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Sara Nieto: “Siempre tuve complejo de mala madre”

La ex bailarina, hoy maestra de baile en su academia y directora de la compañía de ballet del Teatro Nescafé de las Artes, donde estrena “Coppelia”, dice que lo único que la danza le quitó fue no poder disfrutar más a sus hijos, pero que ellos jamás se lo cobraron.

por:  La Segunda Online
martes, 08 de julio de 2014
Sara Nieto

Foto Jorge Vargas

Por Ana Rosa Romo R.
@aromo_r


Seguramente el próximo viernes, cuando su compañía suba al escenario con el ballet “Coppelia”, en el Nescafé de las Artes, Sara Nieto estará pendiente del más mínimo detalle.

Es como le gusta trabajar, llegando dos horas antes que todos a la sede de su academia para preocuparse hasta de la calefacción y  en época de presentaciones incluso confeccionar parte del vestuario: “Para mí no es sacrificio, es lo que me gusta. Disfruto, me dan nervios,  pero me gusta estresarme, me hace sentir viva”.

Su pasión por la danza no tiene límites.

La acompaña desde los tres años, cuando inició sus estudios de ballet, en Uruguay, donde nació.

Pero fue aquí en Chile donde desarrolló gran parte de su carrera, llegando a ser Primera Bailarina Estrella del Ballet de Santiago. Título honorífico que le concedió el director Iván Nagy, de vuelta de una gira EE.UU.,  en 1986.

Le provoca risa y un poco de vergüenza cuando se acuerda de esos momentos:

“Yo jamás me imaginé ni nunca lo esperé, porque acá nunca había existido ese título. Se le ocurrió a Iván porque nos fue muy bien en esas presentaciones y era como para darme un premio. No podía creer y además me daba vergüenza...¡¡por favor!! En ese momento había cuatro bailarinas estrellas en el mundo... Igual fue un halago y me lo tomé en serio, pero también  en broma, me disfracé de diva y los hice reír un rato a mis compañeros en el primer día de trabajo después del nombramiento”.
Asegura que ser primera bailarina ya era un peso y una responsabilidad porque debía rendir, ser ejemplo para los demás y estar siempre bien y de buen humor; ser “estrella” la abrumaba más.

“Siempre fui muy natural para todo, chiquita, menudita, morochita, flaquita sin pinta ninguna, tanto que cuando llegaban coreógrafos de otros lados y preguntaban dónde está la primera bailarina estrella ¡no me encontraban por ningún lado! Claro, a las 9 de la mañana, sin maquillaje, con 38 kilos que pesaba.... ¡era una mosca, no una bailarina!”, recuerda entre risas.

“Mamá, ¿tengo que ir todos los días al teatro?”

Durante 45 años, el escenario fue casi todo en su vida... aunque igual formó familia con Luciano Lago, con quien tiene dos hijos, Leticia y Leonardo, que no siguieron sus pasos en la danza, pero alguna relación con el arte tienen.

Ella es arquitecto y él estudio pintura, aunque hoy es solo un hobby y trabaja en el negocio de la tienda de su madre.

“Mis hijos iban desde chiquitos al ballet. Mi hijo dormía, mi hija miraba. Ella estudió  en la escuela del Teatro Municipal tres años  y bailamos juntas algunas funciones. Pero a los 11 años me dijo: “Mamá ¿tengo que ir todo los días al teatro?” Ahí me di cuenta que no le gustaba tanto como a mí, que hasta con 40 grados de fiebre quería ir a bailar”.

También tiene dos nietas (hijas de su hija) que pasaron por su academia, pero que claramente no heredaron su pasión: “A la  mayor le gusta el baile pero es bataclana, como yo le digo. Hace español  en el colegio o baila sau sau, le gusta moverse”.

“Me dolió mucho cuando se graduó mi hija y yo estaba de gira”


“De mi vida no sacrifiqué nada”, dice muy segura, pero luego agrega: “Creo que le dediqué poco tiempo a mis hijos.  Siempre tuve complejo de mala madre, porque  estaba con ellos en la mañana y en las noches cuando eran chiquititos estaban dormidos. A veces pienso que debía haberlos disfrutado más, aunque con mi marido siempre buscamos el momento de estar todos juntos. Me dolió mucho que cuando se graduó mi hija y  yo estaba de gira. Mi marido fue solo. Son cosas terribles que uno le van quedando Pero mis hijos nunca me recriminaron nada, ellos lo aceptaron porque ‘era así’... la mamá estaba bailando siempre”.

