Por Rosario Covarrubias M.
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Tanto en la consulta como entre cercanos, escucho frecuentemente la percepción de las personas de sentirse muy solas, a pesar de contar con  un grupo familiar con quienes comparten cariño e instancias de interacción social. 

El problema se da cuando alguien, por la razón que sea, necesita de un mayor apoyo. La exigencia de los tiempos actuales, donde las personas dedican gran parte de su tiempo al trabajo y a diferentes actividades, hace difícil que se den el espacio para otros que no sean de su núcleo familiar. Esto conlleva una creciente soledad entre aquellos familiares que lo están pasando mal.  Algunos ejemplos: abuelos que están enfermos, padres desempleados, hermanos recién divorciados, hermanos con un hijo con problemas, etc.

Damos por sobreentendido que el cariño que sentimos por nuestra familia es suficiente y que estamos ahí si nos necesitan. Cuando se producen casos extremos, como hospitalización de algún familiar, accidentes, etc., nos hacemos el tiempo para estar juntos, pero nuestra ayuda o compañía, no es constante en el tiempo. Esto se da principalmente en el nivel socioeconómico alto y medio alto, donde se subentiende que si la otra persona necesita ayuda, tiene la posibilidad de contratar a un profesional que le brinde apoyo, llámese  psicopedagogos, psicólogos, profesores, etc., pero esto no reemplaza el cariño que un familiar puede entregar.

Los sectores socioeconómicos más necesitados tienden a ser notoriamente más cooperadores entre sí, por lo que sobrellevan ese tipo de problemas de mejor manera, aunque como contrapartida, cuando necesitan una opinión profesional, les es muy difícil acceder a ella. Ante la necesidad,  crean redes de cooperación y buscan como apoyarse. Asimismo, la comunidad donde viven también juega un rol importante ya que, en muchos casos, reciben a los niños de los vecinos cuando llegan del colegio, o se encargan de darle un plato de comida a los ancianos que no pueden proporcionárselos por sí solos, entre muchas otras cosas.

Es importante hacer una reflexión sobre este tema porque observando la tendencia del desarrollo poblacional en el país, podemos proyectar que las familias serán cada vez más pequeñas y las redes con que cuentan las personas tenderán a ir disminuyendo, lo que obviamente, se relaciona con la salud mental. No somos entes solos, necesitamos de otros para desarrollarnos plenamente y los necesitamos en un plano real, no virtual.

Veo en la consulta adultos con una historia de soledad hacía atrás. Este grupo, con esfuerzo puede sanar sus heridas. Para que estas historias no se acrecienten debemos  mirar los nuevos hábitos que hemos ido adquiriendo como personas, grupos familiares y sociedad. Solo así podremos revertir algunas costumbres y comportamientos que están siendo dañinas. Necesitamos hacernos más presentes en la vida de quienes queremos, donde los familiares tienen un rol protagónico.

Hacernos la pregunta de ¿cuál es nuestro rol como hermanos, abuelos y tíos? es necesario si realmente estamos comprometidos con el bienestar de nuestros seres queridos. No basta con compartir celebraciones, necesitamos darnos un tiempo y balancear nuestras prioridades, para incluir en nuestro quehacer a ese familiar que está en apuros.

Preguntarnos honestamente ¿Hasta dónde nos queremos involucrar en las dificultades de quienes queremos? ¿En qué podemos aportar? Está claro que detrás de cada persona hay una historia y es cierto que algunos tienes razones muy comprensibles por las cuales se van desentendiendo,  pero otros lo hacen sólo por desidia, evitando adentrarse en problemas que no los involucran directamente.