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¿Vio al conductor furioso de “Relatos Salvajes”?

Leonardo Sbaraglia (“Epitafios”, “Plata quemada”) es Diego, un yuppie prepotente manejando en las afueras de Salta, en la película de Damián Szifron. Aquí habla cómo fue filmar esas escenas en la carretera de Salta.

por:  La Segunda Online
martes, 26 de agosto de 2014
Sbaraglia

Sbaraglia en una escena del filme.


Por Ana Josefa Silva V.
@ana_josefa

Son seis los relatos —historias totalmente independientes entre sí— con los que Damián Szifron tiene en el borde del asiento a los espectadores de este lado del mundo. “Relatos Salvajes” acaba de estrenarse en Chile, Argentina, Uruguay y otros lugares del continente, tras un aplaudido paso por Cannes.

En común tienen la frustración, el rencor escondido, la rabia y el miedo guardados de los personajes, todo sazonado con un humor negrísimo que lo envuelve todo y si se está desprevenido, puede hasta choquear.
De estos seis cuentos el más rudo es el que protagoniza Leonardo Sbaraglia.

 —Sí. Lo es. Fue duro -confirma al teléfono desde Montevideo-.

—En la historia nuestra había mucho de efecto corporal, que se tiene que expresar en lo gestual. Ahí radicó el desafío de ir encontrando cómo resolver esta escalada de violencia, pero es como una escalera, con sus peldaños; mostrar cuáles son los detonantes, el momento a momento y las justificaciones internas de cada escalón, para ir moviendo este engranaje hacia la locura. Y tienes que resolver cómo ir justificándolo. El director lo justifica maravillosamente, por cómo va poniendo la cámara, por cómo se mueve, los planos que va decidiendo, que le da mucho sentido a lo que hacemos nosotros.

—Uno podría hacer el mismo trabajo como actor pero si la cámara no está en el momento correcto, el espectador no lo va a percibir como corresponde.

En estos días instalado en Uruguay grabando para una serie de HBO Brasil, Sbaraglia ha trabajado no sólo con los directores más renombrados de su país (Héctor Olivera, Marcelo Piñeyro, Eliseo Subiela, Tristán Bauer, Luis Puenzo) y con nuestro compatriota, Nicolás López; también conoce Hollywood, donde rodó una película bajo la dirección de Rodrigo Cortés (“Luces rojas”, 2012), donde tuvo como compañeros de elenco a Robert De Niro (“el sueño del pibe”) y Sigourney Weaver.

En “Relatos salvajes”, la suya es la tercera historia y transcurre en una carretera solitaria y desértica que va de Salta a Cafayate.

Sbaraglia es Diego, un yuppie que maneja un auto último modelo y que de pronto es “toreado” por un cacharro manejado por un hombre que hace maniobras para no dejarlo adelantar.

“Las historias se rodaron por separado. En nuestro caso, lo hicimos a principios de junio del año pasado, en el norte, en Salta (que es donde transcurre en la ficción)”. Fueron menos de diez días.

Para su coprotagonista esta fue “la segunda vez que trabajaba como actor. Él tiene una historia muy linda. Es una persona que es especialista en llevar animales a los rodajes. Tiene anécdotas preciosas, como que ha sobrevivido al ataque de un león. Pero no pudo sobrevivir a mi ataque”, bromea.

“Él no es ni se considera actor. Se lo  eligió porque tiene un físico imponente. Hizo el mejor casting. La pinta la daba de sobra y en la audición fue excelente. ¡Podría ser un malo de James Bond!”, ríe. Y claro, después de las escenitas al lado del puente “ya podría ser un actor profesional”.  

Su trabajo tiene sus complejidades, hay que decirlo, como esa sonrisa socarrona que le lanza a Diego cuando éste lo insulta en la carretera.
“Es lo bueno de estar dirigido por un director con las cosas muy claras. Damián es un tipo de director que le tiene mucho cariño y respeto al trabajo del actor. Que tiene al mismo tiempo mucha claridad de lo que quiere conseguir de él y hace un trabajo de relojería. Hay algunos más abiertos a la experimentación.

En este caso, como es una película con tantas historias y todas debían mantener un código en común, Damián lo construyó como si fuera una gran orquesta, una gran sinfonía, en la que ya tenía todo muy claro.
En una oportunidad me dijo: “Esto necesito que se diga casi musicalmente de esta manera”.

Recuerda que Rodrigo Cortés, en “Luces rojas”, “también tenía una cosa muy musical a la hora de lo que quería conseguir del actor. Tenía en su cabeza lo que requería momento a momento”.

“Damián también es abierto. Daba la sensación de que iba dirigiendo como si el espectador estuviera ahí presente. Como entendiendo la decodificación de cada gesto. “Acá quiero que al público le pase esto, acá esto otro”.

Después, cuando tuvieron la oportunidad de ver la película en el Festival de Cannes, “uno notaba que todo lo que el director había pensado en relación al  público, se vivía de esa manera; lograba encontrar claramente esa conexión”.

“Hay películas más herméticas, directores como Lars von Triers, con películas que son más para adentro. En el estilo de trabajo de ‘Relatos salvajes’ se tiene en cuenta la espectacularidad cinematográfica, el show hacia el público”.

“En Cannes, la gente decía que se divirtió muchísimo. Decían que era una comedia salvaje. Es increíble, un público supuestamente del todo ajeno a la cultura nuestra, se conmovió con la película, se divertían muchísimo. Te divierte, te entretiene y al mismo tiempo te sacude”.

De las seis historias, reconoce, “hay algunas más decididamente de humor”.

—¿Qué fue lo más complejo de filmar? ¿Repetir?
—No. Fue siempre hacia delante. El desafío, en nuestra historia, es lo que ocurre ya dentro de esa caja que es el coche. Era complicado por lo reducido del espacio, por la cantidad de cosas que ahí ocurrían. Leí un comentario que se refería a estas películas de cine mudo como las de Buster Keaton; decían que era como un Buster Keaton violento. Es de muchísima tensión, muy fuerte toda esa parte. Lo del final, no se puede contar. Fue muy duro. Lo complejo es ir encontrando de qué manera va ocurriendo eso porque uno no tiene ninguna experiencia.

 —Lo que se quiere lograr es que el espectador sienta la inhumanidad, cómo a esos dos personajes se les va anestesiando la humanidad del otro. Es un tema muy presente en todos los relatos. Un quiebre muy fuerte. Hace un retrato feroz de cierto estado en que se encuentra la humanidad, todavía muy básico. Seguimos siendo seres muy brutales, bestiales, menos que hace 100 años, pero aún lo somos.

—Un amigo decía que uno no nace humano, sino que uno se va haciendo humano. Va aprendiendo a ser humano. Depende de qué se nos enseñe, las experiencias de padres e hijos.

—Tu personaje es muy soberbio, pero el otro te provoca. Hay un resentimiento ahí.
—Hay una provocación, una carga social muy grande. Lo que propone Damián es que la diferencia social es un estado violento, que genera violencia.   

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