Cultura/Espectáculos
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El otro Nicolás Eyzaguirre: Arte, acción y solidaridad en las tomas de Valparaíso

Hoy es parte de un colectivo que se instaló en La Antena en Valparaíso, donde toman forma sus ideales. "Cualquier persona que se da una vuelta por aquí y ve esta situación de injusticia, sale con rabia", dice. "Necesitamos todos ser políticos: Tener conciencia de dónde vivimos, ser ciudadanos despiertos", dice Nicolás Eyzaguirre, el hijo mayor del Ministro de Educación.

por:  Por Catalina Cabello Arzola , La Segunda
viernes, 16 de mayo de 2014
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Nicolás Eyzaguirre Bravo (31) avisa que se va a demorar. "Voy a cocinar arroz. Espérenme un ratito", explica, mientras entra a un container transformado en comedor y cocina comunitaria.

El hijo mayor de Nicolás Eyzaguirre Guzmán, ministro de Educación de Michelle Bachelet, pone manos a la obra. Afuera, el panorama es brutalmente inquietante.

Estamos en la toma La Antena, Vergel Alto, cerro La Cruz, Valparaíso. Ahí las cosas no son fáciles. El incendio que azotó el área el 12 de abril pasado, golpeó a un lugar ya afectado por la pobreza y la falta de oportunidades.

El color café de la tierra seca se mezcla con el de las mediaguas. A esto se suman las huellas del fuego que abrieron paso a grandes manchas negras de cenizas. Los únicos que aportan algo de color al panorama son los niños, muchos niños. Ellos juegan.

Mientras Nico revuelve la olla con una gran cuchara de palo, el resto de sus compañeros y voluntarios unen fuerzas para organizar la mesa. Cerca de las 2:30 de la tarde está todo listo. "¡A almorzar!", grita Nicolás. De a poco entran las mujeres y los niños que ese día comerán papas fritas, arroz, ensaladas y carne con soya.

Eyzaguirre nació en Santiago. Su padre: economista, ministro, hombre fuerte de la Concertación. Su madre, Mariel Bravo, es actriz, igual que su abuela Delfina Guzmán. Él también es actor. Estudió 2 años en la Universidad de Chile hasta que lo expulsaron por inasistencia. No le gustaban los ramos teóricos. Después terminó su carrera en la Academia de Fernando González. Parece que a los Eyzaguirre se les da mejor el campo de la acción.

Así fue como emigró a Valparaíso en 2006. "Fue una decisión de vida", dice, mientras prende un cigarro.

"Valparaíso es un mito a nivel mundial y tiene una identidad muy particular. A mí me interesa la condición portuaria", agrega.

Un año más tarde fundó, junto a otros artistas, el Centro Cultural Teatro Container, usando los clásicos contenedores que ocupan el borde costero. El estreno fue con la obra "Háblame como la lluvia y déjame escuchar", de Tennessee Williams. Lo ayudó Delfina.

"Quisimos reutilizar algo que tenía un carácter comercial y hacer una ocupación desde la cultura", explica.

La cosa prendió y dio vida al Festival Teatro Container: Nicolás y compañía llevaban teatro a todo Chile con su propia sala portátil. Les fue bien. Hasta ahora, 45.000 personas han presenciado sus espectáculos.

"Sentarse a la mesa es el acto más cultural que existe"

El sol pega fuerte a esta hora en los cerros porteños. Hay ruidos de camiones, polvaredas y ladridos de perro. Pero él no se inmuta. No pierde el foco de la conversación.

-Se han abierto espacios a la cultura, antes no existía ni siquiera el Consejo. Pero eso no es suficiente. En el país aún no se discute acerca de lo que debe ser el rol de la cultura. Algunos lo toman como un show, y no es eso. La cultura atraviesa todas las disciplinas del ser humano y sus actividades. Es lo que se genera en la interacción, lo que permite reflexionar acerca de la identidad y reconocerte dentro de algo en común con el resto de personas. Eso no es sólo un espectáculo. Yo me aterro cada vez que dicen que hay que llevarle cultura a la gente, porque la cultura existe más allá de cualquier política. Decir "aquí no hay cultura" es absurdo.

