Los actuales "emergentes" comparten preocupaciones mucho más cercanas a las de sus padres y abuelos que a las de sus hermanos mayores.
El verbo "emerger" me remite al universo de entrañables lecturas de infancia, como las aventuras de navegantes y piratas de las crónicas de viajes y "descubrimientos" de antaño. Si lo que emergía eran embarcaciones desconocidas, por paradójico que parezca, quienes las avistaban, estaban obligados a hacer gala de enorme inteligencia y experiencia, para decidir cómo lidiar con ellas.
"Emerger" sólo implica ser visto y conlleva la mirada de quien detecta una presencia con la que no había contado hasta ese momento.
Hasta hace muy poco, nuestros fondos concursables contemplaban categorías relacionadas a los años de trayectoria artística, para clasificar como "consagrados" o "emergentes" a quienes los solicitaban. La programación del Festival Santiago a Mil ha mantenido esa categorización, con los consiguientes riesgos que ella acarrea, como el de haber tildado de "emergente" a "Xibalbá" , obra de una reconocida maestra de danza butoh, Natalia Cuéllar.
Las denominadas compañías "emergentes" adscriben a una modalidad colectiva de producción de sus obras, que no depende de financiamiento estatal. Organizan fiestas para levantar fondos que garanticen, por ejemplo, la construcción de sofisticadas escenografías. En este sentido, concibo a los "emergentes" como grupos o colectivos que dependen de su propia gestión y que están dispuestos a trabajar de manera colaborativa, en redes que van estableciendo con otros colectivos.
Las temáticas no difieren demasiado de las de sus predecesores: la sociedad polarizada y segmentada, la abismante diferencia respecto del acceso a las oportunidades educacionales y laborales, la injusticia y/o la impunidad aceptadas como paradigma o forma de vida en una sociedad re-democratizada, el imperio absoluto del consumo por sobre valores otrora fundamentales, entre muchas otras. Lo que sí varía es el tratamiento de estos temas, mucho más lúdico y desprejuiciado que el que caracterizó a quienes, desde el 73 en adelante, denunciaron estados de cosas intolerables en códigos cifrados, primero y a quienes, más tarde, introduciendo estéticas y poéticas experimentales e innovadoras, se constituyeron en referentes para grupos y colectivos que desde el año 2000 podrían haberse convertido, a su vez, en referentes de los denominados "emergentes" de hoy. Ello no sucedió en todos los casos, pues los actuales "emergentes" comparten preocupaciones mucho más cercanas a las de sus padres y abuelos que a las de sus hermanos mayores.
Quizá por la necesidad de sentirse protagonistas de una historia que perciben como heredada, entre los "emergentes" existe la necesidad de hablar desde la óptica de los hijos, haciéndose cargo de las implicancias de su rol de descendientes, en algunos casos y, en otros, intentando marcar distancia con sus mayores, escenificando sus propias vivencias, sueños y problemas. En montajes como "Edipo: relato ciego" , por ejemplo, llama la atención que, junto a reconocidas actrices y actores nacionales, un elenco ciudadano, compuesto por personas de edades y experiencias diversas, sea el que opere como el coro de la tragedia griega y re-signifique nuestra propia tragedia nacional. Esta tendencia se observa también en obras como "El año en que nací" , inspirada a su vez en la idea de los "expertos de la cotidianeidad", que el colectivo suizo-alemán Rimini Protokoll hace subir a los escenarios, para documentar una realidad determinada y demostrar que la historia, como decía Walter Benjamin, no está en los libros, sino en las calles.
En relación con las herramientas y los registros utilizados para llevar a escena lo que se desea mostrar, se observa una enorme diversidad, que contribuye a la impresión de una escena "emergente" viva, en ebullición y de gran creatividad. "Célula" y "Déjate perder" , por ejemplo, dan cuenta de miradas aparentemente muy distantes entre sí a problemas comunes a una generación que trabaja desde la conciencia de su propia "emergencia".
