Carlos, el padre, lo descubrió en París, tomando café con su socio Arnaldo Falabella. Sin pensarlo, visualizaron el negocio que podría ser en Chile. Hoy, Roberto, su hijo, es accionista de Faber Castell en nuestro país, y controla más del 50% del mercado.
Padre e hijo: Carlos "Tato" Gellona junto a Roberto.
Foto FABIÁN ORTIZ
Corrían los años '40 cuando dos chilenos, Carlos Gellona y su cuñado y socio Arnaldo Falabella , tomaban un café en París.
"Al recibir la cuenta me pasaron una cosa rara... era un BIC, que en ese momento estaba recién apareciendo en el mercado. Lo miré y le dije a Lalo: 'Tenemos que tomar esto porque nos va a hacer la competencia'. Entonces nos fuimos a hablar con el Barón Bic", cuenta Gellona.
Así, el "Tato" Gellona -como mejor se lo conoce- forjó su fortuna instalando en Chile y Argentina la marca BIC, país donde también colocó una fábrica de lápices Faber Castell. Apasionado y "galán", jugó polo en Europa, conoció princesas y hasta fue amigo de la actriz Brigitte Bardot.
A los 50 años vendió todo y no trabajó más... "Tengo plata para vivir y no quiero ser el más rico del cementerio. Me dediqué a pasear y pasarlo bien", dice orgulloso y entre risas, a sus actuales 93 años.
Hoy, su hijo Roberto es socio en Chile del conde Anton Wolfgang von Faber Castell -que esta semana visitó nuestro país-, marca que tiene el 70% del mercado chileno de lápices grafito y 58% de los a color.
De Independencia y las telas a la fábrica en Argentina
Los Gellona comenzaron temprano en el comercio. Roberto, padre de Carlos, instaló un almacén llamado Gellona Hermanos en calle Independencia. "Después, cuando ganó sus pesos, se cambió a calle Puente en la Plaza de Armas. Fue su gran progreso", cuenta.
Con ese dinero compró una refinería de azúcar y la vendió cuando el precio estaba en las nubes. Era 1932, y el Tato tenía recién 10 años.
"Empecé a trabajar un poco antes de que estallara la guerra del '39, en el negocio del género", cuenta de sus comienzos en los negocios familiares junto a su cuñado y socio de toda la vida, Arnaldo Falabella. "Mi papá nos hizo un préstamo a tres años y se lo pagamos completo. Eramos mayoristas, porque en Chile no había fábricas, y entonces se nos ocurrió comprar lana en Nueva Zelandia", dice.
Pero, con el tiempo, empezaron a desarrollarse fábricas de género en Chile y el negocio de la importación dejó de ser rentable. "Entonces, a mi socio se le ocurrió incursionar en el negocio de los lápices", cuenta Tato. Comenzaron a acercarse a los dueños de la marca Faber Castell en Alemania, y en uno de esos viajes conocieron la marca BIC.
Tras reunirse y llegar a acuerdo con el Barón Bic, instalaron en Chile una fábrica, que se sumó a la de lápices Fala (Fábrica de Lápices) que levantaron. Con un fuerte éxito, llegaron a ser por lejos los productores de lápices y bolígrafos más grandes del país.
Años después -a mediados de los '60- decidieron dar un gran paso y saltar la cordillera. Entonces se instalaron en Argentina y formaron dos sociedades: una junto a BIC y otra con Faber Castell, convirtiéndose en representantes de ambas marcas.
En el '80 -un año después de que Falabella falleciera-, y frente a la avalancha de productos importados que comenzaban a llegar a Chile, Carlos decidió cerrar sus fábricas y venderlas. "El gobierno de esa época bajó los derechos de aduana de todos los productos. Y nosotros, fabricando una cantidad X de lápices, no podíamos competir con un señor en Brasil que producía 100 millones", cuenta.
Siete años después decidieron hacer lo mismo en Argentina. "Tanto BIC como Faber Castell querían ser dueños de sus negocios, y entonces acordamos venderles todo", dice Gellona.
La nueva generación y la alianza clave
El negocio familiar lo siguió Roberto, hijo del "Tato".
El empezó a trabajar cuando estaba en la universidad, comprando "encendedores BIC que los vendía entre mis compañeros. Después decidí seguir ofreciendo toda la variedad de productos a los mayoristas y hasta en la calle Meiggs", dice el empresario.
Con los años, y una vez que su padre dejó el negocio, Roberto se propuso "encontrar representaciones exclusivas". Recurrió a Faber Castell Brasil "y empezamos a trabajar juntos. Conocí al Conde actual, le interesó mi proyecto, ya que estaba organizando el negocio en toda Latinoamérica. Con el tiempo me convertí en el distribuidor para Chile y más adelante tomé la exclusividad de sus líneas de productos".
Con el crecimiento del retail, las exigencias comenzaron a crecer y supo que tenía que dar otro salto: Le propuso al conde asociarse en Chile.
Fue una negociación larga que partió en 2004 y finalmente, a mediados de 2006, se convirtió en accionista de la división chilena de la multinacional más grande del mundo en el negocio de los lápices, que cuenta con 14 fábricas y agentes de ventas en más de 120 países.
Faber Castell Chile tiene grandes proyectos a futuro, cuenta Roberto Gellona. "Tenemos que empezar a pensar en entretener al adulto mayor. Estamos demasiado enfocados en los niños", señala.Asegura que están convencidos que el impacto del área digital no les afectará en las ventas. De hecho, sostiene que ni siquiera en Estados Unidos han bajado las ventas de lápices.
"No nos preocupa el crecimiento del mundo digital, para su desarrollo, el niño necesita aprender a usar el lápiz antes del computador, eso está comprobado. Muchos dicen que con la computadora se van a acabar los lápices, pero eso no ha pasado ni en Estados Unidos", dice.
La idea de Gellona es ir apuntando hacia una marca "más premium, que tenga todos los productos de escritura, pero que además incluya cosas de cuero como billeteras y hasta colleras".
En esa misma línea, según Roberto, en otros países existe la boutique Faber Castell, y "nosotros estamos pensando abrir una en Chile. No para vender productos de batalla, sino algunos más sofisticados".