Cultura/Espectáculos
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Paola Volpato, protagonista de "Pituca sin lucas". "Estamos viviendo en un país que de repente se puso como meta aparentar"

La actriz habla en serio de los temas de esa teleserie: el arribismo, la desigualdad social y volverse pobre de golpe.

por:  La Segunda
viernes, 05 de diciembre de 2014

Por Marialí Bofill 

Paola Volpato (45) es Tichi Achondo Risopatrón, una mujer que ya en el primer capítulo de "Pituca sin lucas", de Mega, enfrenta el descalabro económico y social. Su marido millonario era, realmente, un estafador, quien escapa de la justicia y la deja con lo puesto. Ella, su madre y sus hijas enfrentan un empobrecimiento express y deben cambiar de vida. La actriz analiza ese fenómeno, esta vez fuera de la pantalla.

-¿Qué cercanía tienes con la temática de la teleserie: con el empobrecimiento de una familia acomodada, con el arribismo?

-Es muy nuestro eso de mostrarle al vecino lo que tengo a través de la marca del auto o la marca de zapatillas que mi hijo pide para Navidad, y para eso me endeudo con todas las tarjetas que existen en el mercado. Así estamos los chilenos: ahogados, llenos de deudas, sólo por aparentar. Para nosotros es duro, porque somos la generación bisagra, en el sentido de que vivimos el Chile austero, de dictadura, y donde había una forma de hacer familia, de hacer barrio, que no tenía que ver con el que tenía más o tenía menos. Ahora es muy fácil conseguir cosas. Esa sensación de vivir gastando más de lo que ganas la encuentro bien alienante; estamos viviendo en un país que de repente se puso como meta que había que aparentar.

-Este Chile que tú ves, ¿te parece bien abordado en la teleserie?

-Me encanta que se muestre. Estábamos un poco pegados en TVN, básicamente en las nocturnas, en mostrar este país súper jaguar, donde no ves la realidad y el cruce de clases que se produce en la vida diaria. Creo que las producciones vespertinas tienen que generar discusión, espacios de conversación interesantes.

-En este cruce de clases, tu madre en la teleserie se niega a aceptar su nueva condición, sin embargo tu personaje se adapta rápidamente. ¿Crees que en la realidad es tan fácil adherir al empobrecimiento sorpresivo?

-No. No es fácil. Es un camino mucho más duro en la realidad por una cuestión de educación, por una cuestión que tenemos los chilenos de clasismo muy arraigado. Aunque, como te digo, a las personas de mi generación les puede costar menos porque vivieron otro Chile, mucho más empobrecido, en el que las diferencias de clases eran enormes, donde, de verdad, existía gente que no tenía zapatos.

-¿Cuál es la diferencia de clases ahora?

-Ahora hay una pobreza más mentirosa. Es cierto que hay personas en la miseria, pero son menos, más encubiertas. Es raro que hoy te digan que un niño no fue al colegio porque no tenía uniforme, antes era muy común. Hace unos años supe de unas niñitas que vivían en una reducción mapuche y que iban al colegio, una en la mañana y otra en la tarde. Les pregunté a los papás por qué hacían eso, si era más práctico que las dos fueran en el mismo horario, y me respondieron que era porque tenían un solo par de zapatos, entonces se los turnaban.

-¿Esas cosas ya no pasan?

-Ahora, en Santiago urbano está más escondida la miseria y la gente se las arregla para salir adelante. Existe el dinero plástico que es una maldición; gente que vive endeudada, pero puede comprar lo básico y un poco más, y decide regalarle al hijo chico unas zapatillas de 80 mil pesos porque se las pidió al Viejo Pascuero. No es culpa de esa madre que se endeuda, es una inmoralidad del sistema.

Apariencia de élite

-Siempre se ha mostrado la pobreza del pobre, pero casi nunca la pobreza a la que puede llegar el rico. ¿Son similares?