Fue ese profundo cuestionamiento el que lo llevó a darle un vuelco a Teatro Container. "Decidimos que nuestros espectáculos debían irse más hacia las relaciones sociales. Queríamos eliminar la idea de espectador y tomarlo como un participante", cuenta.

Y así lo hicieron. Este año montaron varios espacios. Uno de ellos fue "La cocina pública", en Punta Arenas. Los vecinos pagaban una entrada de mil pesos para entrar al contenedor y cocinaban sus mejores platos para compartir con el resto de la comunidad, aunque fueran desconocidos.

"Sentarse a la mesa es el acto más cultural que existe", sostiene Nicolás.

Al sur del mundo la gente se atrevió con el experimento. "Eso nos abrió la cabeza en cómo abordar el trabajo artístico para establecer mejores relaciones sociales", relata.

Lo que ni él ni sus compañeros sabían, en ese entonces, era que el incendio en Valparaíso los llevaría a seguir cocinando con un sentido artístico, pero también urgente.

La sangre

Era de noche. Estaban en San Antonio presentando una obra cuando se enteraron del incendio en los cerros porteños. Decidieron partir al lugar.

Al día siguiente, la luz del sol mostró con claridad la devastación tras el fuego. Había cosas por hacer.

Por cuestiones de la genética o del azar, la primera iniciativa del actor -junto al colectivo-, fue la campaña "Un niño, una mochila". En 48 horas, recolectaron 6 mil bolsos con útiles escolares para que los menores tuvieran con qué estudiar cuando volvieran a clases.

Ahí vino el turno de la cocina.

Nicolás repara en que no hay lugares donde la gente prepare alimentos, comparta y se comunique. Así montan la primera cocina, en la cancha Los Patos de La Antena. Obviamente, al interior de un container. En cuestión de días, la idea se replica y se levantan siete cocinas más en los cerros El Litre, Las Cañas y Mariposas.

Ésta, la del cerro La Cruz, está adornada con una colorida carpa. Hay mesas, sillas, estantes y maceteros para poner plantas; una cuota de verde que se agradece. También hay un espacio para libros de cuentos, lápices, tempera para los niños, talleres, circo, obras de teatro para los vecinos. La descripción es la génesis de Minka , el proyecto que los mueve desde el incendio.

-La idea es levantar una infraestructura amplia y digna que permita atender las necesidades básicas de los vecinos: alimentación, comunicación, organización y cultura y que, además, estimule los intereses de los vecinos reconstruyendo espacios de relaciones entre seres humanos.

También queremos reconstruir el club deportivo Abelardo Contreras, un lugar mítico en Valparaíso que se quemó.

"La solidaridad debe ser sin fines de lucro"

Nicolás y el equipo llegan todos los días a las 10 de la mañana a la cancha Los Patos y se van pasadas las 8 de la noche. Cocinan mientras los niños juegan en los alrededores.

Hasta el momento se han financiado solos y pidiendo plata a los amigos, pero ahora quieren levantar más fondos y que su idea crezca a mayor escala.

"Queremos que los niños estén bien mientras sus padres atienden la reconstrucción, que tengan una biblioteca, donde ver películas, teatro, deporte, yoga. Eso es Minka", explica.

Pero ojo que la ayuda que piden tiene una condición esencial: "Las donaciones deben ser independientes, anónimas, sin interés, sin ánimos de publicidad. Se puede ayudar no sólo con plata, también se puede aportar con mano de obra, materiales o donando una infraestructura para espacios vecinales... La solidaridad debe ser sin fines de lucro".

