Por Rosario Covarrubias M.
Covarrubias.ro@gmail.com

Recientemente celebramos el día de los muertos, utilizado por muchos para ir a ver a sus seres queridos al cementerio o para recordarlos o celebraron con sus niños, acompañándolos a pedir dulces, tomando como modelo celebraciones extranjeras. Más allá de la discusión en torno a si es conveniente o no copiar la forma de festejar de otros países, aterrizar el tema de la propia muerte a la vida es sin duda un importante ejercicio.
Pensar en ella, necesariamente nos lleva a cuestionarnos nuestra forma de vivir  y fomenta nuestra reflexión en torno a lo que realmente vale la pena y a los cambios que debiéramos hacer para tener una vida satisfactoria.

Vivimos bajo el yugo de múltiples creencias, tan arraigadas que incluso hay refranes que las ejemplifican. Como es el caso de “Más vale diablo conocido que otro por conocer”. El sentido de esta frase es bastante pesimista, nos da a entender que debemos conformarnos con una situación actual que nos parece ingrata, por decir lo menos, porque de buscar cambiarla podríamos encontrarnos en un escenario igualmente incómodo al que, además,  no estaríamos acostumbrados.

Esta frase la he escuchado muchas veces tanto de forma textual como implícita, en una gran cantidad de argumentaciones de diferente índole, como porqué mantener un trabajo, una relación destructiva e incluso características personales que hacen difícil el desarrollo de una vida plena.

En el coaching se destaca la zona de confort en la que suelen encontrarse las personas, entendiendo ésta, como la tendencia a enfrentar un mismo tipo de situaciones y desafíos ya conocidos donde  se sienten cómodos porque tienen un repertorio conductual y una forma ya aprendida para abordarlas.

Para muchas personas, ampliar la zona en la cual se sienten cómodas es algo que les genera ansiedad por lo que se muestran reticentes a cambiar  y a aprender otras formas de actuar  y de relacionarse.

Lo curioso es que esta zona de confort en algunos casos es bastante poco confortable y aun así no se busca expandir sus límites.

¿Qué hay detrás del miedo al cambio?

Probablemente uno de los factores centrales que llevan a las personas a evitar dar pasos que racionalmente parecen positivos es el temor a hacerse expectativas y luego sentirse defraudados porque, a pesar de hacer el esfuerzo que implicaría el cambio, éste podría no dar frutos y el riesgo a quedar en una situación desmejorada los inmoviliza.  Así nos encontramos con personas que buscan garantías para dar pasos y esas garantías no existen. La vida evoluciona e implica un continuo cambio, querámoslo o no; entonces, ¿Por qué tenerle tanto miedo a dejar lo que nos amarra y no nos permite desarrollarnos sanamente?

Hay distintos caminos para enfrentar el miedo al cambio, pero tal vez el más contundente es el pensar en la propia muerte porque esto nos sitúa necesariamente sobre nuestra vida, sobre la evaluación que hacemos de ella. Basta preguntarnos qué haríamos si nos quedara “X” cantidad de tiempo, para comprender lo verdaderamente relevante en nuestra vida y separarlo de lo superfluo que deberíamos  dejar atrás. Hacernos esta pregunta, lejos de ser pesimista, es una forma de llevarnos a disfrutar y a buscar evolucionar y a no conformarnos con menos de nuestro potencial.