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Confesiones del pastor que se enrabió en el Congreso: "Yo soy el Loco Soto"

El exótico evangélico que irrumpió en el Congreso cuenta los motivos que lo llevan a actuar con descontrol.

por:  Roka Valbuena, La Segunda
viernes, 26 de diciembre de 2014

Foto RICARDO ABARCA

"Yo soy el mensajero, yo transmito su Palabra. Heme aquí", comunica el pastor del momento, Javier Soto Chacón, 40 años, un hombre de fe delirante y adicto a los alaridos, nativo de Viña del Mar, casado y padre de dos hijos pacíficos. Ha terminado un día sumamente bíblico: realizó, a gritos, un par de prédicas. Tomó un bus en la mañana, se instaló en Santiago y, primero, alzó la Biblia frente a La Moneda. Habló de la fama de Cristo Rey ("¡Sólo Él es famoso, yo soy su parlante!"). Después se presentó en las afueras de Chilevisión ("¡Saquen a Satán, que viva el mensaje sagrado!"). Acto seguido, en las puertas del MOVILH, pegado a un megáfono de pilas gastadas, fustigó a los homosexuales, porque su misión divina, aclaró allí, es evitar que se expandan. "No serán bienvenidos en el paraíso", clamó, "lo dice Zacarías, lo dice Corintios, versículo 21, son antinatura a ojos del Poderoso". Y ahora, concluyendo el día cristiano, sentado en el terminal de buses y listo para volver a su casa, con un bronceado misionero obtenido en la Plaza Constitución, el pastor agita la Biblia.

-En este libro sagrado está todo. Yo sólo soy su difusor.

-¿Es usted un elegido?

-Hemos sido llamados- y esboza una calmada sonrisa de pastor.

-¿Pero quién es usted, señor Soto?

-Un predicador callejero que tiene que alzar la voz para ser escuchado.

La rabia

Han pasado diez días de su brote rabioso en el Congreso. En esa ocasión, como sabemos, Soto, en trance místico y guiado por la impotencia, irrumpió en la sala en que se había aprobado la idea de legislar el proyecto de Acuerdo de Vida en Pareja (AVP). Soto piensa que el demonio es capaz de ponerse una corbata y votar una aberración. Acusó a los parlamentarios de satánicos. Les mostró fotos de niños rodeados de travestis desorientados. Forcejeó, en una escena de comedia italiana, con el diputado Monckeberg.

-¿Por qué hizo todo eso?

-Por los niños de Chile. Una cosa son los homosexuales y su vida en pecado, pero otra es que todo eso llegue a los niños ¡¡Nunca lo permitiré!!

El instante del forcejeo lo recuerda con nebulosas. Monckeberg le gritaba: "¡Sale de aquí, loco!". Soto respondía mostrando fotos sexuales, una mezcla de pezones y señores de bigotes. "¡¡Los niños, los niños!!", gritaba por momentos, sin ilación. Monckeberg trataba de sacarlo de allí. Ante los ojos del pastor se sucedían flashes, micrófonos, guardias enojados e incluso pareció que, en una esquina, Dios, en reflexión, miraba todo. Hay registros de un hematoma en el hombro derecho de Javier Soto. Y la secuela más concreta del incidente es de índole textil: Monckeberg despedazó la chaqueta del elegido.

-Mi terno regalón- murmura con nostalgia.

-¿Qué hará con esa chaqueta?

-Jamás la volveré a coser. Es el símbolo de mi lucha.

Enfatiza que jamás contempló salir a puñetazos del lugar. Su puño son las escrituras. Y así ha sido en cada una de sus provocaciones. Hablamos de un perito en altercados que ha provocado a Rolando Jiménez ("Está sucio"), a Luis Larraín ("Un niño perdido") y a parlamentarios de la Nueva Mayoría ("El gobierno avala las propuestas homosexuales").

-¿Pero cuál es el origen de su conducta rabiosa?

-No tengo rabia, hermano. Mi misión es preservar a la familia y haré lo que sea necesario para evitar que se contamine. Mi pelea es contra el gobierno y los homosexuales- y cita pasajes del Antiguo Testamento. Romanos, versículo 24: "Deshonraron sus propios cuerpos y Dios los entregó a la inmundicia".

El Soto de antes

Fue criado en un hogar que privilegió la disciplina. Su padre le inoculó el orden, su madre le fomentó la honradez y su abuelo, un pastor sereno, le mostró la luz. Nunca interactuó con gente liberal. Todos sus amigos provenían de la tradición viril. "A veces jaraneaba", confiesa, con los ojos cerrados, en actitud de perdón. Tomó sorbos de piscola y fumó cigarros. Admite, dolido, que estuvo a escasos metros de gente drogada. Fueron días de penumbra y confusión. Y una vez, en la pubertad, vio a un travesti de cerca.

