Claudia di Girolamo dice que cuando decide dirigir una obra le interesa contar historias de seres humanos "avasallados". "Me conmueven los relatos de personas que la vida ha dejado en la orilla, al margen. En ellos hay una incomodidad muy grande porque sueñan muchas cosas, pero no hacen grandes actos. Me gusta hablar de gente avasallada por la realidad".

Siguiendo esa idea, la actriz y directora estrenó "El montacargas", escrita por el Nobel Harold Pinter, que pone en escena a dos sicarios a espera de un nuevo encargo. Actúan Álvaro Morales y Antonio Campos, hijo de la actriz. El montaje -que se exhibe en el GAM hasta el 11 de octubre- se ha presentado a sala llena desde que debutó.

Es la sexta puesta en escena de Claudia. "Me sumergí en el misterio de la masculinidad, en cómo viven el absurdo y cómo luchan contra este último de la forma más banal y estúpida", dice.

Para el próximo año, tiene dos proyectos confirmados: dirigirá la tercera parte de su trilogía -que partió con "Soy tumba" (2011) y "Mina antipersonal" (2013)- y protagonizará la adaptación de Juan Radrigán de "La Tempestad", de Shakespeare.

Dice que no hace casting para elegir a sus actores. "Sólo trabajo con gente que admiro", aclara. Y a los críticos teatrales dejó de leerlos hace mucho tiempo.

-¿Cómo llega una mujer a tener un nombre en el teatro?

-Es un circuito un poco machista, no es fácil llegar a ser directora. Cuando una actriz comienza a dirigir se crea una especie de desconcierto. ¿Por qué ella dirige? ¿Por qué quiere opinar?

-¿Hubo alguna recriminación por venir de las teleseries?

-Lo he sentido. Es injusto y ridículo. No lo acepto.

-Da la impresión de que se han formado ciertos clanes familiares teatrales: los Noguera, los Di Girolamos.

-No existen clanes en el teatro, existe afinidad artística que es necesaria y difícil de encontrar. Me gusta trabajar con mis hijos, pero no me siento parte de un clan. Me encanta mi independencia.

"Sufro mucho por la TV"

-¿Cómo se crea la "marca" Claudia di Girolamo?

-Llegó por añadidura, fueron los años, el peso de haberlo hecho bien, mal, de pelar ajo, de ser contradictoria. Más que nada, porque amo el teatro y no lo voy a dejar nunca, estaré ahí hasta que me muera. Obviamente, influyó estudiar en dictadura, porque no puedo transar, por lo menos no políticamente. Me es imposible, es como si tuviera que quebrarme una mano o sacarme una costilla. En muchas producciones dramáticas en TV sentí que me había roto una muñeca porque me pidieron hacer cosas que creí totalmente equivocadas, pero no tengo opinión, ni voto. Ahí soy un instrumento y me tengo que entregar, pero en el teatro mando yo.

-¿Qué te pareció equivocado?

-De pronto se lo come todo el ser eficiente, el rating, avanzar muy rápido dejando que los contenidos se caigan de la mesa: Vamos a "tratar" este tema, pero no vamos a "hablar", que es lo que necesita la TV. Eso no es sinónimo de lata; pensar no es latero. También me da pena que los grandes contenidos los tomaron las series y miniseries y nosotros, que hacemos teleseries, tenemos que hacer nada: hablar de nada y hacer como que no somos nada. Las teleseries fueron el plato fuerte en contenido de la TV. Hay que volver a eso.

-¿Amas a la TV también?

-Sí, mucho. Y sufro mucho por ella. La TV tomó un lugar en la casa, es casi un hijo y la gente corre a agarrarla más que a la guagua cuando hay un terremoto. Por eso tiene la responsabilidad de crear grandes contenidos, grandes entretenciones y no lo está haciendo. Ese es el dolor que tengo con la tele.

-"Las dos Carolinas" finalizó con muy mala sintonía.

-Hay que darle tiempo al área dramática. El público no le ha dado la oportunidad que se merece. Es una teleserie muy buena, tal como "La doña" o "Graduados", pero no hay que dejarse caer. Tenemos que convencer a la gente.

-Y como directora, ¿cuánto de lo que hace Claudia di Girolamo viene con la garantía de calidad?

-Nada. Cada trabajo que hago es lanzarme a la piscina una vez más. Sólo sé que busco calidad. No siempre lo que uno hace es bueno o funciona. En el mundo del arte convivimos codo a codo con el fracaso y no le tenemos miedo.