-Las personas que vienen con un nivel económico determinado también tienen una educación acorde y una red de recursos humanos que es distinta. Por ejemplo, hay una escena que hago con Mauricio Pesutic -su marido en la teleserie- que aún no hemos grabado y en ella yo le digo "empecé de cero", y él me dice: "No. No gordita, usted no empezó de cero. Usted tuvo 20 años de felicidad y bienestar al lado mío", y yo le digo "Claro, los autos"... Pero en el fondo es más que eso, ella se quedó en la calle, pero tiene una escolaridad completa y una forma de enfrentar las cosas que para la gente que no ha tenido tantos recursos es más difícil que logre entender. Es más fácil, para uno que tiene más, adaptarse a menos, que para uno que tiene menos que le llegue más: el que se gana el Kino y que de un día para otro tiene muchos millones es muy difícil que logre invertir bien.

-¿Entonces, para ti, la mayor diferencia no pasa por la plata?

-Es educación, es de cultura, es de redes. Y también hay una cuestión física, que aquí en la teleserie no está tan mostrado: mi mamá (Gaby Hernández) se lo dice todo el rato a otros personajes, "el mechita de clavo", "el negrito", pero evidentemente son todos actores guapos y esa no es la realidad. Tengo un caso cercano de una amiga que tiene una hija que pololea con un cabro de una población, y él es esforzado, se está titulando en la UC, pero no pudo conseguir una práctica, por presencia, porque andaba con el pelo morado, con la expansión en la oreja.

-Pero los prejuicios acá van de ida y de vuelta.

-Sí.

-Y tú tienes una apariencia más de élite.

-Sí.

-¿Algunas vez enfrentaste prejuicios por tu apariencia?

-Sí, eran prejuicios. En la U. de Chile, cuando entré a estudiar Teatro, no en mala onda pero había la sensación de "oye, la cuica", "ah, vives en Las Condes", "ah, la chaqueta Ellus". Después, claro, me transformé, pero hubo un tiempo en que mi mamá me decía "por qué vas con chaqueta y no con abrigo", y yo le decía que era mejor la chaqueta y después me compraba un abrigo en la ropa usada.

-¿Sentiste alguna vez el cliché de ser parte de esa sociedad privilegiada?

-Me sentí privilegiada en términos culturales, y creo que es importante. Un país sin un buen sistema educacional es incapaz de salir adelante. En Chile ha sido demasiado rápido el crecimiento económico en relación a la cultura; entonces, claro, llegan los carros nuevos del metro y los rayan, pero eso no es culpa de ellos... Yo venía de un sector culturalmente abierto, en mi casa siempre hubo libros, posibilidades de investigar, cuando pudimos viajar, viajamos; y la Scuola era un lugar culturalmente bueno, tuve buenos profesores para interesarme en la cultura, en la historia, en el arte, que creo que son cosas que te pueden cambiar la cabeza.

-Volvemos a lo mismo: es más que plata lo que separa a las clases...

-Sí. Hay gente con mucho dinero que tiene un muy bajo nivel de cultura, y uno lo ve en cómo gastan la plata y los intereses que tienen los hijos, que repiten los de sus padres. Es una cuestión como de tener, tener, tener. En mi casa, siempre bromeamos porque hay un programa estadounidense, "Sweet Sixteen" (que muestra como las adolescentes celebran los 16) y entonces mis hijos imitan a quienes salen ahí, que alegan porque el papá les trajo un caballo café y no uno blanco, y es gente que tiene mucho dinero.

-¿Y acá también es así?

-No a ese nivel. Pero hay papás que regalan el auto, de no sé cuántos millones, al hijo porque salió del colegio. No porque salió con un 6,9, sino sólo porque salió.

Firme junto al pueblo

-¿Qué tan cerca estás de las dos realidades de tu personaje: su nueva vida en Maipú y la del barrio alto?

-A nivel económico soy absolutamente privilegiada, tengo todo y más.

-¿Habías ido alguna vez a Maipú?

-A ver a una amiga. Viví 12 años en Peñalolén, en la comunidad ecológica.

-Pero en la comunidad ecológica.

-No en la comunidad, sino en los últimos sitios, que quedaban frente a una población y donde luego hicieron las casas Chubi. Mis hijos se criaron jugando en la plaza de las casas Chubi, iban a los cerros de cemento a jugar con los niños y en el verano llegaban en grupo a mi piscina. De hecho, fue una opción cuando compramos ese sitio, que mis hijos vivieran en un país real. Cuando íbamos a La Dehesa a ver a mi hermana, ellos mismos se daban cuenta y decían "oye, esto parece otro país"; y yo les decía "sí, es otro país".

 
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