Fan irremediable de la saga de Lucas, el economista le baja los humos a “Rogue One” y analiza por qué las primeras trilogías funcionan como una alegoría del fracaso de la libertad.
Un niño chileno en un
barrio obrero de Gloucester, al suroeste de Inglaterra. Vive en estrecho
contacto con veteranos de guerra y relatos heroicos que resuenan fuerte en su
comunidad. Bastará con una visita al cine junto a su padre para que esa
cotidianidad anclada en el pasado se traslade al espacio exterior. Las viejas
batallas de la Segunda Guerra Mundial que suele imaginar junto a sus amigos se
disputan ahora en la inmensidad de la galaxia. El ataque a la primera Estrella
de la Muerte, por ejemplo, parece una réplica perfecta de la Operación Castigo,
el célebre bombardeo de los aliados a las presas de las cuencas del Ruhr
(1943).
Para Oscar Landerretche
(44), “Star Wars” fue más que un escapismo de ciencia ficción. Funcionó también
como una alegoría de su entorno, de su barrio de exilio, de un país que aún
vivía bajo los fantasmas de la guerra.
“La primera trilogía es de
apenas unos treinta años después de finalizada la contienda, cuando muchos de
sus protagonistas eran padres y abuelos, por lo que la lucha épica contra el
nazismo formaba parte esencial del relato cultural que sostenía la política,
sociedad y economía occidental de posguerra”, anotó en su libro “Vivir juntos”
(Debate).
Hoy las cosas han cambiado.
Con un George Lucas retirado en el palacio del reconocimiento, “Rogue One”
huele más a extensión comercial que a obra visionaria.
“Está mejor armada que el
Episodio VII. Hay una historia más interesante, no es un copy-paste impresentable como la anterior. Pero
definitivamente no tiene el subtexto o la meta-narrativa de la trilogía
original. Ahí había una mitología de la modernidad que es muy interesante”,
analiza.
—Es que retrata los
conflictos que tenemos. Desde el fin de la Antigüedad, desde las revoluciones
liberales de mediados del siglo XIX, las sociedades se han debatido entre el
problema de la libertad —la creación de sociedades en que todos somos libres— y
la tendencia de abusar de ella hasta convertirla en un desorden ingobernable. Eso
ha pasado muchas veces en la historia, y lo que asusta es que esas situaciones
siempre terminan con una solución autoritaria. El libro de Marx, “El 18
Brumario de Luis Bonaparte”, trata de eso. De cómo el proceso revolucionario se
convierte en libertinaje, cómo la Revolución francesa termina en autoritarismo.
Ahí está el poder del mito político. Lo que las primeras trilogías narran es la
gran tensión de la sociedad moderna por intentar establecer un modelo
democrático. Es la historia de la Unidad Popular, de la Segunda República
Española, de la República Romana.
——Darth Vader es el tipo
que por establecer la paz, liberar a los oprimidos, hacer justicia y ponerle
fin a la corrupción termina siendo un tirano. Esa historia la hemos vivido
muchas veces. Stalin, Hitler, Franco, Pinochet. Todos ellos se consideraban
liberadores y limpiadores de los corruptos políticos. Las primeras trilogías
hablan de la crisis de las sociedades liberales y su derivación en un modelo
autoritario. Cuando Luke Skywalker está colgando y Darth Vader le dice “yo soy
tu padre”, también le dice “únete a mí y juntos le daremos la paz a la galaxia”.
Los tiranos siempre dicen que hacen todo lo que hacen para eliminar la
corrupción y establecer la paz. Nunca dicen que lo están haciendo por el mal.
—¿Es
“Star Wars” una crónica de la tragedia de las utopías políticas?
—Por supuesto. Termina mal.
Este mesías que encuentran los Jedi para hacer justicia se convierte en Hitler.
Lo terrible del mensaje de “Star Wars” es que a veces el odio, la ambición y el
rencor convierten a las personas valiosas y con mejores intenciones en tiranos y
represores. Es uno de los mensajes más horrorosos que hay, y no me parece
casualidad que se haya hecho cuando recién se acababa de procesar la posguerra.
Berlusconi
y el lado oscuro de la fuerza
—En Galipoli hay un plan
estratégico que fracasa, pero ésta es una operación comando suicida en la que
se logra el objetivo. En todo caso, creo que esta película no funciona en la
lógica histórica. Veo, eso sí, un pequeño elemento: ciertas referencias a los
conflictos de Medio Oriente. Hay un tanque con unos militares del Imperio en
una ciudad claramente árabe que es atacada por un terrorista. Algo de eso hay.
Pero referencias tan explícitas como en la primera trilogía no veo. Tampoco hay
una narrativa profunda respecto de una democracia que entra en crisis y se
desordena para dar paso a una solución autoritaria. Lo que hizo Lucas fue
extraordinario. Se agarró también de la mitología nórdica clásica. Hizo un
sincretismo. Han Solo, por ejemplo, es un vaquero. Metió, además, toda esa
lógica espiritual asiática, samurái, medio budista.
—¿Quiénes
son los Darth Vader de hoy?
—Berlusconi estableció un
modelo que triunfa actualmente, aunque él sería más bien el Sith original. Con
él se señaliza que la política moderna y la sociedad liberal fueron capturadas
y derrotadas por la industria del espectáculo. Con Berlusconi nos dimos cuenta
de eso. El era explícito; no lo ocultaba. Igual que Schwarzenegger cuando fue
gobernador de California, que es como un país. La revolución de las
comunicaciones que ocurrió en los últimos años generó tal expansión de la
industria del espectáculo, que en el fondo eso se convirtió en un fenómeno
político. No es raro que uno de los grandes movilizadores políticos de Italia
sea un humorista (Beppe Grillo). Los Darth Vader de hoy no son dictadores en el
sentido clásico. Se salen con la suya en su autoritarismo porque proveen de
elementos de entretención. Cuando hablamos de Chávez, hablamos de eso. Se le
toleraban cosas porque era cool, era choro. Trump es la expresión máxima de
esto. El participaba en lucha libre, actuaba en películas haciendo de sí mismo.
Los Darth Vader de hoy no andan de negro ni rodeados de Stormtroopers. Andan
rodeados de asesores comunicacionales.