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Pablo Amargo, el ilustrador silencioso

El español, que visita esta semana Chile, trabaja en solitario en su estudio en Oviedo, conectado al mundo sólo a través de su correo y la radio. No se promociona ni tiene presencia en redes sociales y, aun así, es colaborador permanente del New York Times, El País, New Yorker, La Vanguardia y el Boston Globe. Según él, estos medios lo buscan por sus ideas, no por sus dibujos. Es que para Amargo la ilustración debe despertar un pensamiento crítico en los espectadores. “La narración no es más que una anécdota”, explica.

por:  Juan José Richards
viernes, 28 de noviembre de 2014
Amargo

Pablo Amargo.


Foto Pablo Amargo

Pareciera que al ilustrador español Pablo Amargo (43) le sobraran las palabras. Desde niño se fascinó con los cómics, pero los veía sin leer las viñetas. Asegura que cuando comenzó a ilustrar, el año 1997, no era común encontrar otros como él. “Era algo que había que explicar en qué consistía, pero actualmente en España hay un auge del mundo gráfico. Hoy la palabra “ilustrar” dignifica un poco”, dice.

Acaba de obtener el Premio de la Society of Newspaper Designer’s Awards en EE.UU., ha sido reconocido con el Award of Excellence Illustration Annual y es colaborador permanente de algunos de los medios más importantes del mundo: su obra puede ilustrar artículos del New Yorker una semana y de El País la otra. La XXVIII Feria Internacional del Libro Infantil y Juvenil de Chile, que comienza hoy y honrará la narrativa gráfica, lo eligió como su invitado principal.

Es que las de Amargo son ilustraciones de autor: líneas simples que siempre encierran una paradoja. “Si algo define mi trabajo es que no hay nada casual. La claridad y la simpleza responden a una intención de dirigirme directamente al lector”, dice.

Qué es más importante: ¿tener buenas ideas visuales o un estilo gráfico?

Hay mucha gente que dibuja mejor que yo. A mí todos los trabajos que me llegan son por mis ideas, no por mis dibujos.

¿Las consideras ilustraciones narrativas?

Prefiero evitar la palabra narrativa. Me muevo dentro de la poética, y dentro de las figuras retóricas la que más me interesa es la paradoja; crear esa situación en la que dos afirmaciones se niegan mutuamente.
Para colaborar con medios tiene sólo dos condiciones: tiempo de realización y libertad creativa. “No soy un dibujante rápido. Necesito un tiempo para explorar las posibilidades y encontrar la solución más adecuada no para el texto, si no que para mí. Acabar publicando cosas que no me gustan, por condicionantes del cliente o del artículo, pues no le veo sentido”.

¿Entonces te gusta todo lo que haces?

No. A veces siento que acierto. Pero la mayoría de las veces descubro que se podía hacer de otra manera o que era mejorable. Pero siempre desde esta óptica, no desde la lógica del cliente o del editor, ni de lo que yo pueda pensar que va a entender un espectador. Muchas veces envío el trabajo y por mi cuenta sigo cambiando cosas. Es sin fin, no termina nunca.

¿Cuánto te demoras en una ilustración para prensa?

Tres o cuatro días. Generalmente trabajo varios encargos a la vez. Cuando tengo un encargo, nunca parto de cero, parto de mis propios dibujos realizados en mis cuadernos. Ahí encuentro una línea de trabajo, una línea planteada hace un mes o años y que nunca desarrollé y pienso: “Vaya esto puede ir muy bien este artículo”. Si hubiera un incendio en mi estudio, no rescataría ni el computador ni mis archivos. Si no mis cuadernos.

¿Andas con ellos en la calle?

Soy un dibujante de habitación, nunca dibujo en la calle. Los cuadernos están en mi estudio y me duran mucho, porque trabajo en tamaño muy pequeño, por lo que caben muchos por página. Yo les llamo microgramas, dibujos más de ocio, hechos a lápiz. Siempre ocupo un portaminas 0.5 2B porque estoy borrando y puliendo constantemente, hasta que esté listo.

¿Has tenido algún encargo particularmente desafiante?

Parto de la base que no hay ilustración fácil ni ilustración menor. Para mí un encargo de un cliente local de Oviedo y uno del New Yorker tienen la misma importancia. No pongo el taxímetro: no digo por tanto tiempo, tanto me pagan, tan rápido lo voy a hacer.

¿Qué relación tiene tu obra con los textos que ilustran?

Para mí una mala ilustración es redundante, cuando el ilustrador dice lo mismo que dice el texto, no aporta nada.
Amargo confiesa que para su trabajo utiliza su mala memoria. Cuando recibe un artículo lo lee y a medida que pasa el día lo va olvidando. Entonces recurre al recuerdo que tiene del texto “Eso me permite acceder a su esencia. No busco aclarar, ni decir lo mismo que el texto. Busco una imagen que tenga una mínima conexión”.

¿Todo puede ilustrarse, entonces?

No lo sabría decir. Hay quienes dicen que se puede ilustrar hasta la guía de teléfonos. Realmente la imaginación consiste en unir dos cosas que aparentemente no tienen relación. Ahí está la creatividad y la imaginación del ilustrador. Quizás todo se puede ilustrar, pero no todos pueden ilustrar.

¿Es un trabajo solitario?

Extremadamente. La relación que tengo con el exterior es mínima. Al vivir en Oviedo no tengo relación con otros ilustradores como podría ser en grandes ciudades. Tampoco estoy en las redes sociales ni me promociono. Curiosamente los encargos llegan por el correo electrónico, por lo que tampoco sé qué voz tienen mis clientes, nunca he hablado con ellos.

Pero tu obra tiene una lectura muy contemporánea. ¿Cómo te relacionas con el mundo?

Desde que estaba en la facultad soy aficionado a la radio. Escucho radios locales e internacionales, debates políticos, programas culturales, conferencias, de todo. Pero la verdad es que en estas jornadas solitarias lo que más oigo es el rumor de mi propia mente. Me oigo hablar a mí mismo. Esa es mi compañía.

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