Desde jace ocho años que Césaer Morales (32) no pasaba dos meses seguidos en Chile. Logró convencer al director del Birmingham Royal Ballet, compañía inglesa de la que es primer bailarín y el único latinoamericano de sus 70 integrantes.

 

Obtuvo el beneplácito para participar en Chile en el rol de Herr Drosselmeyer del clásico navideño “Cascanueces”, que se presenta en el Teatro Municipal de Santiago los días 16, 17, 21, 22 y 23 de diciembre, a las 19 horas, interpretado por el Ballet de Santiago, con la Orquesta Filarmónica de Santiago.

 

Su padre es carnicero y su mamá trabaja con él. César es el menor de cuatro hermanos y de niño le gustaba la poesía, la pintura y ver ballet. Como sus padres se opondrían a la idea, a los 11 años convenció a su hermana mayor de que lo llevara en secreto a las audiciones para integrarse a la Escuela del Teatro Municipal.

 

Quedó clasificado y tres años más tarde fue becado para estudiar en la Academia del Ballet de Houston. Después volvió a Chile al Ballet de Santiago, donde fue ascendido como bailarín principal a los dos años.

Viajó a Estados Unidos, ganó una competencia en Nueva York. No lo pensó mucho y sin un peso ni maletas no volvió a Santiago… sino a París. Allá estuvo un año sin contrato, como invitado a diversas presentaciones y países.

 

Con una mezcla de perseverancia y suerte se fueron dando las cosas, hasta que en 2004 ingresó al English National Ballet. Cuatro años más tarde se incorporó al Birmingham Royal Ballet.

 

Hoy es el primer bailarín de la prestigiosa compañía. Viaja todo el año, prácticamente. El único país de Europa que no conoce es Italia y a China va todos los años. Ha tenido los principales roles en “El lago de los cisnes”, “Giselle”, “La bella durmiente”, “Romeo y Julieta”, “Coppélia”, “Don Quijote”, “Manon”, “Sueño de una noche de verano”, entre otros.

Allá goza de la popularidad que no tiene en Chile. “La gente me para a veces en Londres. Es triste que acá en la calle muy poca gente sabe lo que hacemos”.

 

Comenta de la danza en Europa: “Acá los bailarines sueñan con llegar a esta compañía porque no hay mucho más que eso. En Europa hay muchísimos lugares, bailarines que se dedican a musicales, al ballet contemporáneo, moderno o clásico. Además, tomas un tren de una hora y media y estás en otro país”.

 

También destaca un factor cultural: “En las familias aquí hay mucho tabú. Los padres no quieren que su hijo sea bailarín porque no lo ven como una cosa profesional. Allá es un orgullo. La mayoría de los chicos se acercan a estudiar danza cuando son grandes y ya pueden decidir, pero eso es tarde… En Latinoamérica se hacen bailarines de forma más rápida. Así es difícil tener el mismo nivel de calidad”.

 

Allá tiene un ritmo más frenético de trabajo y poco tiempo para ensayar: “Por la demanda del público, que quiere ver cosas nuevas y también los clásicos”.

 

A cambio, recibe confianza para construir su rol: “No exigen que un bailarín haga el personaje exactamente igual al otro porque aunque hagamos los mismos pasos no es el mismo movimiento”, dice y agrega que él se caracteriza por ser un “bailarín bien emocional”.

 

El factor soledad

 

En lo profesional han sido sus mejores años, pero han tenido un costo alto personal: “Viajo demasiado, me la paso con maletas. Si paso dos días en casa, feliz. Es difícil tener un grupo de amigos”.

Su Navidad de 2005, recuerda, estuvo solo en Praga, frente al televisor y con un queque.

 

Quizás por estas experiencias su meta es comprar un casa… en Chile; y acá compartir sus conocimientos con otros bailarines. “Yo pienso que uno siempre quiere volver a la casa”.

 

En lo próximo, el 1 de enero vuelve a Birmingham, y a las dos semanas parte en gira nacional para luego debutar en Japón y después presentarse en Alemania.