el extranjero, enviado por el Poder Judicial. Fue así como viajó a Francia en 1995, representando al Poder Judicial en un programa de intercambio técnico entre el Ministerio de Justicia y el gobierno de ese país; partió a Uruguay en 1996, como expositor en un seminario latinoamericano sobre mediación, y estuvo en Bonn en 1997 en un seminario acerca de las instituciones jurídicas de Alemania.
Buscó aprender y aprender. Participó en un centenar de cursos de capacitación y seminarios. Hizo clases en la Academia Judicial, fue profesor de Derecho Penal y Procesal en la Escuela de Carabineros, lo nombraron director académico y consejero del Instituto de Estudios Judiciales "Hernán Correa de la Cerda"... se preocupó de la ética judicial.
Gracias a sus estudios de filosofía, logró darle un razonamiento a lo que le había tocado vivir y a su vez intentó enmendar sus deficiencias, como por ejemplo el temperamento exacerbado que se le hacía patente en los partidos de fútbol. Muchas veces se preguntó: ¿Qué se espera de mí en esta etapa de mi existencia? Y así comenzó a trabajar su carácter.
Sus compañeros lo llevaron a incorporarse a la Asociación de Magistrados y terminó presidiéndola.
"Si un día me voy..."
Pasó por toda la carrera: relator, actuario, secretario, juez, fiscal, ministro de Corte. Cada día llegaba a su departamento a hacer de madre y padre de su hijo, que logró crecer fuerte. Estuvo con él hasta que el muchacho cumplió 23 años. Entonces sintió que de alguna manera él estaba preparado para vivir solo. Se trasladó a Chicureo, a armar familia con su segunda esposa, Marcia, que aportó tres hijos ya casados, los que lograron estrecha relación con Mario Jr.
A Marcia la había conocido en el trabajo -se desempeñó como receptora judicial- tres años después del accidente de su primera mujer, pero recién hace cuatro años formalizó su relación y contrajeron matrimonio.
Varios cercanos le han escuchado comentar: "Si un día me voy, mi hijo va a tener familia".
Ahora ya no sale los fines de semana a visitar a los parientes; los familiares llegan con nietos a verlos a Chicureo, mientras su hijo Mario le manda mails o lo telefonea desde Barcelona, donde está haciendo un máster en sicología.
Un prestigioso abogado penalista que conoce la historia del ministro Mario Carroza está convencido de que la experiencia límite que vivió el juez con la tragedia familiar es lo que le ha permitido ser capaz de situarse por sobre la caldera de pasiones que encienden los juicios que tiene a su cargo.