Y, convencido, continúa: "Creemos ciegamente que lo que estamos haciendo aquí es un trabajo cultural, porque esto no es algo para los damnificados: trabajamos con los damnificados. Esto no es asistencialismo. Esto es cultura y educación: dos derechos esenciales del ser humano".

"Ser rebelde es tener pataletas. Nosotros somos críticos"

Ema tiene más de 60 años. En el incendio perdió su casa y su almacén. Ahora vive en una mediagua. Todos los días se acerca al container para almorzar, ayudar en lo que pueda y conversar con sus vecinos. "Cuando estamos todos juntos comiendo, la pena se olvida", cuenta.

Los voluntarios del taller le hicieron mesa y sillas de madera. "También me regalaron una plantita", dice.

Al preguntarle si sabía quién era Nicolás, Ema mira sorprendida. No tenía idea que era hijo del Ministro de Educación. Se queda pensativa... "Uno no cree que gente como ellos pueda a venir a compartir con nosotros que somos humildes. Ellos ya son parte de nosotros", explica emocionada.

Nicolás no se siente cómodo hablando de su familia. No por falta de amor o admiración, sino porque Minka va más allá del apellido: es una meta con alcances humanos amplios. El origen pasa a segundo plano y mientras los niños lo saludan, él reflexiona.

-¿Por qué estás acá, Nico?

-Porque tiene sentido hacerlo, porque soy una persona inserta en la sociedad. Hay gente a la que no le pasa, no le da bajarse del auto y cachar qué está pasando afuera. Quizás tendrán miedo o no se los habrán fomentado en su infancia. Aunque el miedo es clave. Algunos le temen a quienes les parecen diferentes. A nosotros no nos da miedo, sino que nos realiza hacer esto. Cuando chico me enseñaron a compartir. No sé, quizás venga de eso.

-¿Cómo fue la educación que recibiste? - Estudié en el colegio Francisco Miranda y el San Juan, donde en vez de tener religión teníamos formación humana. No tengo nada contra la religión, pero me crié en escuelas donde existía interés por la cultura cívica. Uno vive con otras personas. Antes la gente tenía aspiraciones en torno a la vida en común. Miraban para el lado. Había un espíritu colaborativo, no competitivo.

-¿Qué opinas del lucro en la educación?

-El lucro tiene que ser limitado y regulado, sobre todo en las actividades humanas. El lucro puede garantizar eficiencia y productividad y hay ciertos aspectos que requieren de eso, pero hay otros aspectos de la vida humana en los que el lucro no es garante de calidad. Hay que saber para qué sirve y para qué no. No para todas las actividades humanas está el cálculo ingenieril.

-¿Nunca has pensado en una carrera política?

-No, para nada. Creo que ese no es el camino. No necesitamos más políticos. Necesitamos todos ser políticos: Tener conciencia de dónde vivimos, de cómo se rige nuestro país, cuáles son las normas... ciudadanos despiertos.

-¿De dónde sacan energía para hacer esto?

-De nuestros ideales y creencias. Me siento realizado, emocionado. Este trabajo nos llena. Muchas búsquedas han confluido y cobrado sentido con esto.

- Tú podrías llevar una vida holgada...

-Este no es un sacrificio, es un gusto, un placer. Esto, en ningún caso, nos hace ser rebeldes. Ser rebelde es como tener pataletas. Nosotros somos críticos. Cualquier persona que se da una vuelta por aquí y ve esta situación de injusticia, sale con rabia. Algunos ven a la gente que protesta como rabiosos o belicosos cuando la agresión hacia los que padecen injusticias es mucho más grande. ¿Cómo no te va a dar rabia gente que durante 15 años debe pagar la educación mala que recibió? O personas que hace 20 años no tienen agua potable... No sé cómo después de ver una teleserie dónde se muestra cómo viven los más ricos del país, están todos tan tranquilos... Este es un sueño que me ha permitido conectarme a lo más profundo que soy como humano.

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