Por Rosario Covarrubias M.
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Esta semana celebramos el día del niño.

Instituido por la Unicef, el año 1952, con el objetivo de propiciar el respeto a sus derechos, si bien tiene un origen noble y bien intencionado ha ido  perdiendo su sentido al derivar en un creciente consumismo.

Reflexionar acerca de qué es ser buenos padres/madres podría ser el mejor regalo  a largo plazo para los hijos,  teniendo claro no hay una sola forma de serlo y que ésta varía de acuerdo a  los estilos familiares y personales de cada uno.

Como se aprende a ser padre con la llegada de los hijos, sin quererlo se cometerán muchos errores. Darse el tiempo para pensar sobre esto es fundamental para enmendar caminos y reforzar aquello que  es constructivo para los niños.

En la formación de los niños hay elementos que es muy importante que estén presentes.

Generar un ambiente de calidez y  amor donde se acepten las características del niño. Cada niño es distinto y es necesario  aceptarlo y  valorarlo de acuerdo a su personalidad. Muchas veces los padres tratan de modificar comportamientos e intereses de sus hijos, sólo porque no cumplen con las expectativas que tienen para ellos. Por ejemplo, un padre que quiere que su hijo sea bueno para el fútbol y al niño no le interesa en absoluto. Esta es la base para que el niño desarrolle confianza en sí mismo y una sana autoestima.

Contención sin sobreprotección. Acoger  al niño en el dolor que pueda experimentar, pero mostrándole que es capaz de enfrentarlo por sí mismo. Una cosa es apoyar y otra, tratar de evitar el sufrimiento. Para lograr esto  los padres requieren de una genuina autoconfianza y tranquilidad.

Es importante no confundir la contención con sobreprotección. Los niños tienen derecho a jugar y a equivocarse, a enfrentar situaciones mínimamente riesgosas sin que un adulto los recoja antes de que se caigan, sólo así podrán aprender que ellos son capaces, desarrollarán  su autonomía y comprenderán que son aptos para superar obstáculos.

La sobreprotección en la que muchos padres caen, nace del deseo de cuidar al niño, sin comprender que evitarles las dificultades es desprotegerlos para el futuro, porque los hará inseguros y temerosos.

Establecer límites claros. Los niños necesitan de padres que los guíen y les muestren aquello que es correcto y que no lo es. Al establecer límites a los hijos se les enseña a no dejarse llevar  por sus impulsos, lo que les permitirá ser capaces de esforzarse en pos de objetivos a mediano y largo plazo y no buscar únicamente el placer de estímulos inmediatos.    

Exigencia  y guía en sus responsabilidades. Al exigir a los niños, se les entrega confianza en que son capaces, se fomenta el desarrollo de su potencial y se estimula en ellos la comprensión de que, además de derechos, tienen responsabilidades. Esto les permitirá, en el futuro, ir comprendiendo que su actuar tiene consecuencias, aspecto esencial de la madurez que favorecerá el asumir un rol activo y no que se queden en la espera de que otros se hagan cargo de sus responsabilidades.

Ser buenos padres requiere, ante todo, de un profundo compromiso por desempeñar bien este rol, superando las dificultades de la persona que hay tras el padre o la madre, y estar atentos y presentes cuando los hijos los necesiten.

Entregarles a los niños los elementos señalados es un regalo para la vida, implican un enorme esfuerzo y no se pueden dar en una fecha determinada, requieren de un continuo mirar el propio comportamiento para ir enmendando los errores que es imposible no cometer.