-Hola- le dijo Soto, coqueto, pues creyó que era una mujer.

-Hola, corazón- respondió, ronco, el travesti. Y Soto, impactado frente a esos pechos inflados por una cirugía degenerada, lo tumbó con un puñetazo. Quizás allí se generó el trauma. En fin. Tiempo después, en búsqueda de la rectitud, ingresó a la Escuela de Grumetes.

-Fui el mejor.

-¿Entonces sabe de armas?

-Psss...

El pastor ríe. No queremos preocupar a nadie, pero Javier Soto, fanático de Cristo Rey, maneja diestramente una M-16. Puede gatillar con soltura una Colt-45. Se desenvuelve bien entre fusiles, dice.

-La Armada me dio la perseverancia. El luchar por los objetivos. El tratar siempre de ser el mejor en todo.

Era feliz y recto, un hombre bien hombre, viajó encima de célebres barcos, estuvo en una operación UNITAS y se codeó con lo más extremo de la masculinidad. Era un mundo ordenado. Soto estaba a sus anchas entre marinos peludos. Sin embargo, dos años después, el fiero grumete no tuvo más opción que renunciar a la Marina. Ocurre que vio una escena de clasismo. Un oficial, en términos metafóricos, pisoteó a un sargento. Es decir, un marino de clase alta humilló a un marino de clase baja. Soto presentó su renuncia de inmediato. Ya se le empezaba a formar una tendencia a las posturas drásticas.

-¿Nunca se arrepintió de dejar la Armada? Da la sensación (fijamos la vista en su corte de pelo: bien corto, como soldado) que se sentía cómodo en ese mundo...

-Yo nunca me arrepiento- soltó con voz de infante de marina.

Y entonces, buscando otro destino comercial, vivió su etapa de mayor dulzura: empezó a fabricar manjares innovadores. Manjar con extractos de coco, comenta. Manjar con sabor único. Formó una microempresa y, por una casualidad, todos sus empleados resultaron ser evangélicos.

-Conocí al hermano Carlos...

-¿Quién es?

-Carlos me llevó a Dios.

El 4 de noviembre de 1998 Soto Chacón se hizo evangélico. Al tiempo, en circunstancias que no detalla, se hizo pastor. ¿Pero usted es pastor o no?, se le consulta. "Los que dicen que no soy pastor, no tienen idea de nada", responde, serio, y corta el tema. La iglesia que lo acogió es un misterio. Sólo se sabe que por esos días Soto inició una escandalosa cruzada contra los homosexuales.

Los pecadores

Afirma que los homosexuales, bueno, sí, son personas, pero adjunta un dictamen salvaje: "Todo eso da asco". ¿Por qué? "Porque van contra Dios". Agrega: "Y dan pena. Habitan las tinieblas". Luis Larraín, opina, es un buen ser humano capturado por las tinieblas. Pablo Simonetti es un hombre bien educado que lamentablemente se radicó en la oscuridad. Y Rolando Jiménez es un hijo del diablo porque "defiende a los pedófilos. Ha dicho que la pedofilia no es un delito, sino una enfermedad".

Su lucha es ilimitada. En noviembre se infiltró en una fiesta progresista. Vestido con un jockey y anteojos negros, que es, sin duda, el uniforme de un policía infiltrado, Soto participó en la Gay Parade. Reconoce que filmó escenas impactantes. Gente de la mano, personas besándose, muchísimos hombres con senos grandes.

-¿Vio al demonio?

-Allí estaba Satanás.

Por eso irrumpió en el Congreso. Quiso mostrar esas fotos que juzga diabólicas. Y reitera que no claudicará. Este cristiano excitado, que dice que vive de los diezmos de los fieles, que recibe "un salario de Dios", anuncia querellas contra los infieles y una lucha interminable.

-Disculpe, pero...¿usted está desquiciado?

-¡Para nada y Dios lo sabe!

-Es que, y aquí recogemos el clamor popular, dicen que usted está loco...

-Aah, pero eso sí. Yo estoy loco. Algunos me dicen el Loco Soto. Pero está escrito: "...y predicarás la Palabra con locura". Soy un loco en Cristo.

-¿Los locos en Cristo toman pastillas? ¿Usted está medicado?

-Nada. Sólo consumo la Palabra- y el pastor dice "¡Bendición!" y se sube al último bus del día que lo devuelve a su ciudad. Mañana, con la Biblia y un megáfono, otra vez saldrá a gritar. Por el amor de Dios.

 
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