Para un astrónomo, su laboratorio es el universo. Hace treinta años, para intentar entender dónde estábamos, los científicos sólo podían observar el Sistema Solar. A medida de que fueron mejorando los telescopios, se pudieron descubrir distintos sistemas, nuevos planetas y estrellas en formación.

 En la vanguardia de esa experimentación estaba en el Atacama Large Millimeter Array (ALMA), durante el primer semestre de este año, Antonio Hales (34), astrónomo de la Universidad de Chile y doctor en astronomía experto en formación de planetas de la University College of London, donde trabaja desde los 26 años. La idea era separar las 66 antenas que componen el conjunto de radiotelescopios en el llano de Chajnantor, en el desierto, con el fin de obtener imágenes más nítidas de las estrellas y planetas para entender su proceso de nacimiento y desarrollo.

 Sin buscarlo, habían captado la imagen más diáfana en la historia –incluso más que las obtenidas por el Hubble, el telescopio de la NASA– del disco que rodea a HL Tauri, un astro similar al Sol aunque mucho más joven: mientras el primero tienen más de 4.650 millones de años, esta estrella “sólo” tiene un millón.

“ALMA nunca había estado a una capacidad tan alta. Al principio tomamos esta noticia con cautela, pero luego, cuando lo comunicamos, fue como un sueño hecho realidad”, dice Hales. La importancia de esta imagen radica en que, al ser un conjunto muy parecido a nuestro Sistema Solar, pero mucho más joven, su observación permitirá entender cómo se formó el Sistema Solar y sus planetas. Incluyendo el nuestro.

 ENANITOS VERDES

Antonio Hales es alto, moreno y flaco. En su oficina de ALMA en Santiago, casi frente al Parque Bicentenario, anda con shorts, polera y chalas. Tiene un pequeño aro negro en el lóbulo de cada oreja. Usa barba y el pelo ondulado, negro, mojado. No cumple con el perfil clásico del astrónomo ensimismado –ex alumno de la Alianza Francesa, le gusta la música electrónica, el año pasado grabó un disco de bossa nova junto a su hermana, y juega mucho fútbol– pero sí disfruta de la soledad, un requerimiento casi obligado cuando hay que ir ocho días al mes a trabajar 16 horas diarias en medio del desierto. Por eso, aún no ha visto la película Interstellar. “Estoy esperando a que se vacíen un poco los cines”.

Hijo de Patricio Hales, actual embajador en Francia, y hermano de la actriz Teresa Hales, cuenta que la decisión de ser astrónomo no fue fácil. Y fue su padre –quien alentó, sin saberlo, tempranamente su vocación con los libros de astronomía que le traía de sus viajes a la Unión Soviética–, quien menos entendió por qué seguiría ese camino. “Él me decía: estás loco”.

 Terminado su pregrado, partió a Londres. Su plan era doctorarse y que, precisamente, lo contrataran en, para él, el proyecto astronómico más ambicioso de la historia. Terminados sus estudios lo logró, y fue contratado para las primeras pruebas de ALMA en Nuevo México, Estados Unidos, y luego para formar parte del equipo que instalaría este observatorio en Chile.

“Son como las pirámides del siglo XX. Más de 3.000 personas han dedicado su vida a esto que, al igual que las pirámides, se ha demorado mucho tiempo en construir. Acá no estamos buscando enanitos verdes, estamos tratando de entender cómo se forman los planetas en el universo, cuántos de ellos podrían parecerse a la tierra, cuántos podrían tener agua líquida. El propósito es acercarnos a las respuestas de preguntas fundamentales a lo largo de la historia: ¿de dónde venimos?, ¿dónde estamos?, ¿estamos solos?”.

 ¿Crees que haya vida en otros planetas?

(Cierra los ojos y se toma varios segundos para responder, como intentando abstraerse de lo que lo rodea). Considerando toda la información que hemos recopilado en los últimos años, que los planetas ya no son simplemente un privilegio del Sistema Solar, que casi todas las estrellas parecen estar formando planetas, y que los elementos químicos que tenemos en la Tierra parecen ser comunes, yo creo que sí hay vida en otros planetas. No habíamos descubierto otros planetas antes porque no habíamos construido los telescopios necesarios. Pero a medida que empezamos a desarrollarlos, aparecieron los planetas, cayendo como dominós. Con los telescopios de ALMA vimos que el agua es común, y que hay moléculas casi precursoras de la vida que están en las nubes de formación de estrellas y planetas. Entonces, sería muy raro que fuera solamente un privilegio de este sistema. Creer en esto ya no pertenece meramente al plano de la fe. Todavía no tenemos herramientas para decirlo como una aseveración científica, pero vamos acotando las probabilidades.

Respecto a eso, ¿crees en Dios?

Mi madre es brasileña, y lo bueno de los brasileños es que no tienen un solo Dios. Tienen heredadas cosas de los indios, de los africanos, y de los cristianos, entonces eso te relaja un poco. Sí tengo una cierta espiritualidad, y trato de reconocer dónde se termina la fe y dónde comienza la ciencia. Aún creo que el Big Bang da cabida para un creador y eso trato de recalcarlo en las charlas, porque mucha gente cree que los científicos nos creemos la nueva religión. No es así, lo que estamos haciendo es poniéndole margen a las cosas.

¿Qué te produjo el aterrizaje, por primera vez en la historia, del módulo de la sonda espacial Rossetta de la Agencia Espacial Europea en un cometa la semana pasada?

Es un buen camino para la humanidad. No es necesaria mucha reflexión para darte cuenta de que la Tierra es frágil, que tenemos todos los huevos en la misma canasta y que el curso natural, si es que queremos que la especie perdure, es poner los huevos en otro lado. En cualquier minuto puede llegar un chancacazo que nos deje en el mismo estado que los dinosaurios, si es que nosotros mismos no echamos a perder todo antes. Estamos mal enfocados.

¿Tienes alguna meta o principal sueño como astrónomo?

Me gustaría estar vivo cuando digamos que descubrimos vida en otros lugares, o que la vida es una cosa común. No me queda muy claro si lo vamos a lograr, pero desde los sesenta, cuando partió el astrónomo norteamericano Carl Sagan, se ha avanzado miles de veces más de lo que se había avanzado en dos mil años de historia.

¿Se puede evaluar ese avance de alguna forma?

Hay una fórmula, la ecuación de Drake –que fue formulada en 1961–, que postula la posibilidad de que tengamos interacción con vida en otros planetas. Cuando la formuló, la mayoría de sus términos eran incógnitos: el ritmo anual de formación de estrellas, la fracción de estrellas que tienen planetas en su órbita, el número de planetas orbitando dentro de la ecosfera de la estrella, la fracción de esos planetas dentro de la exosfera en los que la vida se ha desarrollado, la fracción de esos planetas en los que la vida inteligente se ha desarrollado, la fracción de esos planetas donde la vida inteligente ha desarrollado una tecnología e intenta comunicarse, y el lapso medido en años durante el que una civilización inteligente y comunicativa pueda existir.

¿Pero se podrán medir en algún momento?

Hoy las primeras tres son medibles. No están 100% claros los números, pero estamos acercándonos. Siempre he pensado que como civilización estamos en una etapa muy primitiva y que los seres que son capaces de desarrollar la tecnología para llegar hasta acá nos ven y dicen “ellos son como hormigas”. Uno no va a enseñarles mecánica cuántica a las hormigas para que se desarrollen más rápido. Uno espera que aprendan solas. Para mí, la razón por la cual no nos han contactado es eso mismo.