—¿Y no era sacrificio conservar el peso?
—Algunas tenemos la suerte de no engordar. Tratábamos de comer bien y sano,  y lo hacíamos pocas veces al día porque estábamos siempre bailando. Pero hay  gente que tiene que hacer dieta toda la vida porque tiene tendencia a engordar.

—Siempre me cuidé por razones de salud y por las dudas, porque yo no sabía si iba a engordar. Soy menudita y parece que mis huesos también son livianos. Pero pensaba en mis partners que me tenían que levantar. No es lo mismo 40 que 50 kilos. Yo pesaba 38. Cuando dejé de bailar no engordé nunca, aunque ahora peso 44.

Cuenta además que siempre ha disfrutado comer: “Me gusta todo; lo único que no como son erizos, piures y cochayuyo. Lo demás, todo. Además, me encanta cocinar,  siempre me gustó y  aprendí con mi abuela, mi madre, una tía y mi suegra, todas cocinaban muy bien. Me gusta inventar en la cocina y como mi marido es goloso... aunque él dice que está gordo por mi culpa”.

“Mi cuerpo, del tobillo para abajo, me dijo basta”

—¿Fue muy difícil decidir el retiro?
—Sí, responde rápidamente.
Pero luego con una gran sonrisa agrega: “No, en realidad no me fue difícil porque me retiré vieja, a los 48. Uno sabe que a los 40 se empiezan a retirar todos. Yo pensaba ¿cuánto más me queda? Me sentía bien pero tuve algunas lesiones. Me respondían  muy bien los músculos, pero en los huesos de los pies tenía fisuras. Mi cuerpo, del tobillo para abajo, me dijo basta”.

—¿Y cómo asumió esa primera etapa sin nada del ballet en su vida?
—Era fantástico, un mundo nuevo. Tener todos los días libres, en que no importa si comes algo que te haga mal,  porque de eso también debíamos cuidarnos, lo mismo de los resfríos, ¡era una libertad! Andar por la calle  a las 10 de la mañana ¡era único!

—Al principio me parecía increíble, era una vida nueva. Pero después se extraña. Igual me costó volver a las salas de ballet, no al teatro a ver funciones, sino a los lugares donde trabajábamos todos los días, eso me costaba... era una cosa rara, me demoré muchos años.

Sus alumnas más pequeñas: “Cuesta como un mes que se adapten, pero sí se puede”

Cuando las bailarinas se retiran suena lógico que sigan ligadas a la danza a través de la enseñanza. Sara lo asumió al poco tiempo de su retiro y hoy ocupa toda su energía en esa tarea, que le encanta y la disfruta.
“A algunas no les gusta la docencia. Hay que tomar a los niños desde muy chicos, es difícil y muy comprometido. Es mucha dedicación, es más fácil dirigir a profesionales. No sé si toda la vida, pero los últimos años de mi carrera yo sabía que me gustaba la docencia porque también me gustan mucho los niños”.

—No debe ser tarea fácil enseñar a las niñitas más pequeñas.
—Muchas veces tomé el  ejemplo de lo que yo recuerdo de cuando era chiquita. Empecé a los 3 años y me acuerdo de mi primer día de clases, de lo que hacíamos y cómo yo estaba impactada. Y tenemos niñas de esa misma edad y las hacemos trabajar harto.

—Pero lo principal para nosotros es la disciplina. Lo primero que ellas deben entender es que hay que hacer lo que dice la maestra. Tienen que estar una hora poniendo atención, sin hablar y sin andar correteando. Cuesta como un mes que se adapten. Pero sí se puede, las niñas te responden.

Su academia cuenta con 300 alumnos, la mayoría mujeres. “Es difícil que vengan niños. Ellos vienen después de los 15 años o cuando son adultos. Hay uno solo que empezó a los 6 años. La familia dice que siempre ha querido ser bailarín. Otros vienen a acompañar a sus hermanitas y se entusiasman. Pero que los padres traigan hombrecitos así de motu proprio, es complicado. Tal vez las mamás, pero los papás, no”.

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