Por Rosario Covarrubias M.
Covarrubias.ro@gmail.com

 

A las vacaciones de invierno los padres llegan (casi) más agotados que los hijos: entre traslados, reuniones, apoyo académico y hasta contenerlos emocionalmente en las semanas de pruebas nadie se salva.
Contar con un  tiempo para disfrutar, sin pensar en los estudios, es indispensable para limar asperezas y retomar  fuerzas para la próxima temporada.

Sin embargo, para muchos padres las vacaciones de los niños implican más trabajo… Lo que es cierto si no se preparan para ellas.
 Evitar verlos con el control remoto o el celular como extensión de la mano implica ayudarlos a programarlas con anticipación.

Teniendo en cuenta que los recuerdos de la infancia quedan grabados y serán rememorados durante toda la vida, el esfuerzo de los padres por organizarse lo mejor posible para estar cerca de sus hijos y hacerles panoramas es lejos la mejor inversión.

Es en el tiempo libre donde se dan mayores instancias de comunicación y complicidad, tan importante para el desarrollo de los niños como para la felicidad de sus padres.

Uno de los males de nuestros tiempos es la tendencia a  sentirse culpables por no rendir en todos los ámbitos, especialmente con los hijos.
Para evitar esto, lo mejor es buscar compartir con ellos, aunque sea un tiempo limitado.

Por ejemplo, podemos intentar bajar  la carga de trabajo esa semana, coordinándose con la pareja para que se turnen en llegar más temprano y siendo más flexible con los horarios y, por ejemplo, invitarlos al cine o a comer en la tarde. 

Apenas comiencen las vacaciones, es aconsejable conversar con los hijos para incentivarlos a organizar su tiempo de modo  que hagan las cosas entretenidas que habitualmente no pueden, y no queden con la sensación de que no hicieron ”nada”, que es lo que suelen reclamar cuando no salen de la ciudad.

La idea es transmitirles la importancia de planificarse, entregándoles un mayor espacio de libertad. Esta es la única forma de que en el futuro sean capaces de aprender a manejar y valorar  su tiempo.
Conversar sobre sus inquietudes, sobre qué cosas les gustaría hacer  los días que estén solos y orientarlos dándoles ideas es siempre positivo, en la medida que no sea una imposición de actividades.

La única forma de fomentar la autonomía es permitiendo su ejercicio.
En su tiempo de ocio, los niños aprenden jugando y los más grandes tienen la oportunidad de descubrir sus intereses, fundamental para el sano desarrollo de su identidad.