A sus 21 años, Gabriel Castillo deslumbró a Raúl Osorio con su dramaturgia. Es una intensa crítica a cómo se mueven los hilos puertas adentro.
Gabriel Castillo saca de su bolsillo un llavero. Es del Instituto Nacional. De inmediato, aclara que no lo lleva ni como insignia -ni divinidad- y lo guarda en su bolsillo trasero del pantalón.
Sacudir la leyenda es clave en 'Nacional', la obra que este joven de 21 años -estudiante de Literatura de la U. de Chile y ex alumno de la institución- escribió en sólo tres días. Sin música, sin café, sin compañía y sin miedo al qué dirán.
Ese texto, redactado en un minimalismo absoluto, resultó ganador del II Concurso de Dramaturgia TNCH-DETUCH 2013. Y el montaje se estrena hoy, en el Teatro Nacional, bajo la dirección de Raúl Osorio (ver recuadro).
"La historia gira en torno a 5 amigos que se postulan al Centro de Alumnos para motivar futuras movilizaciones y mejorar las cosas dentro del colegio. En el proceso empiezan a salir disputas porque todos quieren ser el presidente, el mejor, el más destacado. Hay luchas de poder y ocupan diferentes artificios para lograr lo que quieren. Puro cahuineo. Es divertido porque los chismes se le atribuyen a las mujeres. En el Nacional eso era algo permanente", cuenta Gabriel en la primera fila del teatro.
No titubea en sus respuestas. Cuenta que para la narración se inspiró en su propia experiencia: él postuló junto a unos amigos al Centro de Alumnos. Ahí se dio cuenta cómo funciona el viejo ejercicio de la política.
Gabriel llegó en 7º básico al Instituto Nacional, desde el colegio Mercedes Marín, de Providencia.
Al ingresar, lo primero que lo deslumbró fue la arquitectura. "El edificio es tremendo. Ves el patio lleno de gente y sientes que tú no eres nada. Es un lugar donde nunca puedes llegar a conocer a todos", cuenta mientras Osorio y el resto del elenco -cinco jóvenes actores- ensayan.
Le tocaron las movilizaciones del 2006, 2008 y 2011. De la época de las tomas, declara: "En los buenos días habían 120 personas trabajando, haciendo plata, pintando lienzos, encargándose de la seguridad, pero en un día promedio llegaban 20 o 15 personas. Eso era lo más común y siempre se prestaba para el vicio: Copete, cigarros, mujeres. Sé que pasa y no estoy de acuerdo. Quizás soy un conservador".
No lo afectaron las movilizaciones. Fue a clases los sábados y terminó la enseñanza media con normalidad.
Conoció a Benjamín González, el chico que en 2012 estuvo a cargo del discurso de graduación de los 4° medios. Ese texto sacó roncha. Y, de alguna manera, lo inspiró. En presencia del ex rector, Jorge Toro, y la alcaldesa Carolina Tohá, González expuso: "Hoy, vengo hablar de aquello que todos como Institutanos callamos".
Habló de "chovinismo" ("Errar es humano pero no Institutano", dijo citando a un profesor), de la educación enfocada en la PSU y de ser siempre el mejor.
"Ese discurso se dio en una situación solemne y se quedó corto. Estoy de acuerdo con muchas cosas, pero el contexto no era el adecuado para ir al choque. Hay poca autocrítica, en general", asegura.
"Esta obra es una continuación a esa crítica al instituto, a la educación, a la sociedad chilena. Expone la contradicción de algunos que quieren cambiar el mundo y caen en lo más bajo de la política, con vicios de los políticos viejos: Las malas prácticas del Congreso, de los partidos añejos. Eso también pasa en las federaciones universitarias de estudiantes. Las personas tienen el sueño de hacer algo mejor, pero terminan haciendo todo lo contrario", expone.
-¿Qué es ese "chovinismo institutano"?
-Es sentir que todos están por debajo nuestro, que somos la "última chupá del mate" y que se nos ocurre todo.
-¿En busca del éxito a toda costa?
-En la vitrina del hall principal están las fotos de los alumnos más destacados y publican tus puntajes en la PSU. Pero se trata del éxito individual: Ni siquiera puedes mover las mesas en la sala porque los pupitres están pegados al suelo. Hay una forma dura de relacionarse y sobrevivir en un ambiente hostil, porque si no eres lo suficientemente fuerte te agreden. El Nacional promueve rascarte con tus propias uñas.
-¿Crees que se enojarán los "institutanos" con esta obra?
-No, no creo. El montaje tiene una mirada lo suficientemente profunda. Es poco probable que sea mal interpretada.
Gabriel hace hincapié en otro factor importante que critica en la obra: la visión del Instituto -y, en general, en todos establecimientos emblemáticos de hombres- sobre las mujeres.
"Al salir del colegio, abrí los ojos. Uno cree que el Nacional es el mundo, aceptas que hombres y mujeres se relacionan de una manera determinada", dice.
"Se me había olvidado que existían las mujeres, que las relaciones humanas son diferentes a esta violencia que se da en el Instituto. Hay gente que no se ha dado cuenta de lo terrible de nuestra formación. Éramos hombres aislados del género femenino", agrega.
"Las mujeres tienen que ser bonitas, pechugonas y potonas, porque sino son pencas. Y este es el transfondo: se cree que las mujeres no son inteligentes, al contrario, que son sensibles y lloronas. ¡Puros estereotipos! Yo tenía amigas y polola, pero seguía refiriéndome a ellas así, con esa óptica de Club de toby".
"Esa pésima forma de relacionarse con las mujeres genera perversiones. Hay hombres que perdieron su capacidad para entender a las mujeres, porque para ellos siempre sus amigos hombres son los más inteligentes y los más bacanes. Y de esto habla la obra, porque nunca los estudiantes se refieren a una muchacha por su nombre, si no que por sus atributos físicos, o porque si son putas o no. Esa es la gran definición mental".