Hizo que el gremialismo volviera a la Federación de Estudiantes de la UC. No se identifica con ningún partido de la Alianza.
Nació en 1991, justo un día antes de que Jaime Guzmán fuera asesinado a la salida del Campus Oriente de la UC. En noviembre pasado, 23 años después de ese hecho, Ricardo Sande ganó la presidencia de la federación de estudiantes de esa universidad. Y no sólo eso: logró que el Movimiento Gremialista recuperara la FEUC y desplazara al NAU, movimiento que encabezó las protestas del 2011 y que controló por 6 años consecutivos dicha federación.
Sin embargo, desde su elección, Sande marca distancias con Jaime Guzmán, fundador del gremialismo y líder de la UDI, partido al que critica implacablemente. Cursa 4° año de Derecho y por estos días lo angustian los exámenes. Pololea hace año y medio, pero -dice resignado- "ya no la veo casi nunca. Así es esto". Para esta entrevista recién llegaba de Concepción, tras el primer pleno de la Confech que en mucho tiempo acoge a un dirigente de derecha.
-¿Se sintió como el negrito de Harvard?
-Ni tanto. Hubo buena disposición e hicimos algunas buenas migas. Aunque nuestra postura es minoritaria, hay disposición a escucharnos y voluntad para el ejercicio democrático.
-¿Qué acordaron? ¿Cómo viene el 2015?
-Se acordó que será un año movilizado, con prioridad en la articulación con los profesores y en retomar el protagonismo del movimiento estudiantil. Mi postura es sumar ideas nuevas, tales como enfatizar en la educación inicial, la carrera docente y, en general, recuperar la transversalidad política y social del movimiento, que creo fue la receta del éxito el 2011...
-...año que iniciaron criticando la educación y terminaron cuestionando el modelo neoliberal impuesto por el gobierno militar que -dijeron ustedes- la Concertación no alteró en lo fundamental.
-Es cierto. Se expresó la crítica a un sistema injusto, diagnóstico que compartí, aunque no estoy de acuerdo con la solución que promovieron.
Es el segundo entre cuatro hermanos. Hijo de un matrimonio tradicional y católico. Estudió en el muy privado Colegio San Benito. Su vida escolar transcurrió entre música, fútbol, atletismo y la lucha contra una tartamudez hoy casi superada, salvo cuando las preguntas lo tensan.
Dice que ya en el colegio tenía una inquietud social muy marcada, aunque no se sintió nunca cercano a la Concertación: "En parte por principios que vienen desde la casa, en parte por mi formación religiosa y la lectura. Tengo el concepto de la libertad muy metido en el ADN".
-¿Cómo concilia ese concepto de la libertad con lo ocurrido en la dictadura?
-Considero fundamental la democracia y creo que la dictadura atentó contra la libertad y los derechos humanos. Podría compartir ciertas políticas públicas impulsadas en ese gobierno, pero condeno los atentados a los derechos humanos sin importar de donde vengan. Y si vienen de corrientes parecidas a la mía, soy aún más firme en la condena.
-Alfredo Prieto, ministro de Pinochet que condujo las "modernizaciones educativas" impuestas en 1981, dijo: "Las modernizaciones no constituyen sólo un conjunto de medidas pragmáticas para resolver problemas concretos. Es la expresión, en el campo educacional, de una determinada concepción del hombre y la sociedad". Esas modernizaciones introdujeron el mercado como eje del modelo educativo. ¿Fue una buena política pública?
-Soy muy crítico del sistema actual. Hay elementos positivos que subyacen, como el concepto de libertad de enseñanza, que permite a las personas elegir colegios y universidades con una forma de pensar acorde a la suya, o el derecho de emprender proyectos educativos...
-... en 1988 se introdujo el Simce y, más que medir la calidad de enseñanza, ese sistema estandariza qué y cómo enseñar. ¿No le parece ése un atentado a la libertad de enseñanza?
-Creo que el Simce y la PSU son malos sistemas. El Simce mide manejo de contenidos, no calidad del aprendizaje. Es un error simplificar la educación traduciéndola a cifras y datos. Mi crítica de fondo al sistema es que no hay igualdad de oportunidades. Sé que el Simce lo instauró la dictadura y no me aproblema criticarlo, ni criticar el modelo educativo en que surgió.
En una carta publicada por La Tercera, dio a conocer su insatisfacción con la reciente derogación del decreto de 1981 (DFL2) que prohibió el derecho a voto de estudiantes y funcionarios en el gobierno universitario, medida que Sande calificó como "un guiño" de la Presidenta Bachelet al movimiento estudiantil.
-¿Por qué se opone a la triestamentalidad, que fue uno de los logros de la reforma universitaria gestada en la Universidad Católica en 1967?
-Nuestra crítica no es la derogación de ese decreto, sino a la posibilidad de establecimiento de un sistema único de gobierno universitario. Creo que cada universidad debe definir su propio sistema de gobierno. No podría estar en contra de la organización de los estudiantes y creo importante y necesaria la participación de los funcionarios. La participación y el derecho a voz en la gestión universitaria es imprescindible, pero el derecho a voto de todos los estamentos en la toma de decisiones no me parece necesario. No al menos en las decisiones académicas. En la universidad hay quienes enseñan y quienes aprenden y esa jerarquía en mi opinión es de la esencia de la universidad, por lo cual conservarla me parece importante.
-Definió al Consejo de Rectores de las Universidades Chilenas (CRUCh) como un "cartel que responde a criterios históricos". ¿Está por su disolución o se opone a que el Estado aporte mayores recursos a las universidades públicas?
-El CRUCh, a mi juicio, hoy no tiene razón de ser. Nació en otro contexto del país, las universidades que lo integran -mezcla de públicas y privadas- tienen beneficios estatales que se niegan a los alumnos de otras, el 70% de los cuales van a universidades que no pertenecen al CRUCh y mayoritariamente vienen de los sectores más vulnerables. No creo en un mercado desregulado, pero afirmo que todas las personas tienen derecho a optar a los mismos beneficios a la hora de acceder a la educación superior. El CRUCh es un agente de discriminación inaceptable.