Pese a ello, director del Banco Mundial cree que perfil del empresario chileno está cambiando.
Considerado uno de los cerebros económicos de la ex-Concertación, hoy Nueva Mayoría, Mario Marcel es uno de los técnicos más respetados y escuchados de su sector.
Su experiencia y capacidad lo han llevado a ser objeto de las grúas de los organismos internacionales: el Banco Interamericano de Desarrollo, la OCDE y hoy el Banco Mundial (BM) lo han tenido en sus filas. Por eso, sabe de la mirada inquisidora de los inversionistas extranjeros a la hora de evaluar a Chile.
Un país que antes, como reconoce el mismo Marcel -por correo electrónico desde su oficina de director de Governance Global Practice del BM-, era el favorito de la región. Ahora cree que ha ido perdiendo ese favoritismo "un poco exagerado", pues ha ido evidenciando algunas de las flaquezas que podrían haber quedado ocultas en medio del boom de los commodities, como la baja productividad, la falta de innovación y de atención en el crecimiento económico de largo plazo.
Esta última crítica apunta directamente al equipo económico encabezado por el ministro de Hacienda, Alberto Arenas, y que le ha traído problemas en su vinculación con el empresariado. Una relación tortuosa que Marcel conoció como director de Presupuestos y como presidente de la Comisión de Reforma Previsional, y que hoy observa con una visión más profunda.
-¿Coincide en que el inicio del equipo económico ha sido muy difícil, sobre todo por la relación con el empresariado?
-No estoy en condiciones de opinar sobre la coyuntura política en Chile. Lo que observo desde una perspectiva más amplia es que muchos de los problemas que se enfrentan y las responsabilidades que se achacan a las autoridades tienen más que ver con un desgaste de las instituciones tradicionales del país, a la luz de los grandes cambios que ha experimentado la sociedad.
Chile tiene una fuerte tradición autoritaria, centralista, socialmente conservadora y economicista. Muchos elementos de la actual estructura institucional de Chile corresponden a una etapa de desarrollo anterior a la actual y a la que queremos llegar.
Pero lo que falta es una discusión sustantiva sobre las instituciones que el país quiere para las próximas décadas, capaz de convocar, inspirar y comprometer a la ciudadanía.
- ¿Cómo calificaría entonces las relaciones entre el empresariado y el gobierno hoy?
-Más que calificar estas relaciones, creo que es importante constatar que el perfil del empresariado chileno está cambiando, así como el contexto en que este se desempeña.
Hoy existe una sociedad más abierta, que exige transparencia y responsabilidad. Mientras antes se reconozcan estos cambios, más fácil y constructivas serán las relaciones, tanto para las autoridades como para el empresariado.
El FMI estimó un crecimiento económico para Chile levemente inferior a 2% en 2014; 3,3% en 2015 y un retorno al crecimiento tendencial recién en 2017. Es una alerta con la que Marcel coincide.
"Hace diez años, el crecimiento potencial de Chile se estimaba por encima de 5% anual y, desde entonces, la economía sólo ha alcanzado o superado estos niveles durante tres años. En el intertanto, la economía chilena ha perdido un punto completo de crecimiento potencial. Chile ya no lidera la liga de crecimiento en la región (en 2014 ocupará el lugar 20 entre 32 países y no se espera que suba mucho en el ranking en 2015) y, según las cifras anteriores, todavía crecerá por debajo de su potencial hasta 2016".
-El Financial Times ha hablado de que estas bajas perspectivas de crecimiento hacen a Chile partícipe de la llamada "nueva mediocridad". ¿Comparte este juicio?
-Tuve la oportunidad de asistir a la presentación de (la directora del FMI) Christine Lagarde en que utilizó este término para describir la situación de países que pueden no tener la disposición a tomar decisiones difíciles e impulsar reformas necesarias para su recuperación y desarrollo futuro.
Este es un problema real de la economía mundial, pero es difícil argumentar que en Chile no hay voluntad de reformas; algunos critican precisamente lo opuesto.
El artículo del Financial Times, por su parte, se focalizó más bien en el bajo crecimiento actual y lo difícil que resulta atraer inversiones en este contexto. Si este último es el tema, creo que hay razones para preocuparse, más allá del uso del lenguaje.
-¿Cuáles serían las claves para que el país salga de este letargo?
-Esta pérdida de impulso viene arrastrándose desde hace un buen tiempo y sólo fue ocultado transitoriamente por el boom de los commodities y la reconstrucción del terremoto.
Frente a esto, no sirve de mucho descalificar las críticas externas. La productividad crece a un mínimo desde hace bastante tiempo y no han surgido nuevas industrias que lideren el crecimiento futuro del país.
La pregunta para Chile es si se resignará a crecer a estos ritmos o intentará recuperar el terreno perdido. Para lo último se requiere una visión compartida sobre el desarrollo del país en el largo plazo, compromisos concretos de actores claves y políticas capaces de sostenerse en el tiempo. Es bastante dramático comprobar que una de las áreas que más volatilidad ha experimentado en los últimos cambios de gobierno es el de la innovación y desarrollo productivo.
-Entiendo que por su posición no puede calificar la política presupuestaria del Ejecutivo. Sin embargo, hay dudas de que este gobierno logre su meta de equilibrio estructural en 2018, lo que rompería la regla fiscal que usted impuso como director de Presupuestos. ¿Qué le parece?
-El gobierno anterior inauguró la idea de formular la política fiscal sobre la base de alcanzar el balance estructural en su último presupuesto. Creo que este enfoque debilita la capacidad de la regla fiscal para guiar las expectativas y las decisiones de los agentes económicos, pues no puede importar sólo el balance estructural en uno de cada cuatro años, menos si corresponde a un presupuesto que ejecutará el gobierno siguiente. Lamentablemente, el gobierno actual ha reproducido el mismo esquema.